Querido tío Juan:
Vamos a ir por partes, antes de seguir, esto es, antes de iniciar
una nueva etapa en nuestra relación. Porque no me interesa nada en absoluto
intercambiar palabras con alguien si no es para airear conciencias y afianzar
ideas. Porque el único discurso que me interesa es el que pretende avanzar por
el camino del conocimiento, mucho más noble que el que intenta cambiar la
actitud de la gente. Porque no comprometo mi vida con el dinero, con los
compromisos sociales o familiares, sino con la lectura y la escritura.
Pese a que estamos en la era de la comunicación digital, no
comparto esa típica comunicación disminuida, superficial e irreflexiva, que al
parecer hay que tener para comunicarse a través de Internet o los teléfonos
móviles (del que todavía me resisto a tener uno, por cierto). Ahora todo el
mundo comparte los formatos breves, las lecturas diagonales y la aceleración
que propician tecnologías como Twitter, Facebook, etc., condicionando un tipo
de informaciones refractarias al más mínimo conocimiento. Detesto, pues, ese
tipo de comunicación ocasional, fragmentada y carente de profundidad.
Juan Cervera (centro), con Antonio José Trigo (der.) y Juan Jesús
Trigo (izqda.), en el campo de fútbol de Lora del Río, en 1966. Dos años
después, Juan Cervera marchó para la ciudad de México DF, donde ha vivido hasta
el año 2013.
Me obligas, por tanto, a ser extenso, tras responderme tú de
manera tan breve (y con el mismo tono antipático, desagradable, áspero e
injusto que hace 20 años) a mis palabras de pésame y solidaridad contigo por la
muerte de tu esposa Axaí (Carmen Belén Duque de Estrada y Caso, con la que has
convivido durante 45 años, pero a la que yo no he conocido ni siquiera por una
foto), donde dejaba entrever que creo en la otra vida al pedir “que el Señor le
conceda su misericordia, su satisfacción y los jardines en que disfrutará de
las delicias constantes”, y de que considero que la muerte es un entreacto,
apoyándome en las palabras de Wilhelm von Humboldt (“la muerte no es un periodo
de terminación de la existencia, sino solamente un entreacto, un paso de una
forma a otra del ser infinito”), como podía haber escogido un millón de citas
de otros para rubricar este mismo pensamiento.
No tuviste en cuenta, siquiera, que era mi primer mensaje, mi
primera comunicación contigo, tras 20 años de distanciamiento. Por el
contrario, te mostraste de la misma forma que entonces: antipático,
desagradable, áspero e injusto.
Esta práctica tuya en el intercambio de mensajes que nos hemos
dirigido a lo largo de los años, adolece del típico y tópico error para que una
conversación sea agradable: piensas más en lo que quieres decir que en lo que
te dicen, y no escuchas demasiado porque enseguida tienes ganas de hablar.
Pues bien, ha llegado el momento de dejar de ser reservado, por mi
parte, que ha sido mi manera de respetarte mejor durante estos últimos 20 años
en que no hemos tenido comunicación alguna, y de ser ya completamente franco. A
estas alturas de la vida, ya sólo me interesa crear espacios que permitan
circular a la palabra sincera, sin el más mínimo objetivo retórico de convencer
a nadie.
¿Por qué no te limitaste a darme las gracias, y punto? ¿Por qué tu
simple acuse de recibo fueron estas solas palabras: “los dichos de los que
dicen que saben y realmente no saben, no me consuelan; a mí ya no hay manera
que nadie me engañe y menos que yo me autoengañe”? Palabras que no considero
como parte de una estrategia de un tipo dolido, siempre a la defensiva; mucho
menos, parte de tu característica forma de hablar: mitad en broma, mitad en
serio, que no es más que una especie de exasperación o agitación neurótica con
la que golpeas tus seguridades para llenarte de dudas, y que acaba siempre en
un berrinche personal, porque eres tan auténticamente entusiasta en tus ofuscamientos. No. Aquí hay algo más.
Y ese algo más tiene que ver con toda probabilidad con el malestar
que tienes conmigo por mi distanciamiento durante tantos años. Perdona,
entonces, que me extienda largo y tendido, y que te conduzca por un repaso
vivencial, porque considero necesario que sepas una serie de cosas que quedaron
en el tintero hace 20 años entre tú y yo, no vaya a ser que te ocurra aquella
certeza de que uno no echa en falta las cosas cuya existencia ignora, porque
estas cosas están ahí, a su modo, y ejercen cierta influencia sobre nosotros.
Digamos que es como un silencio que uno necesita explicarlo. Te escribo para
contar ese silencio. Porque ese periodo de 20 años entre nosotros ha sido de
silencio.
En definitiva, se trata de una
circunstancia de mi vida que debo salvar para salvarme yo, atendiendo a la
famosa frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la
salvo a ella no me salvo yo”, aparecida en “Meditaciones del Quijote”. Siempre
se ha repetido hasta la saciedad la primera parte de esta frase (“Yo soy yo y
mi circunstancia”), omitiéndose desgraciadamente la segunda parte (“y si no la
salvo a ella [mi circunstancia] no me salvo yo”). Porque el mundo es un
escenario, y lo que nos rodea no sólo es lo inmediato, lo físico, lo histórico,
sino también lo remoto, lo espiritual. Así pues, todo lo que aconteció hace 20
años entre tú y yo, y que enseguida te voy a relatar, forma parte de nuestra
vida. Lo que entonces dijiste nos persigue. Al reimprimirlo trato de remarcar
un destino radical y concreto.
No obstante, quiero decirte antes cuál es mi relación con mis
padres, hermanos, familiares, amigos y allegados, teniendo siempre presente el
mandato claro referente a aquellos que nos han seguido cuando hemos entrado en
Islam y también para los que no lo han aceptado. Dice Allâh, glorificado y
exaltado sea, en Su poderoso libro, el Corán:
“¡Vosotros que creéis! ¡No toméis a vuestros padres y hermanos
como aliados si eligen la incredulidad en vez de la creencia. Quien de vosotros
los tome por aliados, esos son los injustos.
Di: Si vuestros padres, hijos, hermanos, esposas, vuestro clan
familiar, los bienes que habéis obtenido, el negocio cuya falta de beneficio
teméis, las moradas que os satisfacen, os son más queridos que Allâh, Su
Mensajero y la lucha en Su camino… Esperad hasta que Allâh llegue con Su orden.
