24/6/13

Carta abierta a mi tío el poeta Juan Cervera Sanchís.


Querido tío Juan:

Vamos a ir por partes, antes de seguir, esto es, antes de iniciar una nueva etapa en nuestra relación. Porque no me interesa nada en absoluto intercambiar palabras con alguien si no es para airear conciencias y afianzar ideas. Porque el único discurso que me interesa es el que pretende avanzar por el camino del conocimiento, mucho más noble que el que intenta cambiar la actitud de la gente. Porque no comprometo mi vida con el dinero, con los compromisos sociales o familiares, sino con la lectura y la escritura.

Pese a que estamos en la era de la comunicación digital, no comparto esa típica comunicación disminuida, superficial e irreflexiva, que al parecer hay que tener para comunicarse a través de Internet o los teléfonos móviles (del que todavía me resisto a tener uno, por cierto). Ahora todo el mundo comparte los formatos breves, las lecturas diagonales y la aceleración que propician tecnologías como Twitter, Facebook, etc., condicionando un tipo de informaciones refractarias al más mínimo conocimiento. Detesto, pues, ese tipo de comunicación ocasional, fragmentada y carente de profundidad.

Tio Juan conmigo y
JJ.1966
Juan Cervera (centro), con Antonio José Trigo (der.) y Juan Jesús Trigo (izqda.), en el campo de fútbol de Lora del Río, en 1966. Dos años después, Juan Cervera marchó para la ciudad de México DF, donde ha vivido hasta el año 2013.


Me obligas, por tanto, a ser extenso, tras responderme tú de manera tan breve (y con el mismo tono antipático, desagradable, áspero e injusto que hace 20 años) a mis palabras de pésame y solidaridad contigo por la muerte de tu esposa Axaí (Carmen Belén Duque de Estrada y Caso, con la que has convivido durante 45 años, pero a la que yo no he conocido ni siquiera por una foto), donde dejaba entrever que creo en la otra vida al pedir “que el Señor le conceda su misericordia, su satisfacción y los jardines en que disfrutará de las delicias constantes”, y de que considero que la muerte es un entreacto, apoyándome en las palabras de Wilhelm von Humboldt (“la muerte no es un periodo de terminación de la existencia, sino solamente un entreacto, un paso de una forma a otra del ser infinito”), como podía haber escogido un millón de citas de otros para rubricar este mismo pensamiento.

No tuviste en cuenta, siquiera, que era mi primer mensaje, mi primera comunicación contigo, tras 20 años de distanciamiento. Por el contrario, te mostraste de la misma forma que entonces: antipático, desagradable, áspero e injusto.

Esta práctica tuya en el intercambio de mensajes que nos hemos dirigido a lo largo de los años, adolece del típico y tópico error para que una conversación sea agradable: piensas más en lo que quieres decir que en lo que te dicen, y no escuchas demasiado porque enseguida tienes ganas de hablar.

Pues bien, ha llegado el momento de dejar de ser reservado, por mi parte, que ha sido mi manera de respetarte mejor durante estos últimos 20 años en que no hemos tenido comunicación alguna, y de ser ya completamente franco. A estas alturas de la vida, ya sólo me interesa crear espacios que permitan circular a la palabra sincera, sin el más mínimo objetivo retórico de convencer a nadie.

¿Por qué no te limitaste a darme las gracias, y punto? ¿Por qué tu simple acuse de recibo fueron estas solas palabras: “los dichos de los que dicen que saben y realmente no saben, no me consuelan; a mí ya no hay manera que nadie me engañe y menos que yo me autoengañe”? Palabras que no considero como parte de una estrategia de un tipo dolido, siempre a la defensiva; mucho menos, parte de tu característica forma de hablar: mitad en broma, mitad en serio, que no es más que una especie de exasperación o agitación neurótica con la que golpeas tus seguridades para llenarte de dudas, y que acaba siempre en un berrinche personal, porque eres tan auténticamente entusiasta en tus ofuscamientos. No. Aquí hay algo más.

Y ese algo más tiene que ver con toda probabilidad con el malestar que tienes conmigo por mi distanciamiento durante tantos años. Perdona, entonces, que me extienda largo y tendido, y que te conduzca por un repaso vivencial, porque considero necesario que sepas una serie de cosas que quedaron en el tintero hace 20 años entre tú y yo, no vaya a ser que te ocurra aquella certeza de que uno no echa en falta las cosas cuya existencia ignora, porque estas cosas están ahí, a su modo, y ejercen cierta influencia sobre nosotros. Digamos que es como un silencio que uno necesita explicarlo. Te escribo para contar ese silencio. Porque ese periodo de 20 años entre nosotros ha sido de silencio.

En definitiva, se trata de una circunstancia de mi vida que debo salvar para salvarme yo, atendiendo a la famosa frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, aparecida en “Meditaciones del Quijote”. Siempre se ha repetido hasta la saciedad la primera parte de esta frase (“Yo soy yo y mi circunstancia”), omitiéndose desgraciadamente la segunda parte (“y si no la salvo a ella [mi circunstancia] no me salvo yo”). Porque el mundo es un escenario, y lo que nos rodea no sólo es lo inmediato, lo físico, lo histórico, sino también lo remoto, lo espiritual. Así pues, todo lo que aconteció hace 20 años entre tú y yo, y que enseguida te voy a relatar, forma parte de nuestra vida. Lo que entonces dijiste nos persigue. Al reimprimirlo trato de remarcar un destino radical y concreto.

No obstante, quiero decirte antes cuál es mi relación con mis padres, hermanos, familiares, amigos y allegados, teniendo siempre presente el mandato claro referente a aquellos que nos han seguido cuando hemos entrado en Islam y también para los que no lo han aceptado. Dice Allâh, glorificado y exaltado sea, en Su poderoso libro, el Corán:

“¡Vosotros que creéis! ¡No toméis a vuestros padres y hermanos como aliados si eligen la incredulidad en vez de la creencia. Quien de vosotros los tome por aliados, esos son los injustos.
Di: Si vuestros padres, hijos, hermanos, esposas, vuestro clan familiar, los bienes que habéis obtenido, el negocio cuya falta de beneficio teméis, las moradas que os satisfacen, os son más queridos que Allâh, Su Mensajero y la lucha en Su camino… Esperad hasta que Allâh llegue con Su orden. Allâh no guía a gente descarriada.” (Corán, 9: 23-24)

Está bastante claro: aquellos que rechacen a Allâh y a Su Mensajero, y prefieran sus ídolos, sus propiedades y sus valores al Mensaje Profético de Islam, a esos los dejamos sin dilatar nuestra relación con ellos, pues Allâh ha prohibido severamente a los musulmanes tomar por amigos y/o aliados a los no creyentes, incluso si son sus padres, sus hermanos, sus parientes o sus esposas.

Con esta advertencia clara, considero que es necesario, pues, que me extienda en clarificarte algunas cosas, e incluso amonestarte, porque creo que te pasaste hace 20 años, y te sigues pasando de la raya conmigo, porque eres el único miembro de la familia que ha cuestionado y criticado, de manera tan abierta y tan insolente, mi conversión islámica. Te ruego, por tanto, paciencia para leer detenidamente todo lo que te escribo, esperando que todo ello te sirva para que revivas unos hechos de una experiencia pasada, y finalmente recapitules. Los efectos son demasiado contundentes como para dejarlos de lado.

Juan Cervera
2011
Juan Cervera leyendo un poema en México DF, 2011.

La primera parte de esta larga misiva, en la que transcribo palabras tuyas extraídas de algunas cartas que  me enviaste hace 20 años, viene a ser como ponerte un espejo delante de ti, a ver si eres capaz de reconocerte como alguien que hace un uso indiscriminado del abuso emocional.

En la segunda parte, atendiendo a tu reciente recomendación de que relea detenidamente el Sermón de la Montaña, y a tu consideración de que Jesús de Nazaret es el “poeta más hondo y limpio que hemos tenido y tenemos”, te explico sucintamente la refutación del dogma de la Trinidad y algunas otras patrañas cristianas, en las que al parecer tú crees, y que seriamente lamento. Unas falsas creencias que sigues, por cierto, porque te han sido transmitidas por tu esposa, quien al parecer era una devota cristiana católica de rancio abolengo. Pero que en ti no se trata más que de un “meme” (neologismo acuñado por Richard Dawkins en “El gen egoísta”), esto es, una unidad teórica de información cultural transmisible de una persona a otra por contaminación, exposición, y/o imitación. Porque por tu parte no has llegado a creer en esas patrañas cristianas por autodisciplina, sino por condicionamiento. Lo cual significa que dichas creencias en ti están más cerca de ser meros pretextos (algo que simplemente no son verdad) que rígidos patrones mentales, porque todavía te asaltan rotundas preguntas afortunadamente. Sólo espero que no sea muy tarde ya para que puedas crear un nuevo modo de ver la vida y consecuentemente generar un cambio de actitud o mentalidad. Tú mismo.

Pero antes, te voy a poner otro ejemplo de ese carácter desagradable e injusto tuyo, que usaste respecto a tu sobrino Jaime, y que mostraste en un correo electrónico tuyo a tu sobrina Ana María del día 9 de junio de 2005, correo que pude leer porque ésta hizo copia del mismo y lo dejó junto al espejo del salón de la casa de Lora, a la vista de todos; en dicho correo decías: “Nunca he sabido nada directamente de Jaime David. La camarita de TV lo absorbe por lo que advierto. ¿Cuándo es papá? Esta nueva generación de españoles parece estéril. Su hedonismo los ha convertido en seres muy egoístas y ello conlleva a que España se llene de emigrantes. Lo que convertirán en otra comunidad humana muy diferente”.

Desde luego, que con esta forma de expresarte es fácil que te manden a tomar viento fresco (por no decir otra expresión más soez), así de entrada, por bocazas. Ignorabas entonces que tu sobrino llevaba tiempo intentando ser padre, a través de la técnica de la fecundación in vitro. Hubo dos intentos fallidos. Pero pasado el tiempo, tuvieron por fin su primer hijo, y de forma natural; más tarde tuvieron también una niña. Pero no, tú te refieres a tu sobrino Jaime y a toda su generación como gente “estéril”, “hedonista”, “egoísta”. Y lo de la “camarita” de TV (diminutivo de cámara, aludiendo a su trabajo en la televisión pública andaluza Canal Sur) delata, por tu parte, un descarado menosprecio. Y finalmente, por si no has sido suficientemente desagradable e injusto, vas y muestras tu temor de que España se llene de emigrantes ante la ausencia de nacimientos de nuevos niños españoles. ¡¡Intolerable!! Resulta curioso que un emigrante andaluz en México como tú (que encima no tiene hijos) muestre desprecio a los emigrantes que vienen a España a buscarse la vida. ¡¡Grotesco!!

Y podría ponerte más ejemplos, porque en casi todas tus cartas intercalas palabras y expresiones que alcanzan incluso la categoría de trato vejatorio y descalificador, atentando contra la dignidad e integridad moral de la persona.

Pero, vamos al grano, ¿sabes por qué rompí la comunicación y relación contigo hace 20 años? Pues dejé de escribirte y rompí toda relación contigo principalmente por tus infames y vergonzosas calumnias hacia el Islam y el mundo islámico, todo un despliegue continuado de infamias, injurias, calumnias, odio, e incluso xenofobia, expresadas en casi todas las cartas que escribías a tu madre (la abuela Asunción) desde el último tercio del año 1993 hasta 1998 (año en que ésta murió), al saber precisamente de mi conversión al Islam.

Te anoto un par de ejemplos, extraídos de cartas a tu madre, ambas de abril de 1994. Son de las más suaves, porque las que son auténticas calumnias e injurias, me guardo de reproducirlas, porque son expresiones que lesionan mi dignidad, y que incluso considero delitos contra mi honor.

“Hoy los españoles hasta han dejado de ser católicos. Hombre, una tontería. Ninguna religión de fuera es mejor. Pero creo que existen aún españoles conscientes de serlo y no tontos que imitan tontamente lo de fuera. Bien está conocer lo ajeno y comprenderlo y hasta aprovechar lo bueno que pueda tener, pero sin traicionar ni renunciar a lo propio por estúpida novedad”.

“¿Qué tal los veteranos de la familia? Cada quien metido en su ceguera de intereses? ¿Qué me cuentas de Antonio José? Triunfando como Mahoma. Alá le ayude”.

