Es comprensible que para muchas
personas el caos, el desorden, les parezca algo perturbador, y que –en
consecuencia– estén siempre dispuestos a ordenar su entorno como un mecanismo
tranquilizador, hasta el extremo de caer en muchos casos en un alienante
trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad.
No comprenden estas personas que
el caos tiene su propio orden. No entienden que no hay que aniquilar el caos en
el orden, sino que hay que integrarlo en él.
A este respecto, y teniendo en
cuenta un famoso estudio realizado en la Universidad de Minnesota por los
profesores Kahtlee Vohs, Joseph Redden y Ryan Rahine, los ambientes
desordenados no son algo negativo, sino, por el contrario, ayudan al desarrollo
de la creatividad, esto es, ayudan a buscar la novedad y los caminos no
convencionales.
Con sus experimentos demostraron
que los ambientes ordenados representan virtudes rígidas, mientras que los
ambientes desordenados alientan a las personas a romper con los comportamientos
y convenciones sociales dadas, algo necesario para producir nuevas ideas e
innovaciones. Porque los ambientes ordenados incitan a la rigidez; por el
contrario, los ambientes desordenados fomentan la libertad. Por tanto, las
personas ordenadas son convencionales; por el contrario, las personas
desordenadas son más inteligentes y creativas.
Si el caos es una tendencia
inevitable, si el desorden es inherente a todo sistema (lo que se llama entropía,
segundo principio de la termodinámica), ¿por qué dejarse intimidar por esa legión
de obsesos y maniáticos evangelizadores del orden y la limpieza?
Porque, ¿hay algo más odioso que
alguien toque las cosas de uno en su casa o en su trabajo, y encima lo haga
juzgándote por tu desorden, haciéndote creer culpable, porque él, al mantener
su casa o su mesa de trabajo, limpia y despejada, se cree superior?. No
entiende este tipo odioso de persona (conocido/a como “metementodo”) que hay
gente que se arregla muy bien dentro del orden en el caos de su casa o de su
trabajo.
En este punto, si hubiera que encontrar
el justo equilibrio, habría que decir que no hay que prestar demasiado atención
al orden doméstico, por un lado, y que no hay que dejarse llevar (mucho menos,
hundirse) en el caos, por otro. Porque el orden no es sinónimo de limpieza, ni
el desorden sinónimo de caos.
Según otro estudio, el realizado
en 2015 por los investigadores holandeses Bob M. Fennis y Jacob H. Wiebenga, “el
desorden vuelve acuciante la necesidad de completar una tarea, de concluir y
alcanzar así algún tipo de orden. Es muy probable que un escritorio desordenado
aumente la presión para terminar el trabajo, aunque uno no sea consciente de
ello”, de manera que “quienes acumulan pilas de papel permiten que el orden
ocurra de manera orgánica y encuentran lo importante antes que quienes los
archivan.” (1)
Porque como dice Tim Harford, periodista del Financial Times y autor del libro “El poder del desorden” (Editorial
Conecta, 2017): “Los despachos desordenados están llenos de pistas sobre los
recientes patrones de trabajo, y estas pistas nos pueden ayudar a trabajar con
eficiencia. Por supuesto, es intolerable trabajar en medio del desorden de
otro, ya que estas pistas sutiles nos resultan irrelevantes. Son señales de tráfico
del viaje de otra persona”. (2)
Palabras que se pueden extrapolar
al ámbito doméstico de una casa, donde sus dueños mantienen igualmente sus “pistas
sutiles”, sus “señales de tráfico”, que ninguna otra persona ajena debe cambiar,
porque de hacerlo se expone sin duda alguna al conflicto.
Quizá les convenga a esos “metementodos”, antes de
preocuparse por el orden y el control de las casas ajenas, en definitiva, antes
de meterse en la vida de los demás, que reflexionen y tengan en cuenta que “el
desorden, como la belleza, está muchas veces en el ojo de quien lo contempla”,
y que “quienes defienden que su caos tiene estructura, no mienten.” (3)
Aunque muchos nos tememos que pedir a un “metementodo”
obsesivo compulsivo que sea flexible, espontáneo y eficiente, es como pedir a
un manzano que de peras.
Y si aún así continúan sintiendo el llamado “estrés
del lío”, si les siguen creando ansiedad la desorganización, el barullo de la casa
u oficina, le traemos a colación (aún a riesgo de que sufran un “shock”
irrecuperable, al ver la imagen) el ejemplo extremo del psicólogo suizo Jean
Piaget, reconocido por sus aportes al estudio de la infancia, y por su teoría
constructivista del desarrollo de los conocimientos, quien –como refiere Andrea
Aguilar– “supo categorizar los periodos de desarrollo cognitivo en los seres
humanos, pero fue claramente incapaz de ordenar su despacho en el que parece
que estaba acorralado por montañas de libros y papeles.” (4)
El psicólogo suizo Jean Piaget en su despacho en 1979.
Sin llegar a este extremo de desorden vital, sólo
cabe decir por último que, aunque se mantenga cierto orden externo en la casa o
en la oficina, siempre habrá algo fuera de sitio. ¡Gracias a Dios!
NOTAS:
(1).- Andrea Aguilar, “Larga
vida al desorden”, El País, 11
de agosto de 2017, https://elpais.com/elpais/2017/08/11/ciencia/1502461120_549629.html
(2).- Citado por Andrea Aguilar, op. cit.