Allâh no guía a gente descarriada.” (Corán, 9: 23-24)
Está bastante claro: aquellos que rechacen a Allâh y a Su
Mensajero, y prefieran sus ídolos, sus propiedades y sus valores al Mensaje
Profético de Islam, a esos los dejamos sin dilatar nuestra relación con ellos,
pues Allâh ha prohibido severamente a los musulmanes tomar por amigos y/o
aliados a los no creyentes, incluso si son sus padres, sus hermanos, sus
parientes o sus esposas.
Con esta advertencia clara, considero que es necesario, pues, que
me extienda en clarificarte algunas cosas, e incluso amonestarte, porque creo
que te pasaste hace 20 años, y te sigues pasando de la raya conmigo, porque
eres el único miembro de la familia que ha cuestionado y criticado, de manera
tan abierta y tan insolente, mi conversión islámica. Te ruego, por tanto,
paciencia para leer detenidamente todo lo que te escribo, esperando que todo
ello te sirva para que revivas unos hechos de una experiencia pasada, y finalmente
recapitules. Los efectos son demasiado contundentes como para dejarlos de lado.
Juan Cervera leyendo un poema en México DF, 2011.
La primera parte de esta larga misiva, en la que transcribo
palabras tuyas extraídas de algunas cartas que me enviaste hace 20 años, viene a ser como ponerte un espejo
delante de ti, a ver si eres capaz de reconocerte como alguien que hace un uso
indiscriminado del abuso emocional.
En la segunda parte, atendiendo a tu reciente recomendación de que
relea detenidamente el Sermón de la Montaña, y a tu consideración de que Jesús
de Nazaret es el “poeta más hondo y limpio que hemos tenido y tenemos”, te
explico sucintamente la refutación del dogma de la Trinidad y algunas otras
patrañas cristianas, en las que al parecer tú crees, y que seriamente lamento.
Unas falsas creencias que sigues, por cierto, porque te han sido transmitidas
por tu esposa, quien al parecer era una devota cristiana católica de rancio
abolengo. Pero que en ti no se trata más que de un “meme” (neologismo acuñado
por Richard Dawkins en “El gen egoísta”), esto es, una unidad teórica de información cultural
transmisible de una persona a otra por contaminación, exposición, y/o
imitación. Porque por tu parte no has llegado a creer en esas patrañas
cristianas por autodisciplina, sino por condicionamiento. Lo cual significa que
dichas creencias en ti están más cerca de ser meros pretextos (algo que
simplemente no son verdad) que rígidos patrones mentales, porque todavía te
asaltan rotundas preguntas afortunadamente. Sólo espero que no sea muy tarde ya
para que puedas crear un nuevo modo de ver la vida y consecuentemente generar
un cambio de actitud o mentalidad. Tú mismo.
Pero antes, te voy a poner otro ejemplo de ese carácter
desagradable e injusto tuyo, que usaste respecto a tu sobrino Jaime, y que
mostraste en un correo electrónico tuyo a tu sobrina Ana María del día 9 de
junio de 2005, correo que pude leer porque ésta hizo copia del mismo y lo dejó
junto al espejo del salón de la casa de Lora, a la vista de todos; en dicho
correo decías: “Nunca he sabido nada directamente de Jaime David. La camarita
de TV lo absorbe por lo que advierto. ¿Cuándo es papá? Esta nueva generación de
españoles parece estéril. Su hedonismo los ha convertido en seres muy egoístas
y ello conlleva a que España se llene de emigrantes. Lo que convertirán en otra
comunidad humana muy diferente”.
Desde luego, que con esta forma de expresarte es fácil que te
manden a tomar viento fresco (por no decir otra expresión más soez), así de
entrada, por bocazas. Ignorabas entonces que tu sobrino llevaba tiempo
intentando ser padre, a través de la técnica de la fecundación in vitro. Hubo
dos intentos fallidos. Pero pasado el tiempo, tuvieron por fin su primer hijo,
y de forma natural; más tarde tuvieron también una niña. Pero no, tú te
refieres a tu sobrino Jaime y a toda su generación como gente “estéril”,
“hedonista”, “egoísta”. Y lo de la “camarita” de TV (diminutivo de cámara,
aludiendo a su trabajo en la televisión pública andaluza Canal Sur) delata, por
tu parte, un descarado menosprecio. Y finalmente, por si no has sido
suficientemente desagradable e injusto, vas y muestras tu temor de que España
se llene de emigrantes ante la ausencia de nacimientos de nuevos niños
españoles. ¡¡Intolerable!! Resulta curioso que un emigrante andaluz en México
como tú (que encima no tiene hijos) muestre desprecio a los emigrantes que
vienen a España a buscarse la vida. ¡¡Grotesco!!
Y podría ponerte más ejemplos, porque en casi todas tus cartas
intercalas palabras y expresiones que alcanzan incluso la categoría de trato
vejatorio y descalificador, atentando contra la dignidad e integridad moral de
la persona.
Pero, vamos al grano, ¿sabes por qué rompí la comunicación y
relación contigo hace 20 años? Pues dejé de escribirte y rompí toda relación
contigo principalmente por tus infames y vergonzosas calumnias hacia el Islam y
el mundo islámico, todo un despliegue continuado de infamias, injurias,
calumnias, odio, e incluso xenofobia, expresadas en casi todas las cartas que
escribías a tu madre (la abuela Asunción) desde el último tercio del año 1993
hasta 1998 (año en que ésta murió), al saber precisamente de mi conversión al
Islam.
Te anoto un par de ejemplos,
extraídos de cartas a tu madre, ambas de abril de 1994. Son de las más suaves,
porque las que son auténticas calumnias e injurias, me guardo de reproducirlas,
porque son expresiones que lesionan mi dignidad, y que incluso considero
delitos contra mi honor.
“Hoy los españoles hasta han dejado
de ser católicos. Hombre, una tontería. Ninguna religión de fuera es mejor.
Pero creo que existen aún españoles conscientes de serlo y no tontos que imitan
tontamente lo de fuera. Bien está conocer lo ajeno y comprenderlo y hasta
aprovechar lo bueno que pueda tener, pero sin traicionar ni renunciar a lo
propio por estúpida novedad”.
“¿Qué tal los veteranos de la
familia? Cada quien metido en su ceguera de intereses? ¿Qué me cuentas de
Antonio José? Triunfando como Mahoma. Alá le ayude”.