Historia General de Al
Andalus

Y es que parece que no entiendes que una “conversión” es un “cambio de sentimiento”, por tanto, un “cambio de conciencia”. ¿No será, a este respecto, que el ciego eres tú, que eres tú quien cree tener toda la verdad, que eres tú quien carece de humildad? Ciego, porque al continuar con la corriente de la historiografía oficial basada en el mito de la invasión y la implantación del Islam como un ente extraño en la península ibérica, no tienes argumentos claros para ver que Al Ándalus fue un componente esencial de la Europa civilizada. Tal como refiere el profesor Emilio González Ferrín en su libro “Historia general de Al Ándalus” (Editorial Almuzara, 2006), en la estela del historiador Ignacio Olagüe, autor del magnífico estudio “La Revolución Islámica en Occidente” (1974), también titulado y conocido como “Los árabes no invadieron jamás España”, donde defendía algunos aspectos de las teorías del eminente historiador Américo Castro: “Neguemos, por lo tanto, la invasión en su sentido estricto, así como la conquista tal y como interpretamos una conquista: un Estado invade a otro y consolida en él sus modos sociales después de ensayar con éxito sus formas coercitivas. No ocurrió de ese modo. Tampoco creamos a ciencia cierta en la expansión hipertrofiada de un Islam encandilador de geografías: cuanto fue Al Ándalus desde el principio sirvió para proyectar al Islam. Todo nacía y se desarrollaba al tiempo como producto de la interesante orientalización del mundo de las ideas mediterráneas que llegaba a Europa —Hispania—. Había empezado con el cristianismo, y se concluiría con el Islam civilizador”.

Por eso, lamento muchísimo que tu desconocimiento de Islam te haga ser islamófobo. Porque islamofobia es ignorancia sobre el Islam. Lamento, pues, que tengas esa imagen unívoca y reductora del Islam que hacen los medios de comunicación de manera tan intensa, mostrándolo, por un lado, como un mundo atrasado y exótico, y, por otro, como una religión incompatible con las formas de organización social modernas, por tanto, como un peligroso enemigo del modo de vida occidental. En definitiva, una representación del mundo islámico que oscila entre la folclorización orientalista y la demonización.

Este discurso islamófobo por tu parte es lo que hizo que rompiera definitivamente mi relación contigo. Digamos que fue la gota que colmó el vaso, porque éste estaba ya bastante lleno. Los acontecimientos ocurridos en el período 1989-1992 en torno a tu mala gestión en la edición de mi libro de ensayos “La sociedad cafre” (publicado con el infausto título de “La sociedad posmoderna”, sin mi consentimiento), contribuyeron a minar mi confianza en ti.

Pero antes de mostrarte el relato de los acontecimientos en torno a la gestión de “La sociedad cafre”, permíteme un inciso, respecto a tu afirmación en el correo del 4 de junio de 2013, de que yo no tengo “ni la más mínima idea” de quién eres, porque alguna idea tengo. Ciertamente no he convivido contigo, ignoro lo que has hecho o dejado de hacer, tanto en tu intimidad como en tu hacer público, durante tu estancia de 45 años en la ciudad de México DF. Lo único cierto que puedo decirte es que conozco muy bien tu obra poética y literaria, donde cada texto tuyo es un eco de ti mismo; y que conozco y he leído todas las cartas que enviabas a tu madre desde que te marchaste a México DF en 1968, hasta su muerte en 1998. Por tanto, treinta años de correspondencia, donde tú siempre le enviabas una carta diaria, mientras que ella te contestaba escribiéndote una a la semana. Por no hablar de la correspondencia que mantuvimos tú y yo hasta 1993.

Juan Cervera y abraham
Peralta Vélez (Café Jekemir, Mexico DF 2011)
Juan Cervera con Abraham Peralta Vélez (Café Jekemir, México DF, 2011)

Vamos, que aunque hace 20 años decidí cortar mi relación contigo, siempre he seguido tus pasos, leído todo lo que publicabas, y desde que entraste en Internet, todo lo que ahí ha salido, sobre todo a través de tus amigos de Mundo Cultural Chabojos, en el blog de “Vida sin fin”, y otros blogs afines, como “Tierra Húmeda” del joven Abraham Peralta Vélez, o “Signos” de Joaquín Gutiérrez Niño; blogs que abro y consulto con regularidad, precisamente para saber de ti, para leer tus últimos textos, para ver cómo respiras. Y como estoy al día en todo lo que escribes, sé lo que piensas y sientes. Porque no me irás a decir que lo que escribes nada tiene que ver con lo que eres. Si así fuera, apaga y vámonos.

Y es más, aprovecho la ocasión para decirte lo que opino sobre todo lo que estás escribiendo últimamente, que te resumo de la siguiente manera: no me gusta nada. No me gustan esos jueguitos verbales con pretensiones de filigrana lírica  (del tipo: “Le pondría / los cascabeles al gato / negro y ciego de la vida, / y a la gata de los celos, / con gusto, la vestiría / de niñas lunas crecientes / y estrellas enternecidas.”; o del tipo: “El orangután dormido, / el orangután poeta, / soñaba que era león / con un lince en la cabeza. / Soñaba el orangután / con relámpagos y estrellas, / con brisas acariciantes / y lluvias de primavera.”), donde no hay más que juego retórico si los comparamos con otros poemas de tu extensa obra poética, donde sí hay atinado lirismo (ya se sabe: cuando un poeta fomenta para su propia diversión la nostalgia creadora, ésta acaba tendiendo a la diarrea); mucho menos me gustan esos exabruptos en forma de renglones torcidos, descorteses e insolentes, bruscos, ásperos, pesados, donde no hay gracejo, donaire, chispa, agudeza ni ingenio, y que destilan sólo indignación, rabia, decepción, amargura, rencor, y mucho, mucho escepticismo (del tipo alarido hueco: “Estoy encabronado mientras cuento mis años, / ya a tres de los ochenta y pobre como ayer / y hundido en las miserias de mi hoy, / veo crecer mi cabreo, / este cabreo tan mío que, por momentos, / ¡ay desesperación desesperada!, / me amarra como ves de pies y manos.”; o del tipo sofisma: “La vida ¡ay! la vida, / suele desconcertarnos / y nos lleva y nos trae a su capricho / hasta que al fin la muerte / la pone en su lugar, / y quizás, no lo sé, / por fin y al fin podamos / ver a Dios / en el bello supuesto / de que Dios no sea otra / más de nuestras mentiras.”) Porque, ¿no creerás que estos desatinos de “encabronado” puedan considerarse poemas? ¿De verdad lo crees? Si así lo crees te sugiero un título para todos esos textos, para cuando tengas ocasión de reunirlos en un libro: “Sofismas del todavía y otras chácharas”. De haber sido tu albacea, es el título que pondría a todos esos textos, porque no hay mejor albacea que alguien desconfiado e intransigente para administrar un legado, para despejar lo real de la irrealidad, en este caso, los mejores poemas de tu extensa y dilatada obra (aunque nunca conviene olvidar que lo mejor es enemigo de lo bueno) de las chácharas residuales. Porque la poesía no es una diversión disipada, no es un juego, porque en el juego –ya se sabe–, el jugador no se compromete personalmente, vitalmente con su propia acción. No, la poesía no es un juego frívolo en el que se cambian imaginariamente tiempos y lugares, maniobra desesperada de quien quiere huir del propio tiempo, oscilando entre el miedo y el aburrimiento. 

Puedo comprender que estés indignado y tocado ante cómo te ha tratado la vida ahí en México estos últimos años, pero no comprendo, y por supuesto, no comparto, que la indignación, la rabia, la decepción, la amargura, el rencor y el escepticismo te hallan engullido hasta el punto de haberte enrocado en ellos. Porque sólo comprendo el enfado, la rabia, la furia, la ira, y el resentimiento que se siente ante el vergonzoso panorama que uno vive, si ello empuja a la lucha, a la movilización, a la iniciativa para ayudarse uno a sí mismo, principalmente, y si se tercia, para ayudar a los demás a salir de él. De lo contrario, todas esas emociones negativas no harán más que comernos por dentro. Sólo podemos avanzar si sabemos dónde estamos y aceptamos la realidad tal cual es. Intentar ser activos desde la aceptación y no desde la rabia y la indefensión.

Y ya que dices que eres viejo, deberías saber a esta altura de la película, próximo a cumplir 80 años, que la vida no es justa y nunca lo ha sido. Y de que la justicia, tal como la entienden las leyes humanas, es una falacia. En esto, el estoicismo lo tenía muy claro, y deberías volver a recapitular sobre esto, ya que siempre te has considerado un estoico: que no se trata de negar la posibilidad de cambiar las cosas en la vida o en el mundo, sino de saber que hay cosas que se pueden cambiar, que hay otras que no se pueden cambiar, y que la sabiduría consiste en establecer la diferencia entre las dos.

En resumidas cuentas, yo sí estoy al día en todo lo que escribes. Por el contrario, ¿puedes decir tú lo mismo de mí? Difícilmente, máxime cuando yo no ejerzo de Promotor de Mí Mismo como poeta y escritor, como tú, entre otras cosas porque no me interesan las relaciones públicas (mejor dicho,  impúdicas), y porque detesto la autopromoción. Ciertamente lo intenté en una época, entre 1987 y 1992, coincidiendo con la etapa en que dirigí y costeé de mi propio bolsillo la revista de poesía La Cuerda del Arco, y fue ¡tan decepcionante!…

No me gusta nada desenvolverme con habilidad y ventaja en el mundillo sórdido de la gente de letras, tan dominado por intereses creados y cálculos de provecho e influencia. Bien conozco cómo los poetas, en particular, y los escritores e intelectuales, en general, transigen y traicionan sus convicciones, por su vulnerabilidad ante los atractivos de la aceptación social y ante la quimera de la respetabilidad y la influencia. Al fin y al cabo, viven inmersos en la ideología liberal, que los estimulan a poder elegir lo que quieren, cuando escogen sus convicciones, que pasan por la necesidad de engañarse a sí mismos o por la necesidad de considerarse “excepción” de no sé qué destino general. Pura falacia ilustrada.

Desconfío, por tanto, de los poetas y escritores bien relacionados y sus estrategias, basadas en una devastadora amalgama de desdén e ilusión. Soy incapaz de manipular las relaciones públicas, de ceder a fin de imponerme después, de suscitar proposiciones favorables y aprovecharlas, de celebrar alianzas útiles. No, no tengo trastienda ni trasfondo de ambición trepadora. Por el contrario, tengo una intensa vitalidad y mi sinceridad me sirve para atropellar la falsedad de las relaciones humanas. Conmigo, tonterías, las justas.

En cuanto a tu comentario de que “las personas que te tratan cada día” saben cómo eres realmente, al parecer un ser nada egoísta (que por ser así “te pasa lo que te pasa”), donde el “amor” es el principio que te anima (sic), y que el dinero nunca te ha importado (porque has preferido “la tranquilidad de alma que ofrece la pobreza”), todo esto no son más que expresiones de tu “amor propio”, porque el amor propio no nos oculta nuestros defectos, pero nos convence de que éstos escapan a los ojos de los demás. Porque ignoras que lo que uno “es” tiene una realidad, una determinación, más allá de cualquier elección personal, más allá de cualquier elección meramente voluntaria de la identidad. Por tanto, el amor propio, querido tío, es más arrogante que ciego.

Porque es una arrogancia, por tu parte, dejar ver entre líneas que la gente que estamos aquí, por el hecho de que no te tratamos diariamente, no podemos saber cómo eres, vamos, que no podemos conocer algunos aspectos de tu personalidad. Ya te lo he dicho: basta leer tu obra poética con detenimiento para comprobar que cada texto tuyo es un eco de ti mismo, y basta leer tus cartas y mensajes. Y yo soy un atento lector de tu obra y de tus cartas. Porque un poema siempre averigua más que su hacedor. “Una de las grandes recompensas y satisfacciones de escribir poesía —según advirtió el poeta y ensayista alemán Michael Hamburger en su excelente libro “La verdad de la poesía”— es que los poemas le dicen a uno lo que uno está pensando y sintiendo, lo que uno es y ha sido y será, de dónde uno ha venido y adónde va”. ¡Y pensar que en algún momento pudiste considerarme tu albacea, y que yo incluso así me lo creí muchas veces, ejerciendo como tal ante la familia y extraños! ¿Presunción? ¿Aflicción?


