29/3/09
El burgués
La primera definición polémico-política del burgués la encontramos en Hegel, como explica Carl Schmitt en estos términos: “como el hombre que no desea abandonar la esfera de lo privado, como apolítica y libre de riesgos, que en la posesión y en la justicia de la posesión privada se comporta como individuo frente al todo, que halla la sustitución y compensación de su nulidad política en los frutos de la paz y de la adquisición de bienes y sobre todo «en la perfecta seguridad del disfrute de los mismos», y que, como consecuencia de lo anterior, quiere quedar eximido de la necesidad de ser valeroso y de los peligros de una muerte violenta” (1)
“Los hombres, en general, al menos mientras la vida les resulta soportable o mientras les va bien, aman la ilusión de una quietud no amenazada y no soportan a los «pájaros de mal agüero»” (2)
El burgués se caracteriza porque sabe administrar el tiempo. Werner Sombart describe magistralmente las viejas teorías del burgués, que no han cambiado nada desde que fueron establecidas por los hombres del Quattrocentro, tales: «medita todo cuidadosamente, mantén en orden tus asuntos, sé comedido, diligente, ahorrativo, y no te faltará de nada, y te convertirás en un ciudadano respetable y acomodado” (3)
“Con la figura de Benjamín Franklin, (...) llega la mentalidad «burguesa» a su apogeo. El buen juicio y la prudencia de este americano son sencillamente asombrosos. En él todo se ha convertido en norma, todo se aprecia con medida exacta, toda acción rebosa erudición económica (...) de él proviene la frase «el tiempo es oro» (...)
¡Ahorrar! ¡ahorrar!, nos grita Franklin desde cada página de su obra (...) El ABC de la filosofía frankliniana está resumido en estas dos palabras: Industry and frugality (diligencia y moderación) ” (4)
Aquí se establece el Puritanismo. “Según este enfoque, lo que había que hacer era garantizarse el “estado de gracia” a base de los méritos alcanzados mediante una conducta especial, totalmente distinta del estilo de vida del hombre “natural”. De aquí se desprende –como ha explicado Max Weber con todo detalle– la necesidad de que el individuo ejerza en su conducta, un control metódico de su estado de gracia. Ese especial estilo de vida así conseguido suponía una “estructuración racional de la existencia entera, orientada hacia la voluntad divina” (5)
Occidente vive hoy el triunfo del narcisismo protésico, en el que la acumulación de emblemas sustituye a la identidad sustantiva (eso que antes se llamaba “personalidad”). De hecho, la constitución del individuo–persona se ha configurado siempre según esa fórmula, pero antes se vivía de la ilusión de un núcleo original (el famoso “sé tú mismo”) al que los emblemas conseguidos venían simplemente a “dar sabor”. Hoy, en cambio, ese núcleo está vacío, es un puro punto en el espacio, y son las prótesis las que dan identidad a un cuerpo que de otro modo sería intercambiable.
Las principales prótesis son el vestido y el coche, no ya en términos antropológicos, sino identitarios. Según Alberto Cardin, sirven para exortizar el vacío; sirven como forma corporis: son almas externas.
El sistema occidental tiene la distinción como estructura significativa. La publicidad: “sea único”.
“La publicidad se centra en las relaciones sociales, no en los objetos. No promete el placer, sino la felicidad: la felicidad de que le envidien a uno es fascinante.
La nostalgia es su supuesto. Lo importante es lo que no se es, pero se podría ser. (...)