Y es que parece que no entiendes que
una “conversión” es un “cambio de sentimiento”, por tanto, un “cambio de
conciencia”. ¿No será, a este respecto, que el ciego eres tú, que eres tú quien
cree tener toda la verdad, que eres tú quien carece de humildad? Ciego, porque
al continuar con la corriente de la historiografía oficial basada en el mito de
la invasión y la implantación del Islam como un ente extraño en la península
ibérica, no tienes argumentos claros para ver que Al Ándalus fue un componente
esencial de la Europa civilizada. Tal como refiere el profesor Emilio González
Ferrín en su libro “Historia general de Al Ándalus” (Editorial
Almuzara, 2006), en la estela del historiador Ignacio Olagüe, autor del
magnífico estudio “La Revolución Islámica en Occidente” (1974),
también titulado y conocido como “Los árabes no invadieron jamás España”, donde
defendía algunos aspectos de las teorías del eminente historiador Américo
Castro: “Neguemos, por lo tanto, la invasión en su sentido estricto, así como
la conquista tal y como interpretamos una conquista: un Estado invade a otro y
consolida en él sus modos sociales después de ensayar con éxito sus formas
coercitivas. No ocurrió de ese modo. Tampoco creamos a ciencia cierta en la
expansión hipertrofiada de un Islam encandilador de geografías: cuanto fue Al
Ándalus desde el principio sirvió para proyectar al Islam. Todo nacía y se
desarrollaba al tiempo como producto de la interesante orientalización del
mundo de las ideas mediterráneas que llegaba a Europa —Hispania—. Había empezado
con el cristianismo, y se concluiría con el Islam civilizador”.
Por eso, lamento muchísimo que tu
desconocimiento de Islam te haga ser islamófobo. Porque islamofobia es
ignorancia sobre el Islam. Lamento, pues, que tengas esa imagen unívoca y
reductora del Islam que hacen los medios de comunicación de manera tan intensa,
mostrándolo, por un lado, como un mundo atrasado y exótico, y, por otro, como
una religión incompatible con las formas de organización social modernas, por
tanto, como un peligroso enemigo del modo de vida occidental. En definitiva,
una representación del mundo islámico que oscila entre la folclorización
orientalista y la demonización.
Este discurso islamófobo por tu
parte es lo que hizo que rompiera definitivamente mi relación contigo. Digamos
que fue la gota que colmó el vaso, porque éste estaba ya bastante lleno. Los
acontecimientos ocurridos en el período 1989-1992 en torno a tu mala gestión en
la edición de mi libro de ensayos “La sociedad cafre” (publicado
con el infausto título de “La sociedad posmoderna”, sin mi
consentimiento), contribuyeron a minar mi confianza en ti.
Pero antes de mostrarte el relato de
los acontecimientos en torno a la gestión de “La sociedad cafre”, permíteme
un inciso, respecto a tu afirmación en el correo del 4 de junio de 2013, de que
yo no tengo “ni la más mínima idea” de quién eres, porque alguna idea tengo.
Ciertamente no he convivido contigo, ignoro lo que has hecho o dejado de hacer,
tanto en tu intimidad como en tu hacer público, durante tu estancia de 45 años
en la ciudad de México DF. Lo único cierto que puedo decirte es que conozco muy
bien tu obra poética y literaria, donde cada texto tuyo es un eco de ti mismo;
y que conozco y he leído todas las cartas que enviabas a tu madre desde que te
marchaste a México DF en 1968, hasta su muerte en 1998. Por tanto, treinta años
de correspondencia, donde tú siempre le enviabas una carta diaria, mientras que
ella te contestaba escribiéndote una a la semana. Por no hablar de la
correspondencia que mantuvimos tú y yo hasta 1993.
Juan Cervera con Abraham Peralta
Vélez (Café Jekemir, México DF, 2011)
Vamos, que aunque hace 20 años
decidí cortar mi relación contigo, siempre he seguido tus pasos, leído todo lo
que publicabas, y desde que entraste en Internet, todo lo que ahí ha salido,
sobre todo a través de tus amigos de Mundo Cultural Chabojos, en el blog de “Vida
sin fin”, y otros blogs afines, como “Tierra Húmeda” del joven
Abraham Peralta Vélez, o “Signos” de Joaquín Gutiérrez Niño; blogs
que abro y consulto con regularidad, precisamente para saber de ti, para leer
tus últimos textos, para ver cómo respiras. Y como estoy al día en todo lo que
escribes, sé lo que piensas y sientes. Porque no me irás a decir que lo que
escribes nada tiene que ver con lo que eres. Si así fuera, apaga y vámonos.
Y es más, aprovecho la ocasión para
decirte lo que opino sobre todo lo que estás escribiendo últimamente, que te
resumo de la siguiente manera: no me gusta nada. No me gustan esos jueguitos
verbales con pretensiones de filigrana lírica (del tipo: “Le pondría / los cascabeles al gato / negro y
ciego de la vida, / y a la gata de los celos, / con gusto, la vestiría / de
niñas lunas crecientes / y estrellas enternecidas.”; o del tipo: “El orangután
dormido, / el orangután poeta, / soñaba que era león / con un lince en la
cabeza. / Soñaba el orangután / con relámpagos y estrellas, / con brisas
acariciantes / y lluvias de primavera.”), donde no hay más que juego retórico
si los comparamos con otros poemas de tu extensa obra poética, donde sí hay
atinado lirismo (ya se sabe: cuando un poeta fomenta para su propia diversión
la nostalgia creadora, ésta acaba tendiendo a la diarrea); mucho menos me
gustan esos exabruptos en forma de renglones torcidos, descorteses e
insolentes, bruscos, ásperos, pesados, donde no hay gracejo, donaire, chispa,
agudeza ni ingenio, y que destilan sólo indignación, rabia, decepción,
amargura, rencor, y mucho, mucho escepticismo (del tipo alarido hueco: “Estoy
encabronado mientras cuento mis años, / ya a tres de los ochenta y pobre como
ayer / y hundido en las miserias de mi hoy, / veo crecer mi cabreo, / este
cabreo tan mío que, por momentos, / ¡ay desesperación desesperada!, / me amarra
como ves de pies y manos.”; o del tipo sofisma: “La vida ¡ay! la vida, / suele
desconcertarnos / y nos lleva y nos trae a su capricho / hasta que al fin la
muerte / la pone en su lugar, / y quizás, no lo sé, / por fin y al fin podamos
/ ver a Dios / en el bello supuesto / de que Dios no sea otra / más de nuestras
mentiras.”) Porque, ¿no creerás que estos desatinos de “encabronado” puedan
considerarse poemas? ¿De verdad lo crees? Si así lo crees te sugiero un título
para todos esos textos, para cuando tengas ocasión de reunirlos en un libro:
“Sofismas del todavía y otras chácharas”. De haber sido tu albacea, es el título que pondría a todos esos
textos, porque no hay mejor albacea que alguien desconfiado e intransigente
para administrar un legado, para despejar lo real de la irrealidad, en este
caso, los mejores poemas de tu extensa y dilatada obra (aunque nunca conviene
olvidar que lo mejor es enemigo de lo bueno) de las chácharas residuales. Porque la poesía no es una diversión disipada, no es un juego, porque en el juego –ya se sabe–, el jugador no se compromete personalmente, vitalmente con su propia acción. No, la poesía no es un juego frívolo en el que se cambian imaginariamente tiempos y lugares, maniobra desesperada de quien quiere huir del propio tiempo, oscilando entre el miedo y el aburrimiento.