Pues bien, entre esos aspectos de tu personalidad mostrado en tu quehacer poético y en tu comunicación permanente con tu madre y con nosotros, destaca sobre otros el egoísmo. Mi padre (que en paz descanse, y que Dios haya tenido misericordia de él) siempre me lo advirtió: que eres bastante egoísta. Ambos lo padecimos, por ejemplo, cuando preparamos algunos libros tuyos de poesía que por aquí se publicaron. Él con “Agonía del azúcar”(Lora del Río, 1973), y yo con “Tiempo de Lora” (Colección Aceña, Lora del Río, 1989) y “Testimonios (Sonetos 1957-1986)” (Universidad Nacional Autónoma de México, 1986; reeditado y corregido en la Diputación de Sevilla en 2005, gracias a las gestiones de tu primo José Pascual Sanchís). Siempre tú y tú, primero; tus poemas y tus poemas, lo primero, ante todo. Y una vez que se publicaron, tras agotar toda la paciencia contigo ante tu neurótica insistencia para que corrigiéramos los poemas, porque cada día llegaba una carta nueva con correcciones e incluso modificaciones de líneas enteras, tuvimos que sufrir tu monumental enfado e ingratitud por algún error cometido, algo que era inevitable ante la ansiedad a la que nos sometías con el chorreo de cartas con correcciones y modificaciones, poniendo en evidencia, no sólo un carácter egoísta y caprichoso, sino una inseguridad fundamental (por mucho que quieras disfrazarla de rigurosidad) acerca de lo que escribes, que hacía imposible que tuviéramos la tranquilidad necesaria para una correcta edición. Y es que parece que para ti los demás sólo existimos para sacarte las castañas del fuego. Porque, ¿tú que haces o has hecho por nosotros, aparte de dedicarnos algún que otro poema durante estos 45 años, donde tan sólo nos hemos visto unos días en 1978 y otros tantos en 1980, las dos únicas ocasiones que has venido a tu tierra durante tan largo periodo de tiempo?

Portada Sociedad
Cafre

Pero para colmo de egoísmo –y ya así entramos en harina, en el relato de aquellos acontecimientos que iniciaron la ruptura de mi relación contigo—, el acontecido alrededor de la gestión de mi libro “La sociedad posmoderna” (1992), cuyo manuscrito diste en 1989 a Raúl Macín Andrade para que lo publicara, desentendiéndote por completo hasta que se publicó con ese infame título, cuando en realidad se titulaba “La sociedad cafre”. Y además con una portada horrorosa, muchísimas erratas, entre las más graves: los cambios de títulos en algunos capítulos. Si no se entendía lo de “cafre” (que además se explicaba muy bien en el epígrafe), era muy sencillo haberse puesto en contacto conmigo para encontrar otro título, así como haberme enviado las galeradas para su corrección final. Pero claro, tú eludiste tu responsabilidad como albacea de mi libro, dejando de mantener un contacto estrecho con Macín, cuando después supe que tú sí te preocupabas del libro tuyo que también gestionaba este tipo para su publicación.

Tras darle mi libro a Raúl Macín (al que definías como “gran amigo”), me escribiste (carta tuya de 24 de noviembre de 1989) que sin él haberlo leído lo había aceptado. Me decías que para 1990 saldría impreso, y que tú ibas a escribir un prólogo (que yo nunca te pedí que hicieras, y en el que te referías al libro con el título cambiado: “La sociedad posmoderna”, lo cual delataba tu complicidad —¿o quizá deba decir autoría?— en dicho infame cambio), y que llevaría foto mía (que no salió) y nota bibliográfica (que tampoco salió), y tal y cual. Y que no me preocupara. No obstante, me diste tu valoración del libro de la siguiente manera: “A mí me parece un excelente ensayo, quizá muy académico y erudito, pero importante. Tal vez le falte más vivencia al autor, pero considero que es importantísimo decir todo eso a esta canalla de farsantes. Aunque la realidad es harto compleja y uno no puede presuponer que tiene toda la verdad. La humildad la dan los años, y la experiencia real, y no libresca. Vendrán otros ensayos tuyos más hondos y sustanciales todavía. Me gustas más como ensayista que como poeta. Tienes y pones orden en tu mente. Eso es bueno, aunque yo no podría ser tan minucioso. Te felicito. Y sigue estudiando y viviendo”.

Si tenías serias dudas sobre este libro mío de ensayos, ¿para qué puñetas escribiste el prólogo –que yo no te pedí que hicieras— en el que decías (¡hipócritamente!) que estamos ante un libro que “es una flecha de luz que apunta hacia el hombre integral”; un libro “ante el que no caben los engaños, y que permite vernos tal como somos, en la decisiva contienda que la humanidad protagoniza, dividida por sus propios ocultamientos y por su terror a vivir en la verdad, mientras insiste en las manipulaciones estériles”; un libro que “es una invitación a penetrar en un nuevo testamento: el de la valiente ruptura con la hipocresía convenenciera que nos está destruyendo a nivel planetario”; un libro “que marcará una pauta muy especial en la historia contemporánea del pensamiento, en su lucha por develarnos la nueva realidad”; un libro que es, en definitiva, “un desafío a nuestra conciencia”?

Tras esta evidencia de “hipocresía convenenciera” por tu parte, no te puede molestar que te diga que tienes los dos males del mentiroso —según advertencia de Baltasar Gracián: que ni crees ni eres creído. Algo que es lógico y natural que te diga, porque siempre te has guiado por el apresuramiento y la incertidumbre, principios que fortalecen el engaño, en lugar de la investigación y la dilación, principios que fortalecen la verdad.

Sin embargo, lo peor de todo es tu actitud moralista en la valoración del libro (dando a entender que me faltaba experiencia real y de que adquiriría la humildad con los años, como si yo me arrogara tener toda la verdad sobre esta realidad harto compleja), evidenciando que eres bastante quisquilloso o, lo que es lo mismo, rencilloso. Actitud moralista que incluso empleas en tu propia obra poética. Cuando un moralista no es, por definición, poeta. ¡Una pena!. Esa parte de tu poesía es, por cierto, la peor de todas. Al igual que nada es más atroz que aplicar la palabra “oficio” a un poeta, que ejerce como tal hasta cuando estornuda.

Un poeta de verdad no va en pos de una quimera o una entelequia vana, va en pos de la realidad, observando, anotando, viajando, no siendo finalmente más que un simple hermano de los seres y de las cosas, como dijo el poeta chileno Jorge Teillier. En cambio tú, prefieres seguir creyéndote que eres “el último ejemplar / de una especie en extinción”: “el último poeta / que rima flor con amor, / que rima vuelo con cielo, / y cuna con luna rima / y poesía con fantasía”, como dices en un poema escrito el 6 de enero de 2011; prefieres considerarte, en suma, “excepción” de no se sabe qué destino general, “el último ejemplar / de una especie en extinción, / sin ninguna protección, / que, contra viento y marea, / continúa en la pelea / de vivir con pasión / y escuchando / el hondo y bello dictado / de su siempre enamorado / corazón.”

Atrapado en el círculo vicioso de tu poesía, donde recurres a todo tipo de sofismas populistas al carecer de argumentos válidos para demostrar o defender una poderosa poética, una voz reveladora de lo íntimo del Todo, que no tienes. El sofisma populista más utilizado por ti tiene esta estructura (teniendo en cuenta el anterior fragmento de poema citado): para la mayoría flor se asocia con amor, vuelo con cielo, por lo tanto, rimas flor con amor y vuelo con cielo. Mediante este ardid —utilizado hasta la extenuación en tu obra— apoyas tu oficio como poeta basándote en que es la opinión común de la mayoría de la gente. Al atribuir la opinión propia a la opinión de la mayoría, y deducir de ahí que si la mayoría piensa eso es que debe ser cierto, estás jugando con una premisa que normalmente es falsa o cuando menos dudosa, porque partes de la falsa intuición de que el pueblo tiene autoridad: “todo el mundo sabe que…”, o “todo el mundo lo entiende…”. Realmente pretencioso el uso que haces en tus poemas de estos sofismas sobre la literatura popular, que ya han sido denunciados, por cierto, por gente lúcida e inteligente, tal el caso del escritor argentino Ernesto Sábato, quien en su libro “El escritor y sus fantasmas” fue bastante taxativo: “El pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda sabiduría y de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín de la historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y por retórica para chicas semianalfabetas y cursis. Acaso el pueblo, tal como existía en las primitivas comunidades, tenía un sentido profundo y verdadero del amor y la muerte, de la piedad y el heroísmo. Ese sentido profundo y verdadero que se manifestaba en la mitología, en sus cuentos folklóricos y leyendas, en la alfarería y danzas rituales. Cuando el pueblo estaba aún entrañablemente unido a los hechos esenciales de la existencia: el nacimiento y la muerte, a la salida y puesta del sol, a las cosechas y al comienzo de la adolescencia, al sexo y al suelo. Pero ahora, ¿qué es, realmente, el pueblo? Y, sobre todo, ¿cómo puede tomárselo como piedra de toque de un arte genuino cuando está falsificado, cosificado y corrompido por la peor literatura y por un arte de bazar barato?”. En conclusión, “sólo los grandes e insobornables artistas son los herederos del mito y de la magia, son los que guardan en el cofre de su noche y de su imaginación aquella reserva básica del ser humano, a través de estos siglos de bárbara enajenación que soportamos”. Sólo ellos —“los grandes e insobornables artistas”—, querido tío, colocan el mundo en un plano en el cual adquiere su verdadero valor espiritual, con voz sorda, sin pretensiones ni alaridos huecos.

Pero no, tú prefieres seguir creyendo en tu poesía como si fuera una religión, lo único de este mundo que al parecer te consuela, a pesar de todo, sin mostrarte nunca escéptico respecto a las caricias prometidas de la posteridad, al menos en tu pueblo natal, donde ya disfrutas de una calle con tu nombre y un busto de bronce en una plaza pública, y donde muy pronto no podrás salir de casa sin hacerlo bajo palio, porque te van a desbordar los emotivos homenajes. En otras palabras, has hecho de tu propia poesía un ídolo al que adoras diariamente, incapaz de auscultar más allá de las palabras, por tanto, incapaz de conocer los hilos invisibles que unen todas las cosas, limitándote a cantar, no para los oídos del espíritu, sino para los oídos de la carne, porque todavía sigues debatiéndote en el dilema de todo poeta “providencialmente agnóstico”: “Creo en Dios y no creo en Dios, / me la paso hablando solo / y entre tu cuerpo y mi cuerpo / hay un mar de sueños rotos.” (según dices en un poema tuyo de mayo de 2012). Nada, tú a lo tuyo, al culto grafómano de tu obra incierta como testimonio de una cotidianeidad poética, donde cada libro es un subterfugio, pues no es más que una colección de poemas acumulados de entre los cuales sacas un material que juntas, reúnes, para darle forma, parcial, de libro. Eso sí, sin perder jamás el modal poético del estornudar.

Pues bien, hasta el día 10 de enero de 1990 no me enviaste la dirección de Raúl Macín, que ni siquiera te dignaste en darme personalmente, sino a través de la abuela Asunción, en carta fechada a ella el 16 de diciembre de 1989. En esta carta a tu madre, escribes: “Este señor es la clave para la edición de su libro. Quiero que le escriba, [y que] le pregunte si ya leyó ˝La sociedad cafre˝, pues sabe que yo le dejé el original y que le agradecería mucho verlo impreso con el sello de su editorial aquí en México. Por favor que lo haga, yo ya he hecho mi parte, pero es importante que él por vía carta hago lo suyo. Estaremos pendientes de los efectos y lo tendré informado. Pienso que todo va por muy buen camino”.

Te limitaste en darle el manuscrito del libro, y punto. Pasó el tiempo, y el 28 de abril de 1990 me escribes: “respecto a Raúl Macín no lo he visto para nada. Con la enfermedad de Axaí he andado zombi. Espero en Dios, frase muy de aquí, que mucho me gusta, tener tiempo para verlo y saber cómo va todo. Él me aseguró que saldrían nuestros libros para julio. Pero sabemos que no hay nada definitivo”. A continuación, para variar, pasas a hablar de ti mismo y de tus otros proyectos literarios de entonces: “El soneto” y “Letanía solar”.

Escribí entonces (enero de 1990) a Raúl Macín, quien me contestó el 31 de julio de 1990, donde se lamentaba al principio de que yo no recibiera su carta del 17 de enero (dudo mucho de que me escribiera acuse de recibo a mi primera carta), y a continuación me informaba “respecto a su libro La sociedad cafre” [ponía el nombre del título original, y no me decía nada respecto a su posible cambio], y comentaba que “la situación actual es la siguiente: el libro ya está tipografiado y se están corrigiendo planas. Esto quiere decir que lo vamos a publicar. Nuestro ritmo de producción es lento porque somos editorial pequeña y asediada por la crisis. Es por esto, que no sabemos cuando estará listo. Esperamos que para fin de año. Le suplico nos tenga paciencia. Pensamos publicarlo en una serie que se llama Quinto Centenario de la Conquista de América”. Menos mal que finalmente el libro no salió bajo este epígrafe, sino dentro de una colección llamada Claves de Análisis, porque hubiera sido otro adefesio más en su edición.