La publicidad propicia que la persona se sienta insatisfecha de sí misma.” (6)
En publicidad los signos y símbolos fundamentales son: “representantes del no-trabajo, como ha explicado Veblen en su teoría de la clase ociosa. Las uñas largas y pintadas, los tacones altos, la ropa limpia y planchada, todo adoptado no como día de fiesta sino como rutina; como signo permanente de que otros trabajan por él. Ése es “el hombre que ha logrado sobresalir”, o “la rubia que todos quieren”. Todo un mundo codificado por encima del individuo, que consume un mundo interpretado. El consumidor mismo es interpretado y puesto en función del sistema que construye el sentido sensualmente” (7). Su capitulación ante el poderío de los objetos hace que la necesidad estalle en añicos bajo los golpes del azar (concursos, juegos, deportes,...). “Entonces, tal vez, el sujeto reaparece, pero no ya como ilusión sino como ficción. Es posible obtener un cierto placer de una manera de imaginarse como individuo, de inventar una de las más raras y últimas ficciones: lo ficticio de la identidad. Esta ficción no es ya la ilusión de una unidad; es, por el contrario, el teatro de la sociedad donde hacemos comparecer a nuestro plural: nuestro placer es individual, pero no personal (Barthes, en El placer del texto, pp. 79))
Esto que señala Barthes para el lector del texto, abandonado a su placer, es lo que sucede al receptor de la publicidad, dirigido por el publicista” (8)
“Como señala Barthes, cada quien se inventa a sí mismo, construye “lo ficicio de la identidad”. En función de esa identidad, que el objeto y su marca comportan, cada quien se significa a sí mismo como alguien que “ha logrado sobresalir.” (9)
“Cada cual busca su look. Como ya no es posible definirse por la propia existencia, sólo queda por hacer un acto de apariencia sin preocuparse por ser, ni siquiera por ser visto. Ya no: existo, estoy aquí; sino: soy visible, soy imagen –look, look–. Ni siquiera es narcisismo sino una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la que cada cual se convierte en empresario de su propia imagen (...)
El look ya no es la nada, es una forma superada de la moda. Ni siquiera se basa en una lógica de la distinción, ya no es un juego de diferencias, juega a la diferencia sin creer en ella. Es la indiferencia. Ser uno mismo se ha vuelto una hazaña efímera, sin mañana, un amaneramiento desencatado en un mundo sin modales...” (10)
“El espacio simbólico, el espacio mental del juicio, ya no está protegido por nada. No sólo yo no soy capaz de decidir lo que es bello o feo, lo que es original o no, sino que ni siquiera el organismo biológico puede ya decidir lo que es bueno o malo para él. En esta situación todo se vuelve malo, y la única defensa es la abreacción y el rechazo” (11)
Deportivo en esencia, el hombre se ha vuelto una bestia cuyo corazón no desfallecerá jamás y que siempre será capaz de paroxismo.
Delitos de fuga
Es fácil darse cuenta que si el hombre puede ser víctima de la velocidad en hacer fortuna, es que huye de sí mismo y busca, más que el dinero, la velocidad en sí, como medio para no pensar y evitar un cierto número de dolorosos problemas inconscientes y de complejos escondidos.
Otro “delito de fuga” del hombre moderno lo ocupa la rebelión prometeica del hombre contra la muerte, de la que hablaremos en otra ocasión.
Antonio José Trigo
(Granada, 1.994)
NOTAS
(1).- Carl Schmitt, El concepto de lo político, Alianza Editorial, Madrid, 1991, pp. 91.
(2).- Carl Schmitt, ibídem, pp. 94.
(3).- Werner Sombart, El burgués, Alianza Editorial, Madrid, 1986, pp. 126.
(4).- Werner Sombart, ibídem, pp. 127-128.
(5).- Werner Sombart, ibídem, pp. 267.
(6).- Antonio Paoli, La comunicación publicitaria, Ed. Trillas, México, 1988, pp. 24-25.
(7).- Antonio Paoli, ibídem, pp. 33.
(8).- Antonio Paoli, ibídem, pp. 33.
(9).- Antonio Paoli, ibídem, pp. 39.
(10).- Jean Baudrillard, La transparencia del mal, Anagrama, Barcelona, 1991, pp. 30.
(11).- Jean Baudrillard, ibídem, pp. 82.
Publicado por Antonio José Trigo en 11:28
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