Puedo comprender que estés indignado y tocado ante cómo te ha tratado
la vida ahí en México estos últimos años, pero no comprendo, y por supuesto, no
comparto, que la indignación, la rabia, la decepción, la amargura, el rencor y
el escepticismo te hallan engullido hasta el punto de haberte enrocado en
ellos. Porque sólo comprendo el enfado, la rabia, la furia, la ira, y el
resentimiento que se siente ante el vergonzoso panorama que uno vive, si ello
empuja a la lucha, a la movilización, a la iniciativa para ayudarse uno a sí
mismo, principalmente, y si se tercia, para ayudar a los demás a salir de él.
De lo contrario, todas esas emociones negativas no harán más que comernos por
dentro. Sólo podemos avanzar si sabemos dónde estamos y aceptamos la realidad
tal cual es. Intentar ser activos desde la aceptación y no desde la rabia y la
indefensión.
Y ya que dices que eres viejo,
deberías saber a esta altura de la película, próximo a cumplir 80 años, que la
vida no es justa y nunca lo ha sido. Y de que la justicia, tal como la
entienden las leyes humanas, es una falacia. En esto, el estoicismo lo tenía
muy claro, y deberías volver a recapitular sobre esto, ya que siempre te has
considerado un estoico: que no se trata de negar la posibilidad de cambiar las
cosas en la vida o en el mundo, sino de saber que hay cosas que se pueden
cambiar, que hay otras que no se pueden cambiar, y que la sabiduría consiste en
establecer la diferencia entre las dos.
En resumidas cuentas, yo sí estoy al
día en todo lo que escribes. Por el contrario, ¿puedes decir tú lo mismo de mí?
Difícilmente, máxime cuando yo no ejerzo de Promotor de Mí Mismo como poeta y
escritor, como tú, entre otras cosas porque no me interesan las relaciones
públicas (mejor dicho, impúdicas),
y porque detesto la autopromoción. Ciertamente lo intenté en una época, entre
1987 y 1992, coincidiendo con la etapa en que dirigí y costeé de mi propio
bolsillo la revista de poesía La Cuerda del Arco, y fue ¡tan decepcionante!…
No me gusta nada desenvolverme con
habilidad y ventaja en el mundillo sórdido de la gente de letras, tan dominado
por intereses creados y cálculos de provecho e influencia. Bien conozco cómo
los poetas, en particular, y los escritores e intelectuales, en general,
transigen y traicionan sus convicciones, por su vulnerabilidad ante los
atractivos de la aceptación social y ante la quimera de la respetabilidad y la
influencia. Al fin y al cabo, viven inmersos en la ideología liberal, que los
estimulan a poder elegir lo que quieren, cuando escogen sus convicciones, que
pasan por la necesidad de engañarse a sí mismos o por la necesidad de
considerarse “excepción” de no sé qué destino general. Pura falacia ilustrada.
Desconfío, por tanto, de los poetas
y escritores bien relacionados y sus estrategias, basadas en una devastadora
amalgama de desdén e ilusión. Soy incapaz de manipular las relaciones públicas,
de ceder a fin de imponerme después, de suscitar proposiciones favorables y
aprovecharlas, de celebrar alianzas útiles. No, no tengo trastienda ni
trasfondo de ambición trepadora. Por el contrario, tengo una intensa vitalidad
y mi sinceridad me sirve para atropellar la falsedad de las relaciones humanas.
Conmigo, tonterías, las justas.
En cuanto a tu comentario de que
“las personas que te tratan cada día” saben cómo eres realmente, al parecer un
ser nada egoísta (que por ser así “te pasa lo que te pasa”), donde el “amor” es
el principio que te anima (sic), y que el dinero nunca te ha importado (porque
has preferido “la tranquilidad de alma que ofrece la pobreza”), todo esto no
son más que expresiones de tu “amor propio”, porque el amor propio no nos
oculta nuestros defectos, pero nos convence de que éstos escapan a los ojos de
los demás. Porque ignoras que lo que uno “es” tiene una realidad, una
determinación, más allá de cualquier elección personal, más allá de cualquier
elección meramente voluntaria de la identidad. Por tanto, el amor propio,
querido tío, es más arrogante que ciego.
Porque es una arrogancia, por tu
parte, dejar ver entre líneas que la gente que estamos aquí, por el hecho de
que no te tratamos diariamente, no podemos saber cómo eres, vamos, que no
podemos conocer algunos aspectos de tu personalidad. Ya te lo he dicho: basta
leer tu obra poética con detenimiento para comprobar que cada texto tuyo es un
eco de ti mismo, y basta leer tus cartas y mensajes. Y yo soy un atento lector
de tu obra y de tus cartas. Porque un poema siempre averigua más que su
hacedor. “Una de las grandes recompensas y satisfacciones de escribir poesía
—según advirtió el poeta y ensayista alemán Michael Hamburger en su excelente libro
“La verdad de la poesía”— es que los poemas le dicen a uno lo que uno
está pensando y sintiendo, lo que uno es y ha sido y será, de dónde uno ha
venido y adónde va”. ¡Y pensar que en algún momento pudiste considerarme tu
albacea, y que yo incluso así me lo creí muchas veces, ejerciendo como tal ante
la familia y extraños! ¿Presunción? ¿Aflicción?