Volví a escribirle, pero hasta enero de 1992 (casi dos años después) no recibí noticias de su parte, una breve nota de compromiso, sin entrar a comentar nada sobre el cambio de título, y un ejemplar de mi libro. Total, que Raúl Macín nunca me dijo nada de por qué se había cambiado el título al libro, ni de ningún otro pormenor (contrato, ejemplares que me podían pertenecer, derechos de autor, modos de distribución, etc.). Un auténtico rufián.

La poesia realidad sin
nombre


En medio de este proceso, el 4 de diciembre de 1991, tú me escribes acusándome recibo de mi ensayo “La poesía fue una vez una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad” (Ediciones Volatinero, Sevilla, 1991), y me dices: “me río de estos ensayos llenos de citas. Para mi la poesía es otro asunto. Tal vez una confesión de algo que suponemos saber y no sabemos, y sobre todo un acto de fascinación. No creo en las explicaciones de la poesía o la vida. La poesía está o no está y la vida se vive o se muere, y salen sobrando los enredos, pero allá cada quien con su cuento. Pero a esta ya no me trago ningún cuento”. Y por si no fuiste demasiado desagradable e injusto, a continuación pasas a criticarme la colección de poesía La Cuerda del Arco que entonces yo editaba y financiaba con mucho esfuerzo, cuestionándome su formato y demás de la siguiente manera (a propósito de un ejemplar del libro de Pepe Pons que edité en dicha colección, y que te había enviado), porque tenías un libro inédito y querías editarlo: “Con gusto lo haría en La Cuerda del Arco si tuviera dinero para pagar la edición, pero no… Esperaré y ya saldrá por aquí, alguna universidad o alguien que lo sufrague. Yo no dispongo de medios económicos. Por otra parte, esas ediciones así largotas no me hacen gracia. Prefiero más los libros con aspecto de libro, no soy de los que fríen los huevos con aceite de coche, y en vez de papas le ponen recortes de periódicos. Nadie respira por las orejas. Todos seguimos respirando por la nariz. Desconfío de los renovadores”. ¡Quién fue a hablar: tú que has publicado en papel de estraza, en papel similar al papel higiénico, en editoriales menores de todo tipo, en formatos que nada tienen que ver con el formato libro! ¡No tienes perdón de Dios!

Todo eso me hizo pensar que, en realidad, no sólo no has tenido nunca sentido autocrítico —que también—, sino sobre todo que como poeta no has sabido protegerte de ti mismo, no has sabido fijar límites a tus propias quimeras, publicando por aquí y por allá por puro capricho, sin tener el más mínimo temor de no saber resistir al último poema. No, no tienes conciencia del peligro para la salud mental que supone ese encontrarte siempre libre en lo que se llama “vuelo poético”, ese exclusivismo de escribir diariamente un poema “de golpe y porrazo”. Porque no importa que seas un maestro en no dejar distancia entre lo que dices y el modo en que lo dices. ¿De verdad que no eres capaz de reflexionar, antes de publicarlo, que ese poema puede ser chueco y desproporcionado, malo o incompleto y, por ende, un fracaso?

Nada, tú a lo tuyo, a seguir ejerciendo de poeta-bocazas, hablando y escribiendo más de lo debido y de forma indiscreta: “Sólo sé / que yo seguiré escribiendo, / ya que lo mío es escribir / y escribir contra el silencio /  lo que no puedo callar / y, aún más, callarme no quiero.” (poema del 20 de enero de 2011). ¿No has pensado nunca que esa voz adquirida, luego de tanto trabajo, puede ahora limitarte, ser tu enemiga, al seguir recurriendo a lo que te identifica, te garantiza y facilita, porque no eres capaz de salir de ti, de tu encasillamiento, tu enquistamiento?

Y tras esas necias excusas por tu parte para no publicar en mi colección de La Cuerda del Arco, en esa misma carta, por fin, me escribes: “Respecto a Raúl Macín, lo vi el otro día. Tu libro y el mío están en marcha. La verdad es que el hombre está casi en la ruina, y ha hecho y hace un esfuerzo sobrehumano por no cerrar su pequeña, pero honesta y vertical editorial. Es de agradecerle que se gasten un dinero en publicar libros”.

El poema está en las
palabras

Y, mientras tanto, en carta tuya de 27 de marzo de 1992 me respondes al envío que te hice de mi otro ensayo “El poema está en las palabras, sólo hay que sacar lo que sobra” (Colección Abolays, Sevilla, 1992), de la siguiente manera: “Resulta interesante, aunque tu ensayo no me lo parezca tanto. Eso de explicar lo inexplicable me parece muy gracioso. Enredos mentales. Si te divierte me parece bien. Tipográficamente me agrada y me gustaría publicar ahí mi ensayo humorístico ˝La Falacia de la Fama˝ o ˝Los poetas y los retretes en el siglo XIX˝”. Aquí ya, aparte de ser desagradable e injusto, como de costumbre, te salió esa pizca cínica que salpimienta tu estoicismo.

En esta misma carta, a continuación me decías: “Ah, de Macín no sé nada. Además no te tenido tiempo de llamarlo. ¿Para qué? Si hubiera algo, él me avisaría. Es un hombre enfermo y su negocio está mal. Él es una bella persona, pero hay que tenerle toda la paciencia del planeta. Yo confío que esos libros salgan este año. Pero si hubiera que ˝actualizarlos˝ quiere decir que nacieron muertos. Y lo que nace muerto no vale la pena”. Es evidente tu despreocupación en el seguimiento del libro y, como no, tu egoísmo, pues tras rechazar mi ensayo de manera tan lerda sin entender nada de nada (y “ni falta que hace”, te dirás a ti mismo, con tu habitual simpatía), vas y me pides que te pase a limpio un par de trabajos tuyos: uno sobre los gatos y otro titulado “De sobresalto en sobresalto”, preguntándome enseguida qué editoriales había en Sevilla para colocar estos libros. Yo, yo, yo, yo, y luego los demás. Egoísta y vanidoso. A lo mejor es que te crees como dijo Terencio en una de sus obras: “yo soy mi prójimo” (perfecta definición del “amor propio”). ¿Quién sabe?

Un mes después, el 20 de abril de 1992 me escribes: “Hace un rato sonó el teléfono. Era Raúl Macín. Me dio la noticia de que tu libro ya está bien. El próximo martes 28 dispondrá de ejemplares en su oficina y me dará algunos para que te mande”. Pero, en carta-nota tuya una semana después, el 28 de abril de 1992, me comunicas: “Dado que aquí nadie sabe lo que quiere decir Cafre, se le cambió el título a tu libro. Espero no te moleste. Fue necesario para interesar a los lectores. Lo otro aquí estaba en griego”. Con esta simple nota, sin más, me enviabas un solo ejemplar del libro. Esto, entre rufianes, es una clara política de hechos consumados.

Y en carta posterior, del 2 de julio de 1992 me escribes, a modo de autojustificación: “No sé cuál sea la situación real de Macín. Creo que es la enfermedad y el dinero. El hombre no anda muy bien, pero podría haberte escrito una carta… Se podrían tantas cosas. Con razón me hablas del terrible pecado por omisión. Gran pecado. Todo lo que dices en tu carta es harto razonable y es lógico irritarse. Yo también me molesté cuando supe lo del cambio del título del libro, pues no me consultaron tampoco. A mí me gustaba mucho más lo de Sociedad Cafre. Además quedaba explicado. Estoy tan disgustado o más que tú. Ahora ya no cabe otra que ver cómo enderezar este triste entuerto. Yo tampoco entiendo, pero entender esto no es fácil. Llevas la múltiple razón al decir que desconfías”.

Esto es, en abril de 1992 me dices que se quitó la palabra “cafre” del título del libro porque ahí en México nadie sabe lo que quiere decir, que es como si estuviera en griego, y en julio de 1992 me dices, por el contrario, que a ti te gustaba mucho más lo de “sociedad cafre”, porque además quedaba explicado. ¡Esto es una pillada en toda regla!

Ciertamente, quedaba bastante claro en el epígrafe del libro qué quiere decir “cafre”. Epígrafe que, por tanto, fue suprimido de la edición, al suprimirse dicha palabra en el título, resultando un auténtico atentado contra la perspectiva en el entendimiento que yo había querido que tuvieran los posibles lectores del libro. Una palabra que deriva del árabe “kufr” (“ocultar, “encubrir”; por tanto, no es griego), que tiene que ver con un modo de estar en la vida, no con un modo de pensar. Porque el “kafir” (el cafre) no es alguien que piense algo contrario a la verdad, sino alguien que tiene una postura activa en la destrucción del mundo, y lo hace ocultando, encubriendo su belleza y su verdad, por el placer de la destrucción que ocasiona o el beneficio que saca por esta destrucción. Por tanto, decirle a alguien “cafre” no es atribuirle algo negativo en el plano intelectual, mucho menos en el de la fe, sino en el vital. De hecho, en castellano ha quedado esta palabra para designar a alguien que no es civilizado, alguien zafio, rudo, violento.

En este orden de ideas, donde mejor se ha comprendido el sentido de la palabra “cafre” es en Islam. No en vano, deriva de la palabra árabe “kufr” (en plural, “kufâr”), con la que se designa, no a alguien opuesto a Islam, sino a alguien que tiene el corazón enfermo y  que vive desordenando el mundo. “Ser kafir —según advierte Abdelwahid M. Al-Kurtubi— no es para los musulmanes una ˝cuestión ideológica˝, sino una actitud en la vida. (…) El Islam no es cuestión de pensar de un modo, sino lo contrario a una actitud brutal en el trato con la Tierra y los seres que la pueblan, de la que deducimos que para el musulmán todo en el cosmos no está bajo el control del hombre, sino que la existencia tiene sus propias leyes de autogobierno, a las que llama Allâh, y ante lo que se postra, en señal de sumisión.”

En suma, con el cambio de la palabra “cafre” por la palabra “posmoderna” en el título del libro, se abortó la posibilidad de entenderlo en su conjunto tal como yo había previsto. Por lo que fue, te lo digo por última vez: un auténtico atentado, una fechoría difícil de olvidar.

No obstante, por fin reconociste, al menos un poquito, que las cosas se hicieron mal. Pero lo peor de toda esta historia fue enterarme por ti mismo cuál es la relación que sueles tener con este tipo de gente, porque a renglón seguido vas y me haces una triste confidencia: que tú “cultivas la amistad con esta fauna…, más allá de lo necesario para la sobrevivencia”. Esto es, quieres decir claramente que te desenvuelves con habilidad y ventaja en ese sórdido mundillo de la cultura, haciendo bien tus cálculos de provecho e influencia, traficando con vanas complacencias, asiduidades, cortesías, con halago y astucia, sólo para satisfacer tus deseos de publicar tus libros y tus artículos periodísticos. Este proceder tuyo, ¿cómo quieres que lo interprete? Sin comentarios.

Finalmente, alrededor de año y medio después, el 1 de septiembre de 1993 me escribes que la editorial quebró, de ahí que sea difícil conseguir ejemplares y mandarlos, y de que era un “grave error” que yo pensara que Macín y sus secuaces de la editorial eran unos “sinvergüenzas”, porque “los pobres gastaron su dinero y lo perdieron para siempre. Nada más lejos aquí que utilizar a nadie como negocio editándole un libro. ¡Por favor!”. No seas iluso, esos tipos jamás perdieron dinero en la edición del libro, porque su sello editorial coeditó con el Instituto Politécnico Nacional de México, es decir, que casi todo el dinero es muy probable que lo aportara este instituto público. Macín & Cía. se limitaron a poner en los créditos el nombre de su editorial: Claves Latinoamericanas (con el que sin duda editaron y publicaron otros libros con su propio dinero, algo que no cuestiono), haciéndose cargo del proceso de edición (maquetación, diseño, correcciones, distribución, etc.), no más. Conozco bien este tipo de coediciones con universidades y/o organismos públicos, pues trabajé un tiempo en una editorial que tenía este tipo de colaboraciones con universidades y organismos públicos, que son realmente las que aportan el dinero. Es más, la editorial se lleva incluso un porcentaje por el trabajo realizado en la edición de los libros. Así que no pierden nada, sino que ganan. Por lo que te reitero, digas tú lo que digas, Raúl Macín Andrade actuó como un rufián en la gestión de mi libro.