Pues bien, entre esos aspectos de tu
personalidad mostrado en tu quehacer poético y en tu comunicación permanente
con tu madre y con nosotros, destaca sobre otros el egoísmo. Mi padre (que en
paz descanse, y que Dios haya tenido misericordia de él) siempre me lo
advirtió: que eres bastante egoísta. Ambos lo padecimos, por ejemplo, cuando
preparamos algunos libros tuyos de poesía que por aquí se publicaron. Él con “Agonía
del azúcar”(Lora del Río, 1973), y yo con “Tiempo de Lora” (Colección
Aceña, Lora del Río, 1989) y “Testimonios (Sonetos 1957-1986)”
(Universidad Nacional Autónoma de México, 1986; reeditado y corregido en la
Diputación de Sevilla en 2005, gracias a las gestiones de tu primo José Pascual
Sanchís). Siempre tú y tú, primero; tus poemas y tus poemas, lo primero, ante
todo. Y una vez que se publicaron, tras agotar toda la paciencia contigo ante
tu neurótica insistencia para que corrigiéramos los poemas, porque cada día
llegaba una carta nueva con correcciones e incluso modificaciones de líneas
enteras, tuvimos que sufrir tu monumental enfado e ingratitud por algún error
cometido, algo que era inevitable ante la ansiedad a la que nos sometías con el
chorreo de cartas con correcciones y modificaciones, poniendo en evidencia, no
sólo un carácter egoísta y caprichoso, sino una inseguridad fundamental (por
mucho que quieras disfrazarla de rigurosidad) acerca de lo que escribes, que
hacía imposible que tuviéramos la tranquilidad necesaria para una correcta
edición. Y es que parece que para ti los demás sólo existimos para sacarte las
castañas del fuego. Porque, ¿tú que haces o has hecho por nosotros, aparte de
dedicarnos algún que otro poema durante estos 45 años, donde tan sólo nos hemos
visto unos días en 1978 y otros tantos en 1980, las dos únicas ocasiones que
has venido a tu tierra durante tan largo periodo de tiempo?
Pero para colmo de egoísmo –y ya así
entramos en harina, en el relato de aquellos acontecimientos que iniciaron la
ruptura de mi relación contigo—, el acontecido alrededor de la gestión de mi
libro “La sociedad posmoderna” (1992), cuyo manuscrito diste en
1989 a Raúl Macín Andrade para que lo publicara, desentendiéndote por completo
hasta que se publicó con ese infame título, cuando en realidad se titulaba “La
sociedad cafre”. Y además con una portada horrorosa, muchísimas erratas, entre
las más graves: los cambios de títulos en algunos capítulos. Si no se entendía
lo de “cafre” (que además se explicaba muy bien en el epígrafe), era muy
sencillo haberse puesto en contacto conmigo para encontrar otro título, así
como haberme enviado las galeradas para su corrección final. Pero claro, tú
eludiste tu responsabilidad como albacea de mi libro, dejando de mantener un
contacto estrecho con Macín, cuando después supe que tú sí te preocupabas del
libro tuyo que también gestionaba este tipo para su publicación.
Tras darle mi libro a Raúl Macín (al
que definías como “gran amigo”), me escribiste (carta tuya de 24 de noviembre
de 1989) que sin él haberlo leído lo había aceptado. Me decías que para 1990
saldría impreso, y que tú ibas a escribir un prólogo (que yo nunca te pedí que
hicieras, y en el que te referías al libro con el título cambiado: “La sociedad
posmoderna”, lo cual delataba tu complicidad —¿o quizá deba decir autoría?— en
dicho infame cambio), y que llevaría foto mía (que no salió) y nota
bibliográfica (que tampoco salió), y tal y cual. Y que no me preocupara. No
obstante, me diste tu valoración del libro de la siguiente manera: “A mí me
parece un excelente ensayo, quizá muy académico y erudito, pero importante. Tal
vez le falte más vivencia al autor, pero considero que es importantísimo decir
todo eso a esta canalla de farsantes. Aunque la realidad es harto compleja y
uno no puede presuponer que tiene toda la verdad. La humildad la dan los años,
y la experiencia real, y no libresca. Vendrán otros ensayos tuyos más hondos y
sustanciales todavía. Me gustas más como ensayista que como poeta. Tienes y
pones orden en tu mente. Eso es bueno, aunque yo no podría ser tan minucioso.
Te felicito. Y sigue estudiando y viviendo”.
Si tenías serias dudas sobre este
libro mío de ensayos, ¿para qué puñetas escribiste el prólogo –que yo no te
pedí que hicieras— en el que decías (¡hipócritamente!) que estamos ante un
libro que “es una flecha de luz que apunta hacia el hombre integral”; un libro
“ante el que no caben los engaños, y que permite vernos tal como somos, en la
decisiva contienda que la humanidad protagoniza, dividida por sus propios
ocultamientos y por su terror a vivir en la verdad, mientras insiste en las
manipulaciones estériles”; un libro que “es una invitación a penetrar en un
nuevo testamento: el de la valiente ruptura con la hipocresía convenenciera que
nos está destruyendo a nivel planetario”; un libro “que marcará una pauta muy
especial en la historia contemporánea del pensamiento, en su lucha por
develarnos la nueva realidad”; un libro que es, en definitiva, “un desafío a
nuestra conciencia”?
Tras esta evidencia de “hipocresía
convenenciera” por tu parte, no te puede molestar que te diga que tienes los
dos males del mentiroso —según advertencia de Baltasar Gracián: que ni crees ni
eres creído. Algo que es lógico y natural que te diga, porque siempre te has
guiado por el apresuramiento y la incertidumbre, principios que fortalecen el
engaño, en lugar de la investigación y la dilación, principios que fortalecen
la verdad.
Sin embargo, lo peor de todo es tu
actitud moralista en la valoración del libro (dando a entender que me faltaba
experiencia real y de que adquiriría la humildad con los años, como si yo me
arrogara tener toda la verdad sobre esta realidad harto compleja), evidenciando
que eres bastante quisquilloso o, lo que es lo mismo, rencilloso. Actitud
moralista que incluso empleas en tu propia obra poética. Cuando un moralista no
es, por definición, poeta. ¡Una pena!. Esa parte de tu poesía es, por cierto,
la peor de todas. Al igual que nada es más atroz que aplicar la palabra “oficio”
a un poeta, que ejerce como tal hasta cuando estornuda.
Un poeta de verdad no va en pos de
una quimera o una entelequia vana, va en pos de la realidad, observando,
anotando, viajando, no siendo finalmente más que un simple hermano de los seres
y de las cosas, como dijo el poeta chileno Jorge Teillier. En cambio tú,
prefieres seguir creyéndote que eres “el último ejemplar / de una especie en
extinción”: “el último poeta / que rima flor con amor, / que rima vuelo con
cielo, / y cuna con luna rima / y poesía con fantasía”, como dices en un poema
escrito el 6 de enero de 2011; prefieres considerarte, en suma, “excepción” de
no se sabe qué destino general, “el último ejemplar / de una especie en
extinción, / sin ninguna protección, / que, contra viento y marea, / continúa
en la pelea / de vivir con pasión / y escuchando / el hondo y bello dictado /
de su siempre enamorado / corazón.”
Atrapado en el círculo vicioso de tu
poesía, donde recurres a todo tipo de sofismas populistas al carecer de
argumentos válidos para demostrar o defender una poderosa poética, una voz
reveladora de lo íntimo del Todo, que no tienes. El sofisma populista más
utilizado por ti tiene esta estructura (teniendo en cuenta el anterior
fragmento de poema citado): para la mayoría flor se asocia con amor, vuelo con
cielo, por lo tanto, rimas flor con amor y vuelo con cielo. Mediante este ardid
—utilizado hasta la extenuación en tu obra— apoyas tu oficio como poeta
basándote en que es la opinión común de la mayoría de la gente. Al atribuir la
opinión propia a la opinión de la mayoría, y deducir de ahí que si la mayoría
piensa eso es que debe ser cierto, estás jugando con una premisa que
normalmente es falsa o cuando menos dudosa, porque partes de la falsa intuición
de que el pueblo tiene autoridad: “todo el mundo sabe que…”, o “todo el mundo
lo entiende…”. Realmente pretencioso el uso que haces en tus poemas de estos
sofismas sobre la literatura popular, que ya han sido denunciados, por cierto,
por gente lúcida e inteligente, tal el caso del escritor argentino Ernesto
Sábato, quien en su libro “El escritor y sus fantasmas” fue
bastante taxativo: “El pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda
sabiduría y de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino
el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín de la
historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y por retórica para
chicas semianalfabetas y cursis. Acaso el pueblo, tal como existía en las
primitivas comunidades, tenía un sentido profundo y verdadero del amor y la
muerte, de la piedad y el heroísmo. Ese sentido profundo y verdadero que se
manifestaba en la mitología, en sus cuentos folklóricos y leyendas, en la
alfarería y danzas rituales. Cuando el pueblo estaba aún entrañablemente unido
a los hechos esenciales de la existencia: el nacimiento y la muerte, a la
salida y puesta del sol, a las cosechas y al comienzo de la adolescencia, al
sexo y al suelo. Pero ahora, ¿qué es, realmente, el pueblo? Y, sobre todo,
¿cómo puede tomárselo como piedra de toque de un arte genuino cuando está
falsificado, cosificado y corrompido por la peor literatura y por un arte de
bazar barato?”. En conclusión, “sólo los grandes e insobornables artistas son
los herederos del mito y de la magia, son los que guardan en el cofre de su
noche y de su imaginación aquella reserva básica del ser humano, a través de
estos siglos de bárbara enajenación que soportamos”. Sólo ellos —“los grandes e
insobornables artistas”—, querido tío, colocan el mundo en un plano en el cual
adquiere su verdadero valor espiritual, con voz sorda, sin pretensiones ni
alaridos huecos.
Pero no, tú prefieres seguir
creyendo en tu poesía como si fuera una religión, lo único de este mundo que al
parecer te consuela, a pesar de todo, sin mostrarte nunca escéptico respecto a
las caricias prometidas de la posteridad, al menos en tu pueblo natal, donde ya
disfrutas de una calle con tu nombre y un busto de bronce en una plaza pública,
y donde muy pronto no podrás salir de casa sin hacerlo bajo palio, porque te
van a desbordar los emotivos homenajes. En otras palabras, has hecho de tu
propia poesía un ídolo al que adoras diariamente, incapaz de auscultar más allá
de las palabras, por tanto, incapaz de conocer los hilos invisibles que unen
todas las cosas, limitándote a cantar, no para los oídos del espíritu, sino
para los oídos de la carne, porque todavía sigues debatiéndote en el dilema de
todo poeta “providencialmente agnóstico”: “Creo en Dios y no creo en Dios, / me
la paso hablando solo / y entre tu cuerpo y mi cuerpo / hay un mar de sueños
rotos.” (según dices en un poema tuyo de mayo de 2012). Nada, tú a lo tuyo, al
culto grafómano de tu obra incierta como testimonio de una cotidianeidad
poética, donde cada libro es un subterfugio, pues no es más que una colección
de poemas acumulados de entre los cuales sacas un material que juntas, reúnes,
para darle forma, parcial, de libro. Eso sí, sin perder jamás el modal poético
del estornudar.
Pues bien, hasta el día 10 de enero
de 1990 no me enviaste la dirección de Raúl Macín, que ni siquiera te dignaste
en darme personalmente, sino a través de la abuela Asunción, en carta fechada a
ella el 16 de diciembre de 1989. En esta carta a tu madre, escribes: “Este
señor es la clave para la edición de su libro. Quiero que le escriba, [y que]
le pregunte si ya leyó ˝La sociedad cafre˝, pues sabe que yo le dejé
el original y que le agradecería mucho verlo impreso con el sello de su
editorial aquí en México. Por favor que lo haga, yo ya he hecho mi parte, pero
es importante que él por vía carta hago lo suyo. Estaremos pendientes de los
efectos y lo tendré informado. Pienso que todo va por muy buen camino”.
Te limitaste en darle el manuscrito
del libro, y punto. Pasó el tiempo, y el 28 de abril de 1990 me escribes: “respecto
a Raúl Macín no lo he visto para nada. Con la enfermedad de Axaí he andado
zombi. Espero en Dios, frase muy de aquí, que mucho me gusta, tener tiempo para
verlo y saber cómo va todo. Él me aseguró que saldrían nuestros libros para
julio. Pero sabemos que no hay nada definitivo”. A continuación, para variar,
pasas a hablar de ti mismo y de tus otros proyectos literarios de entonces: “El
soneto” y “Letanía solar”.