En definitiva, hubo una mala gestión por tu parte, no digamos por parte de Macín, respecto a ese libro, del cual éste —que, por cierto, murió en enero de 2006, cuando intentaba reavivar una segunda etapa editorial de Claves Latinoamericanas en España, buscando seguramente nueva gente que embaucar—, sólo me envío un solo ejemplar, porque los otros seis ejemplares que me llegaron recuerdo que me lo enviaste a través de un amigo tuyo que viajaba a España. Un libro en el que yo tenía puestas muchas expectativas para poder moverlo por aquí en ciertos ámbitos culturales donde quería introducirme para una salida laboral en forma de colaboración. Ya entonces, por ejemplo, colaboraba habitualmente con reseñas, artículos y ensayos en el suplemento cultural “Cuadernos del Sur” del Diario de Córdoba, aunque sin cobrar ni un euro, y esta decepción editorial de “La sociedad cafre” me hizo desistir de continuar colaborando, máxime cuando algunos de los ensayos de este libro habían salido en dicho suplemento. En resumidas cuentas, el libro —del que tan sólo obtuve finalmente siete ejemplares— fue todo un fracaso como edición, y no pude colocarlo en ningún sitio como tarjeta de visita.

Ah, si hubiera sabido entonces que Raúl Macín Andrade era (además de escritor, poeta, bohemio, mecenas, editor, comentarista de radio, articulista, defensor de derechos humanos, ideólogo, teólogo, ecuménico, etc.), ex pastor de la Iglesia Metodista que se adhirió al Partido Comunista Mexicano, ten por seguro que mi libro no hubiera llegado jamás a sus manos. 

Todo aquello me tocó profundamente. Y decidí no confiar más en ti. Si a esto añado tus infames y vergonzosas calumnias, a raíz de mi conversión al Islam, acontecida poco después (en agosto de 1993), y que fueron constantes en las cartas que escribías a tu madre, era lógico y natural que dejara de comunicarme contigo definitivamente.

Hasta aquí el relato (a modo de espejo) de los acontecimientos de hace 20 años. Y si finalmente no te reconoces en ellos, peor para ti, porque a mí sólo me ha importado —dicho a la manera orteguiana— salvar una circunstancia de mi vida para salvarme yo. Porque esa dignidad, ese derecho que le otorgo de ser recordado, nace de una especial significación en mi vida.




No soy persona de ajustes de cuentas. Ahora bien, aquel que usa desagradables e injustas palabras para negarme algo, debe saber que una venganza valiente nunca llega demasiado tarde. Entonces, sentí indignación, y no estaba dispuesto a perdonar ni olvidar, dado que “perdonar u olvidar —como muy bien dijo Schopenhauer— significa echar por la ventana una ya preciosa experiencia”; pero, pasado el tiempo, no he sentido tomar revancha contra ti aunque fuiste injusto conmigo, porque ahora sí puedo conceder la nobleza del olvido del pasado, con todas sus burlas, y tratarte incluso —a efectos de medida correccional— con sincera y decidida consideración, siempre y cuando no te tomes a mal el hecho de que te tenga que regañar justamente, porque como ya eres más viejo y más irritable....

Hasta ahora, creí que mi silencio mudo durante 20 años fue mi venganza mayor. Pero tras comprobar que sigues por las mismas andadas, fue de justicia tirar a dar para salvaguardarme. Y no porque me haya sentido irritado, agraviado u ofendido por alguien que se ama a sí mismo más que a nadie. No hay motivos. Sino porque no puedo más que estar agradecido: fui cumpliendo años, adquiriendo experiencia y, sobre todo, una complejidad sentimental e intuitiva para desenmascarar a quienes —viendo la vida a través de figuras retóricas como el calambur o el juego de palabras o, lo que es lo mismo, de pequeñas trampas de tahúr obstinado— disfrazan la verdad con gracia, incluso, a veces, de manera tresdoblada, esto es, dándole tres dobleces. 



fantasía
romántica-sermon-de-la-montana
Fantasía romántica de Jesús durante el inexistente Sermón de la Montaña.


A continuación, vamos a entrar en otro terreno, teniendo en cuenta tu último correo del día 4 de junio de 2013, donde me recomiendas la lectura detenida del Sermón de la Montaña, y donde defines a Jesús de Nazaret como “el poeta más hondo y limpio” que ha habido jamás, agraviando de camino –sin venir a cuento— a Rumi, Hafiz y Omar Khayyam “y demás glorias de la poesía universal”, como simples “malabaristas verbales”. Es curioso que los tres nombres de poetas que das –de todos los grandes poetas que ha habido en la humanidad, en todas las culturas— sean del mundo islámico, lo cual no puedo más que considerarlo como otra afrenta e injusticia más de tu parte, así veladamente, hacia el Islam.

En cuanto al citado Rumi (según tú, un “malabarista verbal”), ya te contesté en su día en un artículo mío dedicado a tu poesía, publicado con el título “La fragancia del fervor: a propósito de la poesía de Juan Cervera” (revista Empireuma, nº 12, Orihuela, Alicante, 1988), y que como al parecer no lo recuerdas te lo vuelvo a repetir: “Rumi mostraba un asombroso desprecio por su poesía, a la que consideraba como ropaje, porque lo único que le importaba era comunicar una gnosis. En cierta manera, daba a entender, que una vez separada la escoria de la poesía, sólo el oro de la liberación importaba. De ahí que esas suposiciones falsas y superficiales que ponen la poesía al mismo nivel que el Principio Único, son absurdas. De hecho, creer en la poesía como Absoluto es dar gato por liebre, remedio de quienes no creen en Dios, o si creen, al menos, en un Dios tan lejano y frío, que más bien parece su creencia una máscara social con la que ocultar su verdadero agnosticismo, tomando como último recurso la poesía como redención de la vida. En este caso, el triunfo de la poesía se convierte, por esto mismo, fácilmente, en una derrota del hombre. Así pues, no basta con afirmar sin cesar la existencia de Dios, cuando, por otro lado, no se duda en compararlo con cualquier objeto manifestado, como si pudiese haber dos realidades esencialmente distintas, lo cual demuestra que una falla infranqueable en el espíritu contemplativo del poeta, que le hace tender a encerrar la realidad en uno solo de sus grados: la existencia sensible, con exclusión de la existencia inteligible. ¿No sería mejor poetizar que nada puede situarse ˝fuera de˝ o ˝al lado de˝ Dios? Juan Cervera no va más allá, y por tanto no llega a la gran verdad de que más que buscar a Dios hay que dejarse buscar de Él, para lo cual hay que comenzar porque el corazón no se aferre a las cosas de este mundo, es decir, no reducirse a agitar simples ˝contraseñas˝, dentro de un vitalismo exacerbado. Dios es quien nos busca, por lo que es preciso desterrar toda inercia, todo temor, toda duda, pues el mundo no es disonancia, sino armonía, y la existencia no es ˝inclemencia˝, sino ˝reverencia˝”.

Palabras que al aparecer nunca entendiste, porque continúas poniendo la poesía al mismo nivel que el Principio Único, como delata estos versos tuyos del 28 de mayo de 2010:

“Que no muera la Poesía,
que si la Poesía se muere
Dios se morirá con Ella
y, con Dios, la Creación misma.”


Por otra parte, lamento muchísimo que estés atrapado en las visiones estereotipadas y panorámicas del Islam a través de los medios de comunicación, frente a los discursos bien hilados y argumentados. Lástima que te quedes en lo audiovisual, lo esquemático y anecdótico, que los medios de comunicación (cuyos conglomerados mundiales son controlados mayoritariamente por judíos) lanzan sobre Islam y el mundo islámico, mostrando la tendencia al amarillismo y a la insustancialidad, a la manipulación y la tergiversación. Modos de ver y leer que soslayan el esfuerzo intelectual, la lectura sosegada, para comprender e interpretar con sentido lo que es Islam y lo que ocurre realmente en el mundo islámico. Prefiero saber que lo que te ocurre es que tienes una seria carencia de orientación crítica argumentada para comprender todo esto, antes de creer que tienes mala intención o, lo que es lo mismo, mala baba. Aunque muchas veces tengo serias dudas.

Pero a lo que vamos, al Sermón de la Montaña. Recuerdo, a este respecto, un largo poema tuyo titulado “Bienaventurados” del año 1987, donde haces una glosa de este sermón, y que me enviaste entonces con esta recomendación: “por nada del mundo vayas a dar a conocer este texto en menos de un año. No debe ver la luz hasta 1988. Así sea. Gracias”. Ignoro las verdaderas razones de esta recomendación tuya, y sé ciertamente que este poema no está incluido en ningún libro tuyo. Pues bien, en este poema (aparte de unas justas consideraciones cristianas alrededor de las bienaventuranzas), incurres en el error de creer en la patraña de la Trinidad.
Para empezar, debo decirte que este Sermón de la Montaña es una pura invención, pura literatura, porque en realidad nunca existió, siendo simplemente una compilación de las primeras enseñanzas de Jesús, tal como se muestran en Mateo y Lucas, a partir de unos cuantos miles de manuscritos, sobre los cuales los especialistas todavía no se han puesto de acuerdo, dadas las múltiples contradicciones que hay entre ellos, así como las numerosas inconsistencias, que han creado una variedad aturdidora de interpretaciones descontextualizadas, refractarias a la complejidad y faltas de rigor, tanto como recepciones ocasionales, fragmentadas y carentes de profundidad analítica. De hecho, los grupos teológicos siguen discrepando todavía respecto a qué libros deben ser incluidos en la Biblia. Hay más de 5.700 manuscritos griegos y aproximadamente 10.000 manuscritos del latín y sus variantes vulgares, a las que hay que agregar otras variantes de la antigüedad (en siríaco, copto, armenio, georgiano, etiope, nubiano, gótico, slavónico, etc.), de todo o parte del Nuevo Testamento, y ninguno de ellos es exactamente igual en todos sus detalles, siendo algunas de estas diferencias muy significativas. En total, se estiman unos 400.000 manuscritos. Y encima, ninguno de los manuscritos originales ha sobrevivido al período cristiano temprano. Los manuscritos completos más antiguos (el Vaticano No. 1209 y el Códice Sinaitic Syriaco) tienen fecha del siglo cuarto, trescientos años después de Jesús.  ¿Y los originales? Perdidos.  ¿Y las copias de los originales?  También se perdieron.  Los manuscritos más antiguos son copias de las copias de las copias, de las que nadie sabe de dónde salieron las copias de los originales.
¿Qué tienen entonces los llamados cristianos? Una convención inventada por unos escribas y copistas manipuladores. El número de alteraciones deliberadas, hechas en el interés de la doctrina, es difícil de evaluar, pero lo que sí se sabe es que los escribas corrompieron sus textos por razones teológicas. Se introdujeron errores en forma de adiciones, tachaduras, substituciones y modificaciones, con el resultado de que el Nuevo Testamento es una mezcla de textos. Los especialistas estiman que al menos nueve de los 27 libros del Nuevo Testamento son sospechosos, y todas las epístolas también.
Y en cuanto a los autores de los evangelios, todos son desconocidos. Los estudiosos bíblicos raramente, si alguna vez lo hacen, atribuyen la paternidad literaria del evangelio a Mateo, Marcos, Lucas o Juan, porque realmente fueron escritos por otras personas, escritores cristianos durante la segunda mitad del primer siglo después de Cristo. En otras palabras, que los discípulos de Jesús poco o nada tienen que ver con la autoría de los evangelios. Para empezar, Marcos era un secretario de Pedro, y Lucas un compañero de Pablo, siendo tan sólo Mateo y Juan verdaderos discípulos, aunque los estudiosos modernos los inhabilitan como autores. ¿Por qué? Múltiples fuentes reconocen que hay bastante evidencia, además de los testimonios cuestionables de autores del siglo segundo después de Cristo, para sugerir que el discípulo Juan era el autor del Evangelio de Juan. Quizás la refutación más convincente es que el discípulo que se cree que era Juan murió alrededor del año 98 d.C. Sin embargo, el Evangelio de Juan fue escrito hacia el año 110 d.C. Así, quien quiera que hubiese sido Lucas (el compañero de Pablo), Marcos (el secretario de Pedro), y Juan (el desconocido, pero ciertamente no muerto hacía mucho), no tenemos ninguna razón para creer que los evangelios fueron escritos por los discípulos de Jesús.

Todo esto demuestra, una vez más, que en el cristianismo es notoria la falta de celo en la custodia (de dichos manuscritos, en los que entraron numerosos cambios y falsificaciones), la deshonestidad, la incompetencia y el prejuicio doctrinal, corroborado por los mejores especialistas del mundo en el tema.

En cuanto a la montaña a la que alude el Sermón, no se ubica en ninguna parte. Todo son especulaciones y divagaciones, que si fue un monte humilde que se convirtió en montaña por la hipérbole de los cronistas, o que tal vez fuera un altozano o una roca apenas elevada de la tierra. En fin, especulaciones y divagaciones, semejantes a las que hacen los poetas.

Todo lo contrario de lo que ha ocurrido en el Islam, donde los sermones o discursos del Profeta Muhammad (llamado inconvenientemente Mahoma) son tales, y los lugares donde los dio existen realmente, y están perfectamente ubicados.

El mensaje de Islam está ahí, sin la alteración de una sola palabra, en la forma del Corán, que nos da directamente de la Realidad misma, la visión de la totalidad de la existencia, y nos dice con exactitud cual es nuestra parte en ella.

Y el ejemplo del Profeta Muhammad ha sido minuciosamente recogido, mostrándonos la perfección de la forma humana, y cómo los que estaban a su alrededor la adoptaron, y por lo tanto, cómo nosotros podemos hacer lo mismo.

Esto no quiere decir que los musulmanes no hayan seguido el camino de las comunidades anteriores (judíos y cristianos), distorsionando y aplicando y entendiendo mal la enseñanza original. Es evidente que lo han hecho. Pero la enseñanza original está todavía disponible en su integridad, y es accesible para cualquiera que la desee. La cadena de transmisión desde el último de los Mensajeros, Muhammad, está intacta y continúa en nuestros días. Porque Allâh lo ha querido así.

Abdal-Haqq
Bewley
Hajj Abdal-Haqq Bewley, musulmán de origen británico.

Todo lo contrario –como advierte Abdal-Haqq Bewley, en su ensayo “La forma natural del hombre” (Editorial Kutubia, Granada, 1982), — de lo que ha pasado en el judaísmo, “donde la palabra de Moisés fue exaltada por encima de su ejemplo, de manera que el proceso humanizador y transformativo que trajo y enseñó a su gente, se convirtió en la rígida estructura y en la meticulosidad legal de la tradición rabínica, que es inhumana y tiránica, en vez de compasiva y liberadora”.

No digamos en el cristianismo, donde “al ejemplo de Jesús se le ha conferido un carácter romántico hasta el punto de que casi se ha excluido lo que él dijo. Recuerda que él siempre fue un judío practicante, y que nunca renunció a la ley de Moisés, y que vino a devolverle la compasión y la humanidad que le habían sido arrebatadas. Lo que ocurrió fue que su ejemplo fue elevado a ˝misterio˝, borrándose los límites morales, provocando el amorfo caos moral que existe hoy en día en todos los llamados ˝países cristianos˝”.

En suma, Islam es la versión completa y final de la enseñanza humana revelada a Muhammad a principios del siglo VII de la era cristiana. Y bien se sabe con certeza que es la única que se conserva intacta en su totalidad. Porque ha habido celo y honestidad en su custodia y transmisión. Otro asunto es que esta enseñanza pura y original haya sido pervertida y distorsionada por algunos, quienes además están perfectamente identificados.

Abdalqadir as
Sufi
Shayj Abdalqadir as-Sufi, maestro sufi de origen escocés, nacido en 1930.

En definitiva, Islam es la última religión revelada, y se enfrenta de cara al futuro, no al pasado. Como nos ha enseñado Shayj Abdalqadir as-Sufi: no requiere la creencia en una meta-historia; sus bases son históricas y han sido registradas minuciosamente. Su fundamento último es el Corán, cuya característica más conocida como texto revelado es la de estar confirmado como un texto que es exactamente igual al enviado originalmente. No es este el caso de la Biblia de los cristianos (y sus cuatro evangelios trinitarios arbitrariamente seleccionados de entre miles de manuscritos, en su mayoría unitarios), ni el de los dudosos restos de la Torah judía, apresuradamente reunidos después de que los cristianos produjeran su Vulgata, un texto todavía bajo el escrutinio neurótico de los rabinos.

La religión del Islam se completó con la conclusión del Corán. Y sus obligaciones son las siguientes: atestiguar públicamente que no hay más dios que el Uno, y que Su Mensajero es Muhammad, la paz sea con él; cinco postraciones diarias, un ayuno anual durante el mes de Ramadán, un impuesto anual sobre la riqueza personal acumulada, y, por último, la peregrinación a La Meca, al menos una vez en la vida, si se tiene posibilidades económicas para ello.

No obstante, respeto que creas en dicha recopilación cristiana del Sermón de la Montaña, con sus bienaventuranzas: dichosos los pobres, los que tienen hambre, los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causas de la justicia. Es todo muy loable, naturalmente. Pero piensa en lo que la iglesia ha hecho a lo largo de la historia, frustrando el propio objetivo de Jesús, la sencillez y la bondad con las cuales Dios le dio tanto poder, con el fin de que pudiera llevar conciencia a su gente. Por no hablar del concepto de la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), culminación de todos los esfuerzos de buscar una “supremacía” convertida en una expresión religiosa, alcanzando la categoría de enigma que no hay cristiano que pueda explicar adecuadamente hoy día, esto es, que no hay cristiano que lo entienda.

El Espíritu de Dios es tan real desde los días de Adán, como en los días de Abraham, de Moisés, de Jesús, como en la época de Muhammad, la paz sea con todos ellos. No es necesario encerrarlo en los confines de un triángulo hecho por el hombre. Tampoco Jesús se asoció con ninguna teoría de esta clase. Jamás se proclamó a sí mismo hijo de Dios. Porque lo correcto es decir que Jesús es hijo de María, no más.

A través del tiempo, los cristianos fueron modificando este concepto de la Unidad y Unicidad de Dios, un cambio que comenzó como una vaga y misteriosa doctrina, inventada en el siglo IV d. C., y que ha sido fuente de controversia, dentro y fuera de la religión cristiana. Me refiero a la doctrina de la Trinidad, un concepto que si se pone en términos entendibles, suena de lo más confuso, añadiendo más misterio al asunto. Bien se sabe que esta doctrina fue formulada por San Anastasio Sinaita (un asceta del siglo VII d.C.) quien llegó a confesar que mientras más escribía sobre este asunto, menor era su comprensión al respecto, siendo San Máximo (nacido el año 580 d.C., y conocido también como San Máximo el Confesor, Máximo el Teólogo y Máximo de Constantinopla) el primer autor de un tratado de la Trinidad, tras el cruce de varias cartas que dirigió al Papa Martín I el año 655 d.C. Luego la historia es ya bien conocida: esta doctrina se añadió posteriormente al texto bíblico, cuando no fueron jamás palabras de Jesús. Así se añadieron en Mateo 28:19, Marcos 16:15, I Epístola de Juan, 5:7. Por tanto, el concepto de Trinidad fue una fabricación añadida después al texto bíblico original, no siendo una idea dada por Jesús u otro Profeta.

Una controversia que ya venía de atrás, y que dio lugar durante el siglo V d.C. a la pugna entre los arrianos (seguidores del diácono Arrio, de creencia unitaria monoteísta) y los trinitarios (capitaneados por el obispo Alejandro, de creencia trinitaria politeísta). En dicha riña, que supuso divisiones, guerras y asesinatos, intervino el emperador Constantino, quien para terminar con el desacuerdo organizó el primer Concilio Ecuménico en la historia de la Iglesia, el celebrado en Niza el año 325 d.C., donde la doctrina de la Trinidad fue oficialmente formulada como canónica, es decir, aprobada por la ley del hombre, no por la ley divina. A partir de entonces, el dios de los cristianos tiene tres esencias o naturalezas: en la forma del padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano.

Portada Jesus Profeta
del islam

Si quieres saber más sobre esto, puedes consultar el magnífico libro titulado “Jesús, Profeta del Islam”, escrito por Muhammad Ataur Rahim y Ahmed Thomson, cuya primera edición al castellano se hizo el año 2000 en la Editorial Kutubia de Granada, y que lleva una portada diseñada por mí. El libro lo puedes consultar, capítulo por capítulo, en el siguiente enlace de la página de una comunidad de musulmanes de México, precisamente, donde lo han colocado:



Muhammad Ataur Rahim estudió durante años las fuentes cristianas —tanto apócrifas como oficiales—, judaicas e islámicas sobre Jesús. Consultó los manuscritos de Qumran, la historia de la Iglesia, los hadizes o tradición oral del Profeta Muhammad, etc. Con toda esta documentación realizó un detallado análisis de cómo se gestó el dogma de la Santa Trinidad en el cristianismo y cómo se convirtió a Jesús en Hijo de Dios. Una vez contrastados los evangelios canónicos y las tradiciones sobre el nacimiento de Jesús, resaltando los puntos en común y contradicciones, concluye con una cita del Corán —     que esencialmente cristianos y musulmanes comparten—, según la cual, aunque Jesús no es el hijo de Dios, no fue engendrado por un hombre mortal. En conclusión, según el Corán Jesús jamás pretendió ser adorado como una divinidad, ya que sólo existe un Dios, Único y Eterno, que no engendró ni fue engendrado, y, por tanto, no puede tampoco ser “tres en uno”.

Como se afirma en la contraportada: “este libro es un profundo análisis acerca de cómo fue inventado el Cristianismo. Muestra claramente que ya no existe tal cosa como la religión cristiana y pone de manifiesto que estamos ante una pseudo-religión. La Cristiandad es una realidad histórica basada en una ficción metafísica. Al ser sus fundamentos míticos e inventados, en oposición a existenciales y revelados, el Cristianismo aparece ante nosotros como un sistema de cerrazón negativa. El Cristianismo proclama la doctrina del amor al tiempo que establece la Inquisición. Predica el pacifismo y propugna las Cruzadas. Llama a la pobreza y construye el enorme edificio de riqueza que se llama la Iglesia. Afirma ˝misterios˝ y se involucra en la política”.

¡Y pensar que hubo una época en el mundo cristiano que aquel que hablara en contra de la Trinidad era considerado blasfemo, siendo sentenciado a la mutilación e incluso a la muerte! ¡Cristianos trinitarios contra cristianos arrianos, a los que mutilaban y mataban por una diferencia de opinión! En cambio, hoy, cuando se les pregunta a los cristianos por esta patraña de la Trinidad se limitan a decir algo parecido a esto: “yo creo, porque me dijeron que crea así”. Vamos, que no pueden argumentar una explicación, porque es un “misterio”. Si Dios es el Padre y también el Hijo, es su propio Hijo. Esto no es lógico. Esta es una parte más de la confusión en la que viven los llamados cristianos, que tienen serios problemas para definir la esencia de Dios, siendo incapaces de regresar a las auténticas enseñanzas de Jesús, quien en todo momento se refería a Dios, como todos los Profetas, como el Singular, Único, Indivisible ser en el cual los hombres deben declarar su creencia. Por el contrario, los cristianos, al creer que Dios es Tres en Uno, han instituido una forma de politeísmo.

“Adoren al Señor, su Dios, y a Él solamente deben servirle.” (Lucas, 4:8)

Pero es en el Corán, cómo no, donde encontramos el mandato a seguir contra esa patraña de la Trinidad:

“¡Gente del Libro! No exageréis en vuestra Creencia y Adoración ni digáis sobre Allâh nada que no sea la verdad. Ciertamente el Ungido, Isa [Jesús], hijo de Maryam [María], es el Mensajero de Allâh, Su palabra depositada en Maryam y un espíritu procedente de Él. Creed, pues, en Allâh y en Su Mensajero y no digáis tres; es mejor para vosotros que desistáis. La verdad es que Allâh es un Dios Único. ¡Está muy por encima en Su gloria de tener un hijo! Suyo es cuanto hay en los cielos y cuanto hay en la Tierra. Y Allâh basta como Guardián.” (Corán, 4:171)

“Y han caído en incredulidad los que dicen: Allâh es el tercero de tres, cuando no hay sino un Único Dios. Si no dejan de decir lo que dicen, a ésos que han caído en la incredulidad les tocará un castigo doloroso.” (Corán, 5:73)


El Corán condena tanto a la Trinidad como a la adoración a Jesús [Isa] y a su madre María [Maryam].

“Y cuando Allâh dijo: ˝¡Isa, hijo de Maryam! ¿Has dicho tú a los hombres: Tomadme a mi y a mi madre como dos dioses aparte de Allâh?”. Dijo: ˝¡Gloria a Ti! No me pertenece decir aquello a lo que no tengo derecho! Si lo hubiera dicho, Tú ya lo sabrías. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en Ti. Es cierto que Tú eres el Conocedor de las cosas ocultas.” (Corán, 5:116)

La veneración a María es un invento de la Iglesia Católica desde el Concilio de Éfeso (año 431 d. C.), que es cuando a ella se le dio el título de “Madre de Dios”, infamemente.