Escribí entonces (enero de 1990) a
Raúl Macín, quien me contestó el 31 de julio de 1990, donde se lamentaba al
principio de que yo no recibiera su carta del 17 de enero (dudo mucho de que me
escribiera acuse de recibo a mi primera carta), y a continuación me informaba
“respecto a su libro La sociedad cafre” [ponía el nombre del título
original, y no me decía nada respecto a su posible cambio], y comentaba que “la
situación actual es la siguiente: el libro ya está tipografiado y se están
corrigiendo planas. Esto quiere decir que lo vamos a publicar. Nuestro ritmo de
producción es lento porque somos editorial pequeña y asediada por la crisis. Es
por esto, que no sabemos cuando estará listo. Esperamos que para fin de año. Le
suplico nos tenga paciencia. Pensamos publicarlo en una serie que se llama
Quinto Centenario de la Conquista de América”. Menos mal que finalmente el
libro no salió bajo este epígrafe, sino dentro de una colección llamada Claves
de Análisis, porque hubiera sido otro adefesio más en su edición.
Volví a escribirle, pero hasta enero
de 1992 (casi dos años después) no recibí noticias de su parte, una breve nota
de compromiso, sin entrar a comentar nada sobre el cambio de título, y un
ejemplar de mi libro. Total, que Raúl Macín nunca me dijo nada de por qué se
había cambiado el título al libro, ni de ningún otro pormenor (contrato,
ejemplares que me podían pertenecer, derechos de autor, modos de distribución,
etc.). Un auténtico rufián.
En medio de este proceso, el 4 de
diciembre de 1991, tú me escribes acusándome recibo de mi ensayo “La poesía
fue una vez una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad” (Ediciones
Volatinero, Sevilla, 1991), y me dices: “me río de estos ensayos llenos de
citas. Para mi la poesía es otro asunto. Tal vez una confesión de algo que
suponemos saber y no sabemos, y sobre todo un acto de fascinación. No creo en
las explicaciones de la poesía o la vida. La poesía está o no está y la vida se
vive o se muere, y salen sobrando los enredos, pero allá cada quien con su
cuento. Pero a esta ya no me trago ningún cuento”. Y por si no fuiste demasiado
desagradable e injusto, a continuación pasas a criticarme la colección de
poesía La Cuerda del Arco que entonces yo editaba y financiaba con mucho
esfuerzo, cuestionándome su formato y demás de la siguiente manera (a propósito
de un ejemplar del libro de Pepe Pons que edité en dicha colección, y que te
había enviado), porque tenías un libro inédito y querías editarlo: “Con gusto
lo haría en La Cuerda del Arco si tuviera dinero para pagar la edición, pero
no… Esperaré y ya saldrá por aquí, alguna universidad o alguien que lo
sufrague. Yo no dispongo de medios económicos. Por otra parte, esas ediciones
así largotas no me hacen gracia. Prefiero más los libros con aspecto de libro,
no soy de los que fríen los huevos con aceite de coche, y en vez de papas le
ponen recortes de periódicos. Nadie respira por las orejas. Todos seguimos
respirando por la nariz. Desconfío de los renovadores”. ¡Quién fue a hablar: tú
que has publicado en papel de estraza, en papel similar al papel higiénico, en
editoriales menores de todo tipo, en formatos que nada tienen que ver con el
formato libro! ¡No tienes perdón de Dios!
Todo eso me hizo pensar que, en
realidad, no sólo no has tenido nunca sentido autocrítico —que también—, sino
sobre todo que como poeta no has sabido protegerte de ti mismo, no has sabido
fijar límites a tus propias quimeras, publicando por aquí y por allá por puro
capricho, sin tener el más mínimo temor de no saber resistir al último poema.
No, no tienes conciencia del peligro para la salud mental que supone ese
encontrarte siempre libre en lo que se llama “vuelo poético”, ese exclusivismo
de escribir diariamente un poema “de golpe y porrazo”. Porque no importa que
seas un maestro en no dejar distancia entre lo que dices y el modo en que lo dices.
¿De verdad que no eres capaz de reflexionar, antes de publicarlo, que ese poema
puede ser chueco y desproporcionado, malo o incompleto y, por ende, un fracaso?
Nada, tú a lo tuyo, a seguir
ejerciendo de poeta-bocazas, hablando y escribiendo más de lo debido y de forma
indiscreta: “Sólo sé / que yo seguiré escribiendo, / ya que lo mío es escribir
/ y escribir contra el silencio /
lo que no puedo callar / y, aún más, callarme no quiero.” (poema del 20
de enero de 2011). ¿No has pensado nunca que esa voz adquirida, luego de tanto
trabajo, puede ahora limitarte, ser tu enemiga, al seguir recurriendo a lo que
te identifica, te garantiza y facilita, porque no eres capaz de salir de ti, de
tu encasillamiento, tu enquistamiento?
Y tras esas necias excusas por tu
parte para no publicar en mi colección de La Cuerda del Arco, en esa misma
carta, por fin, me escribes: “Respecto a Raúl Macín, lo vi el otro día. Tu
libro y el mío están en marcha. La verdad es que el hombre está casi en la
ruina, y ha hecho y hace un esfuerzo sobrehumano por no cerrar su pequeña, pero
honesta y vertical editorial. Es de agradecerle que se gasten un dinero en
publicar libros”.
Y, mientras tanto, en carta tuya de
27 de marzo de 1992 me respondes al envío que te hice de mi otro ensayo “El
poema está en las palabras, sólo hay que sacar lo que sobra” (Colección
Abolays, Sevilla, 1992), de la siguiente manera: “Resulta interesante, aunque
tu ensayo no me lo parezca tanto. Eso de explicar lo inexplicable me parece muy
gracioso. Enredos mentales. Si te divierte me parece bien. Tipográficamente me
agrada y me gustaría publicar ahí mi ensayo humorístico ˝La Falacia de la
Fama˝ o ˝Los poetas y los retretes en el siglo XIX˝”. Aquí ya,
aparte de ser desagradable e injusto, como de costumbre, te salió esa pizca
cínica que salpimienta tu estoicismo.
En esta misma carta, a continuación
me decías: “Ah, de Macín no sé nada. Además no te tenido tiempo de llamarlo.