En el Corán, la Revelación final de Dios a la humanidad, se encuentra la posición bastante clara y sin la más mínima duda, a este respecto:

“Y no pongas a otro dios junto a Allâh, pues en ese caso serías arrojado a Yahannam [al Fuego], reprobado y despreciado.” (Corán, 17:39)

“Di: No soy más que un ser humano como vosotros, se me ha inspirado que vuestro dios es un Dios Único; así pues, el que espere el encuentro con su Señor, que actúe con rectitud y que al adorar a su Señor no Le asocie a nadie.” (Corán, 18:110)


Y aún hay más. Junto a esta patraña humana de la Trinidad, hay que colocar el mito de que Jesús murió en la cruz, un hecho que no tuvo lugar, porque sobrevivió al martirio romano y huyó con vida de Jerusalén. Aunque hubo muchas especulaciones por parte de autores heterodoxos occidentales al respecto, ninguno de ellos mencionó nunca que la fuente de esta información provenía del Corán, el cual —al negar la crucifixión— desmonta todo el cristianismo. Porque si no hubo muerte de Jesús, no hubo resurrección. Y si no hubo resurrección, no hubo redención. Ni más ni menos.

La tradición islámica describe a Jesús del siguiente modo: “Un hombre rubicundo tendiendo a blanco. Su cabello no era muy largo. No untó jamás su cabellera. Él acostumbraba a caminar descalzo. No tenía casa, ni adornos, ni mercancías, ni vestimenta, ni provisiones, excepto el alimento de cada día. Solía tener sus cabellos en desorden y su rostro era pequeño. Era un asceta en este mundo, añorando la otra vida y adoraba a Allâh ávidamente”.

Su aspecto físico era, por tanto, muy similar al de cualquier otro palestino de la época. Por eso, en el momento de ser detenido en el huerto de Getsemaní, por orden de Herodes, la oscuridad y la confusión provocaron que los soldados romanos apresaran a otro, confundiéndolo con Jesús. Es decir, el auténtico Jesús jamás fue crucificado.

El Corán es concluyente al respecto: “Y por haber dicho: Nosotros matamos al Ungido, hijo de Maryam, mensajero de Allâh. Pero, aunque así lo creyeron, no lo mataron ni lo crucificaron. Y los que discrepan sobre él, tienen dudas y no tienen ningún conocimiento de lo que pasó, sólo siguen conjeturas. Pues con toda certeza que no lo mataron. Sino que Allâh lo elevó hacia Sí, Allâh es Insuperable sin igual, Sabio.” (Sura 4:157-158)

Esta es la creencia de todos los musulmanes: Jesús no murió en la cruz y, por tanto, nunca pudo resucitar. Al igual que Enoc o Elías antes que él, ascendió a los cielos en cuerpo físico y se encuentra esperando al día del Juicio Final para regresar a este mundo.

Al igual que un cristiano debe aceptar el Antiguo Testamento, aunque rechace el judaísmo, un musulmán acepta el Nuevo Testamento a pesar de no ser cristiano, siempre que no contradiga el Corán, porque el Inyil, revelación recibida por Jesús, no es un evangelio redactado como tal sino que se redactaron aproximaciones al mensaje del mismo, dando lugar a los actuales evangelios. Y de la misma forma en que Juan el Bautista (cuya historia también esta relatada en la Sura 19 del Corán) preparó el camino para Jesús, éste preparó el camino para el profeta Muhammad. Así lo expresa el Corán: “Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: ˝¡Oh, hijos de Israel! Yo soy el Mensajero de Allâh, enviado a vosotros para corroborar la Torah y anunciar a un Mensajero que vendrá después de mi, llamado Ahmad [uno de los nombres del profeta Muhammad]˝.” (Sura 61:6)

Pero esta no es, según el Islam, la única misión de Jesús. Leemos en la Sura 4:159 del Corán: “Y entre la gente del Libro no hay nadie que, antes de su muerte [después de haber venido al mundo por segunda vez], no vaya a creer en él. Y el Día del Levantamiento él dará testimonio de ellos”. Y es que, desde los orígenes mismos del Islam los musulmanes esperan el retorno de Jesús en el día del fin de los tiempos. Según las profecías islámicas, Isa Ibn Marian (Jesús, hijo de María) ascendió a los cielos en cuerpo y alma, ya que no murió en la cruz, y regresará para juzgar a la humanidad. Llegará con la misma edad que cuando se fue, y vivirá 40 años entre los hombres, y después será el juez de nuestras faltas.

Así que no digas más que Jesús fue un poeta, por favor, porque bien se sabe que de toda la cantidad de palabras que dijo o que debió haber dicho en sus enseñanzas, solamente han quedado registradas una cantidad mínima, y no todas ellas fiables. En suma, los cuatro evangelios canónicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan contienen fragmentos del mensaje de Jesús, pero la mayoría de la enseñanza original ha sido dañada o está perdida.

Ciertamente, Jesús se ocupó principalmente de los pobres, de los oprimidos, de los marginados, de los enfermos, y no fue tolerante con la hipocresía de los mojigatos y píos. Su llamada se dirigía a los corazones de los hombres, y su lema era la humanidad y el amor, pero nunca tuvo intención de establecer una iglesia, sino una sociedad de personas cuya fe en el Único Creador les uniera entre sí, con independencia de razas o creencias. El problema surgió cuando algunos de sus primeros seguidores intentaron explicar teóricamente la crucifixión, y de allí viene la doctrina de los siervos que sufren, sacada de los antiguos textos judíos, mencionada en Isaías, esto es, la doctrina del Sacrificio por los pecados de la humanidad, elevándose el sufrimiento a categoría de teofanía, y la consiguiente exclusividad de Jesús, lo cual lo sitúa de forma absoluta entre Dios y su gente, siendo esta una posición que jamás ocupó durante su vida en la tierra. “Al servicio de estos dogmas incomprensibles –como refieren unos hermanos musulmanes andaluces— se pone toda la parafernalia de las escenificaciones teatrales que tienen lugar en los bautismos, comuniones, misas, etc., intentando que la gente asimile lo absurdo. Por ello, el cristianismo apela tanto a la fe, que es la adhesión incondicionada a lo irracional”.

Así ocurre que cuando un cristiano se acerca a un musulmán y le pregunta cómo se plantea en el Islam el tema de la salvación, este último acaba preguntándole: “¿Y qué es la salvación? La salvación sólo es planteable cuando el pecado es un ídolo, como sucede entre los cristianos. En el Islam, el acento se pone en Allâh, no en el pecado. Conocer a Allâh es lo que libera al ser humano. Conocerlo y abrirse al infinito que representa. Y esa fue la enseñanza de Jesús, según los musulmanes: el Tawhîd, la Unidad del Señor de los Mundos, es decir, la renuncia a los dioses para que resplandezca la luz del Uno-Único, el que está por encima de todas las consideraciones, el que es capaz de hacer que surja vida de una virgen”.

“Jesús, al igual que Muhammad –siguen advirtiendo estos musulmanes andaluces— luchó contra los ídolos, y lo hizo entre los judíos, en un entorno monoteísta. Y es porque los fantasmas que atormentan a los seres humanos, los dioses que imagina, son muchos más que las representaciones que los politeístas adoran. Y entre esos ídolos hay que contar la fijación obsesiva en el pecado. El Islam que predicó Jesús fue el de todos los Profetas, la búsqueda sincera de autenticidad. Y esto es lo que los musulmanes aprecian en Jesús, y es para ellos un Profeta de envergadura colosal, sin necesidad de hacer de él un dios o el hijo de un dios, sin necesidad de matarlo, sin necesidad de resucitarlo después para quedarse boquiabiertos”, porque “en el Islam se habla de las torpezas, los errores, las rebeliones, del ser humano, no de ˝pecados˝ con la carga metafísica, psicológica y mítica que tiene en el cristianismo. El Islam apela al sentido de responsabilidad del ser humano, no al sentido de culpa”.

Para un musulmán, en definitiva, Jesús es uno de los Mensajeros de Allâh, y el Enviado para guiar al pueblo de Israel con una buena noticia: el Inyil (denominado evangelio, palabra griega que significa “buena noticia”, pese a que Jesús no escribió ningún libro durante su paso en el mundo terreno). Por tanto, creer en Jesús es requisito para ser musulmán. Curiosamente, el Corán menciona a Jesús veinticinco veces, más a menudo, por su nombre, que a Muhammad, llamándole también con los siguientes nombres: el Profeta (Al-Nabi), el Mesías (Al-Massih), el hijo de María (Ibn Mariam), y la palabra o el verbo (Kalimatu´Allâh).

“E hicimos que tras ellos, siguiendo sus huellas, viniera Isa, hijo de Maryam, confirmando lo que ya había antes de él perteneciente a la Torah. Y le dimos el Inyil en el que había guía, luz y una confirmación de lo que había antes de él perteneciente a la Torah, así como guía y amonestación para los temerosos (de Allâh). Que la gente del Inyil juzgue según lo que Allâh ha hecho descender en él. Quien no juzgue según lo que Allâh ha hecho descender… Ésos son los descarriados.” (Corán, 5: 46-47)

Jesús fue un Profeta, en definitiva, el penúltimo Profeta, porque el último fue Muhammad, la paz de Allâh para ambos. Y ya no va a venir a la humanidad ningún otro. Muhammad, un hombre notable, que se destacó en todos los aspectos de la vida, como Profeta, gobernante, filósofo, orador, soldado, esposo, amigo, padre, tío, sobrino, y abuelo, siendo un hombre amoroso, paciente, valiente, sabio, generoso, inteligente y magnánimo, que inspiró e inspira a millones de almas alrededor del mundo.

El primer Profeta fue Adán, al que siguieron otros a través de la historia de la humanidad sobre la tierra, como Set, Noé, Idris, Abraham, Isaac, Ismael, José, Hud, Saleh, Shuaid, Lot, Ozair, Salomón, David, Jonás, Job, Juan, Zacarías, Elías, Luqman, Aarón, Moisés, Jesús, completándose la cadena con la llegada de Muhammad, la paz de Allâh sea con todos ellos. Y para los musulmanes no existe la posibilidad de adorar a Muhammad, pues el Señor es siempre el Señor, y el esclavo no puede ser más que un esclavo, dependiente por completo de su Creador.

“Vuestro dios es un Dios Único, no hay otro dios sino Él, el Misericordioso, el Compasivo.” (Corán, 2:163)

Por tanto, querido tío, sólo los musulmanes tienen acceso hoy día al verdadero conocimiento de Jesús, porque en el Corán no hay perversión de las enseñanzas originales y narraciones sobre Jesús. Por tanto, la única manera de seguir a Jesús, Profeta del Islam, la paz sea con él, es seguir el camino del Islam, el camino del Profeta Muhammad, a quien Dios bendiga y conceda paz, al igual que a todos los Profetas de Allâh y a sus verdaderos seguidores, y así hasta…. el Último Día. Porque Jesús fue enviado por Allâh “sólo para los judíos”, en cambio Muhammad lo fue “para todos los hombres”.

Allâh dice en el Noble Corán que envió a Muhammad como una misericordia para la humanidad:
“Y no te hemos enviado [¡Oh, Profeta!] sino como misericordia para todas las criaturas.” (Corán, 21:107)

En cuanto a los poetas, lo mejor que se ha dicho sobre ellos lo ha dicho Allâh en el Corán (26: 221-227):

“¿Queréis que os diga sobre quién descienden los demonios? Descienden sobre todo embustero malvado que presta oído. La mayoría de ellos son unos mentirosos. Así como sobre los poetas a los que siguen los descarriados. ¿Es que no ves cómo divagan en todos los sentidos? ¿Y dicen lo que no hacen? Con la excepción de los que creen, llevan a cabo las acciones rectas, recuerdan mucho a Allah y se defienden cuando han sido vejados. Y ha sabrán los que fueron injustos a qué lugar definitivo habrán de volver”.

En suma, los únicos poetas auténticos son aquellos que creen en Dios (Allâh), recordándolo en todo momento, que llevan a cabo acciones sin salirse de la raya, sin desviarse de lo que Allâh ha permitido, y que se defienden cuando han sido ofendidos por los incrédulos, después de que éstos hayan insultado al Islam, en general, y/o al Profeta, que Allâh le dé Su gracia y paz, en particular.

SAUDI-ISLAM-HAJJ
Peregrinos musulmanes en el Monte Arafat (La Meca, Arabia Saudí), 
cumpliendo con el quinto pilar del Islam, el Hajj.

Y si quieres saber de auténticos sermones, nada como el último discurso que dio Muhammad (la paz de Allâh sea sobre él) en el Monte Arafat, durante la Peregrinación. Un discurso que no es una recopilación, es un discurso real, transcrito y transmitido con celo desde entonces y hasta el final de los tiempos por los musulmanes.

El discurso es el siguiente:

“¡Oh, creyentes!, escuchen con atención, porque yo no sé si después de este año estaré de nuevo entre ustedes. Escuchen lo que yo estoy diciéndoles muy cuidadosamente y trasmitan estas palabras a aquéllos que no pudieron estar presentes aquí hoy.
»¡Oh, creyentes!, así como ustedes consideran este mes, este día y esta ciudad como Sagrados, de igual manera consideren la vida y la propiedad de cada musulmán como sagrada.  
»Devuelvan las cosas que les fueron confiadas a sus dueños. No lastimen a nadie para que nadie los lastime. Recuerden siempre que ustedes se encontrarán con su Señor, y que Él les preguntará por sus acciones. Allâh les ha prohibido que practiquen la usura (el interés); por consiguiente, toda usura queda abolida de aquí en adelante. Sin embargo, es una obligación devolver el capital de un préstamo. No perjudiquen y no serán perjudicados.  Allâh ha declarado ilícita la usura, y todo el interés que se deba a mi tío Abbas Ibn Abd’ul Muttalib queda abolido de aquí en adelante...
»Tengan cuidado con Satanás, preserven su religión. Él ha perdido toda esperanza de que alguna vez podrá descarriarlos en las cosas grandes, pero ustedes tienen que tener cuidado con él y sus partidarios en las cosas pequeñas.
»¡Oh, creyentes! es verdad que ustedes tienen ciertos derechos con respecto a sus mujeres, pero ellas también tienen ciertos derechos sobre ustedes.  Recuerden que las han tomado como sus esposas con el consentimiento de Allâh y con Su permiso. Si ellas cumplen con vuestros derechos entonces a ellas pertenecen sus derechos a ser alimentadas, vestidas y tratadas con bondad. Traten bien a sus mujeres y sean amables con ellas porque ellas son sus compañeras. Y es su derecho que ellas no hagan amistad con quien ustedes no aprueban, así como que nunca se comporten de manera impúdica.
»¡Oh, creyentes! adoren a Allâh, realicen las cinco oraciones diarias, ayunen durante el mes de Ramadán, y den de su riqueza el Zakat. Realicen la peregrinación si  tienen los medios.
»Toda la humanidad proviene de Adán y Eva. Un árabe no tiene ninguna superioridad sobre un no árabe, ni un no árabe tiene superioridad sobre un árabe; el blanco no tiene superioridad sobre el negro, ni el negro tiene superioridad sobre el blanco; excepto por la piedad y las buenas acciones. Sepan que todos los musulmanes son hermanos. Nada será legítima pertenencia de un musulmán si pertenece a otro musulmán, a menos que fuera dado libremente y de buena gana. No cometan injusticias en contra de sus semejantes.
»Recuerden, un día serán presentados ante Allâh para responder por sus acciones. Así que tengan cuidado, no se desvíen del camino de la rectitud después de mi muerte.
»¡Oh, creyentes!  Ningún profeta vendrá después de mí, y ninguna nueva fe nacerá. Por consiguiente, razonen bien y reflexionen sobre mis palabras. Les dejo dos cosas, el Corán, y mi ejemplo y Tradición, la Sunnah, y si los siguen, jamás se desviarán.
»Que los presentes informen a los ausentes; puede ser que los últimos sean quienes entiendan mis palabras mejor que aquéllos que me escucharon directamente.
»¡Oh, mi Señor! ¡Sé testigo de que he llevado Tu mensaje a las personas!”


De esta manera el Profeta Muhammad completó su Último Discurso, en el que confirmó el fin de su Misión Profética, y entonces, sobre el Monte Arafat, la revelación de Allâh descendió:

“Hoy os he completado vuestra práctica de Adoración, he culminado Mi bendición sobre vosotros y os he aceptado complacido el Islam como práctica de Adoración.” (Corán, 5:3)

Incluso hoy en día, el Último Sermón del Profeta Muhammad (la paz de Allâh sea con él) es recibido por todo musulmán en diferentes partes del mundo, a través de diversos medios de difusión. Se recuerda a los musulmanes sobre él en las mezquitas y en las conferencias. Los significados encontrados en este sermón son asombrosos, hablan sobre algunos de los derechos más importantes que Allâh tiene sobre la humanidad, y los derechos de las personas. Aunque el alma del Profeta ha dejado este mundo, sus palabras todavía viven en nuestros corazones.

El discurso fue tal cual se ha conservado, y el Monte Arafat existe, está en los alrededores de La Meca, en Arabia Saudí. Se pronunció durante la Peregrinación del año 632 d. C. el noveno día del mes de Dhul Hiyyah, el duodécimo mes del año lunar, en Arafat, el día más bendito del año. La Peregrinación a La Meca es uno de los eventos históricos más importantes en la mente de los musulmanes por ser ésta la primera y la última Peregrinación, estableciendo así el modelo a seguir para la realización del quinto pilar de Islam, llamado el Hayy (o Hajj, según otras transcripciones).

Pues bien, yo y mi mujer estuvimos en dicho Monte Arafat, durante nuestra peregrinación a La Meca, que realizamos el año 1995, con lo cual cumplimos con este quinto pilar, y no descartamos en un futuro, si Allâh quiere, poder hacerlo de nuevo.

Mientras tanto, es una evidencia que vivimos en una sociedad en la que el cristianismo está considerado como adquirido o como superado. El problema es que todavía hay gente que todavía no se ha enterado de ello.

Y ya, para terminar, en tu último correo finalmente dices que “dejemos la poesía y los libros, y todo eso que llamamos cultura, y que reine el amor [super sic] entre nosotros”. Y yo te pregunto, ¿cuál amor?: ¿ese intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos, según definición de alguien, que no iba mal encaminado? ¿O ese “equívoco prolongado”, donde está permitida la habilidad, la fuerza, la astucia y el engaño? ¿O te refieres, por el contrario, al amor romántico, invención de los poetas, de los músicos y demás gente holgazana, como diría Pérez Galdós, y que no es más que una patología?

Sospecho que tras haberte refrescado la memoria con el detalle de los acontecimientos que te he descrito más arriba, y haber reproducido tus desagradables e injustas palabras hacia mí y mi opción religiosa, entenderás que sólo podremos dedicarnos al afecto y al cuidado, en lugar de a la disolución y al abandono, cuando tú cambies de parecer. Pero para que esto ocurra sólo hay un camino: “Cierto que Allâh no cambia lo que una gente tiene hasta que ellos no han cambiado lo que hay en sí mismos.” (Corán, 13: 11)

shaij
muzaffer
Shayj Muzaffer Ozak al-Yerrahi al-Halveti (1916-1985), maestro sufi de origen turco.

Amor el que se profesa al Creador Único, esto es, a Allâh. Amar lo que Él ha permitido, y rechazar lo que Él ha prohibido. Un amor que se sustenta a sí mismo sin consideraciones de recompensa o beneficio. Este sentimiento —como dijo un maestro sufi, el Shayj Muzaffer Ozak al-Yerrahi al-Halveti— “se designa con las palabras árabes ˝hubb fi-allah˝, amor por el amor a Allâh. Quien ama por el amor a Allâh continúa amando aún cuando la belleza se convierta en fealdad, la juventud en vejez, la salud en enfermedad, y la vida en muerte”. Este amor a Allâh es posible “mediante el no querer ni desear nada más que ser Su esclavo y cumplir Sus mandatos con fervor, llevando a cabo las obligaciones de Su servicio. En otros términos, este amor se logra dejándose caer como una gota de agua en el océano. Significa saber que venimos de Allâh, reconocer que estamos con Allâh, que estaremos con Él eternamente, sin olvidar nunca que somos Sus siervos, agradeciendo de palabra y obra todas las bendiciones espirituales y materiales que Él graciosamente nos confiere, conscientes de nuestra impotencia y nulidad”.

En consecuencia, no nos podemos conformar con amar a Sus criaturas, sin que éstas nos eleven hacia Él. La verdad original de la vida es la de que somos seres mortales, pero para ascender en la vivacidad que esta finitud ocasiona hay que trascender la naturaleza sin salir de ella, y hacerlo siempre sin quejarse, sin lamentar nunca nuestra suerte, por muchas miserias, desgracias, infortunios y sufrimientos que hayamos pasado. Porque —continúa diciendo este maestro sufi— “cuando las cualidades y atributos que ocasionan el amor material cesan de existir, el amor mismo desaparece. Pero el amor espiritual es duradero e inacabable”. El único refugio cierto es Allâh. “¿Pues dónde más podría uno refugiarse? Buscar amparo de Allâh con Allâh es no quejarse de Allâh, Alabado Sea. Es más bien mostrarle a los seres humanos cuál es el verdadero lugar de refugio. El que clama sinceramente amar a Allâh, nunca le desobedece y se niega a ofenderle. El amante obedece amorosamente al amado. La verdadera prueba de su sincero afecto se demuestra al seguir al amado, al obedecerle y al poner esmero en evitar las cosas que el amado desprecia o le causan disgustos. Los que reúnen estas condiciones han desplegado, proclamado y comprobado su amor. Este amor sí es genuino. Cualquiera que no pueda tolerar los caprichos de su amado o sus crueldades, y que muestre pereza o descuido en servirlo, no podrá ser jamás un amante verdaderamente afectuoso”. En cambio, “los expertos en amor beben el vino del amor en la copa del amor; para ellos este mundo, tan ancho como es, se vuelve estrecho. Aman a Allâh, Alabado Sea, con amor perfecto y completo”.

En este contexto, te doy a conocer un dicho (hadiz) muy conocido y repetido del Profeta Muhammad, la paz de Allâh sea con él, en el que dijo que Allâh dijo: “Yo era un Tesoro escondido y desee ser conocido, y creé el Universo para así poder ser conocido”. Fue este deseo de autoconocimiento expresado por Allâh, lo que hizo que se iniciase el proceso de creación y llevó al despliegue de los diversos planos de existencia, en el que el hombre no es más que el medio a través del cual el “Tesoro escondido” puede alcanzar su deseo de autoconocimiento completo. De hecho, otro dicho (hadiz) del Profeta, así lo atestigua. Muhammad, la paz de Allâh sea con él, dijo que su Señor dijo: “El Universo entero no puede contenerme, pero el corazón de Mi leal esclavo Me contiene”.

Con estas palabras te dejo, esperando que te inspiren para sobrellevar, a raíz de la reciente pérdida de tu amada esposa Axaí, la presencia ausente de lo amado, además de que puedan hacerte recordar a los grandes místicos españoles, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, cuyas obras bebieron en las fuentes del sufismo, por cierto, como ya se ha estudiado profundamente. Porque necesitar y vivir el país, los familiares, los compañeros, los amigos que perdieron la vida, e incluso la pérdida de proyectos que fracasaron, no sirven para nada si no se elevan hacia la Presencia del auténtico Amado. ¿Cómo, si no, tratar de vencer el dolor que intenta aniquilarnos el espíritu?

Y te recuerdo por última vez: los únicos poetas auténticos son aquellos que creen en Allâh, recordándolo en todo momento, que llevan a cabo acciones sin salirse de la raya, sin desviarse de lo que Allâh ha permitido, y que se defienden cuando han sido ofendidos por los incrédulos, después de que éstos hayan insultado al Islam, en general, y/o al Profeta, que Allâh le dé Su gracia y paz, en particular. Por el contrario, los poetas que no se dirigen de esta manera, no son más que unos ignorantes pendejos.


Sin más, y esperando que hayas llegado hasta aquí, sólo deseo que sea lo menos doliente posible tu proceso de salida de la ciudad de México DF (alrededor de 22 millones de habitantes) tras 45 años de estancia, y tu regreso a tu pueblo natal, Lora del Río (alrededor de 20.000 habitantes), para recorrer el último tramo del camino, donde estoicamente podrás reunir tus días y contemplar qué pasa por tus versos. No vaya a ser que te ocurra lo que le pasó a Francisco de Quevedo a propósito de Roma:

“Buscas a Lora en Lora ¡oh peregrino!
y en Lora misma a Lora no la hallas.”

Porque en cuanto llegues te darás cuenta enseguida que el tiempo no pasa, que lo que pasan son las cosas. Unas cosas que se han tornado emblemas, materia de metáforas. Y de que tu voz ahora es otra, más opaca y gastada, o tal vez sea la misma, llena de epifanías y memorias.

“¡Oh, Lora! En tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura.”

Mientras tanto, mantengo la esperanza de que algún día te retractes de todas las infames y vergonzosas palabras vertidas contra el Islam, y te dirijas a mí con el respeto debido.

Recibes mi abrazo de siempre, pese a todo.


Antonio José Trigo.