¿Para qué? Si hubiera algo, él me avisaría. Es un hombre enfermo y su negocio
está mal. Él es una bella persona, pero hay que tenerle toda la paciencia del
planeta. Yo confío que esos libros salgan este año. Pero si hubiera que
˝actualizarlos˝ quiere decir que nacieron muertos. Y lo que nace muerto no vale
la pena”. Es evidente tu despreocupación en el seguimiento del libro y, como
no, tu egoísmo, pues tras rechazar mi ensayo de manera tan lerda sin entender
nada de nada (y “ni falta que hace”, te dirás a ti mismo, con tu habitual
simpatía), vas y me pides que te pase a limpio un par de trabajos tuyos: uno
sobre los gatos y otro titulado “De sobresalto en sobresalto”, preguntándome
enseguida qué editoriales había en Sevilla para colocar estos libros. Yo, yo,
yo, yo, y luego los demás. Egoísta y vanidoso. A lo mejor es que te crees como
dijo Terencio en una de sus obras: “yo soy mi prójimo” (perfecta definición del
“amor propio”). ¿Quién sabe?
Un mes después, el 20 de abril de
1992 me escribes: “Hace un rato sonó el teléfono. Era Raúl Macín. Me dio la
noticia de que tu libro ya está bien. El próximo martes 28 dispondrá de
ejemplares en su oficina y me dará algunos para que te mande”. Pero, en
carta-nota tuya una semana después, el 28 de abril de 1992, me comunicas: “Dado
que aquí nadie sabe lo que quiere decir Cafre, se le cambió el título a tu
libro. Espero no te moleste. Fue necesario para interesar a los lectores. Lo
otro aquí estaba en griego”. Con esta simple nota, sin más, me enviabas un solo
ejemplar del libro. Esto, entre rufianes, es una clara política de hechos consumados.
Y en carta posterior, del 2 de julio
de 1992 me escribes, a modo de autojustificación: “No sé cuál sea la situación
real de Macín. Creo que es la enfermedad y el dinero. El hombre no anda muy
bien, pero podría haberte escrito una carta… Se podrían tantas cosas. Con razón
me hablas del terrible pecado por omisión. Gran pecado. Todo lo que dices en tu
carta es harto razonable y es lógico irritarse. Yo también me molesté cuando
supe lo del cambio del título del libro, pues no me consultaron tampoco. A mí
me gustaba mucho más lo de Sociedad Cafre. Además quedaba explicado. Estoy tan
disgustado o más que tú. Ahora ya no cabe otra que ver cómo enderezar este
triste entuerto. Yo tampoco entiendo, pero entender esto no es fácil. Llevas la
múltiple razón al decir que desconfías”.
Esto es, en abril de 1992 me dices que se quitó la palabra “cafre”
del título del libro porque ahí en México nadie sabe lo que quiere decir, que
es como si estuviera en griego, y en julio de 1992 me dices, por el contrario,
que a ti te gustaba mucho más lo de “sociedad cafre”, porque además quedaba
explicado. ¡Esto es una pillada en toda regla!
Ciertamente, quedaba bastante claro
en el epígrafe del libro qué quiere decir “cafre”. Epígrafe que, por tanto, fue
suprimido de la edición, al suprimirse dicha palabra en el título, resultando
un auténtico atentado contra la perspectiva en el entendimiento que yo había
querido que tuvieran los posibles lectores del libro. Una palabra que deriva
del árabe “kufr” (“ocultar, “encubrir”; por tanto, no es griego), que tiene que
ver con un modo de estar en la vida, no con un modo de pensar. Porque el “kafir” (el cafre)
no es alguien que piense algo contrario a la verdad, sino alguien que tiene una
postura activa en la destrucción del mundo, y lo hace ocultando, encubriendo su
belleza y su verdad, por el placer de la destrucción que ocasiona o el
beneficio que saca por esta destrucción. Por tanto, decirle a alguien “cafre”
no es atribuirle algo negativo en el plano intelectual, mucho menos en el de la
fe, sino en el vital. De hecho, en castellano ha quedado esta palabra para
designar a alguien que no es civilizado, alguien zafio, rudo, violento.
En este orden de ideas, donde mejor
se ha comprendido el sentido de la palabra “cafre” es en Islam. No en vano,
deriva de la palabra árabe “kufr” (en plural, “kufâr”), con la
que se designa, no a alguien opuesto a Islam, sino a alguien que tiene el
corazón enfermo y que vive
desordenando el mundo. “Ser kafir —según advierte Abdelwahid M.
Al-Kurtubi— no es para los musulmanes una ˝cuestión ideológica˝, sino una
actitud en la vida. (…) El Islam no es cuestión de pensar de un modo, sino lo
contrario a una actitud brutal en el trato con la Tierra y los seres que la
pueblan, de la que deducimos que para el musulmán todo en el cosmos no está
bajo el control del hombre, sino que la existencia tiene sus propias leyes de
autogobierno, a las que llama Allâh, y ante lo que se postra, en señal de
sumisión.”
En suma, con el cambio de la palabra
“cafre” por la palabra “posmoderna” en el título del libro, se abortó la
posibilidad de entenderlo en su conjunto tal como yo había previsto. Por lo que
fue, te lo digo por última vez: un auténtico atentado, una fechoría difícil de
olvidar.
No obstante, por fin reconociste, al
menos un poquito, que las cosas se hicieron mal. Pero lo peor de toda esta
historia fue enterarme por ti mismo cuál es la relación que sueles tener con
este tipo de gente, porque a renglón seguido vas y me haces una triste
confidencia: que tú “cultivas la amistad con esta fauna…, más allá de lo
necesario para la sobrevivencia”. Esto es, quieres decir claramente que te
desenvuelves con habilidad y ventaja en ese sórdido mundillo de la cultura,
haciendo bien tus cálculos de provecho e influencia, traficando con vanas
complacencias, asiduidades, cortesías, con halago y astucia, sólo para
satisfacer tus deseos de publicar tus libros y tus artículos periodísticos.
Este proceder tuyo, ¿cómo quieres que lo interprete? Sin comentarios.
Finalmente, alrededor de año y medio
después, el 1 de septiembre de 1993 me escribes que la editorial quebró, de ahí
que sea difícil conseguir ejemplares y mandarlos, y de que era un “grave error”
que yo pensara que Macín y sus secuaces de la editorial eran unos
“sinvergüenzas”, porque “los pobres gastaron su dinero y lo perdieron para
siempre. Nada más lejos aquí que utilizar a nadie como negocio editándole un
libro. ¡Por favor!”. No seas iluso, esos tipos jamás perdieron dinero en la
edición del libro, porque su sello editorial coeditó con el Instituto
Politécnico Nacional de México, es decir, que casi todo el dinero es muy
probable que lo aportara este instituto público. Macín & Cía. se limitaron
a poner en los créditos el nombre de su editorial: Claves Latinoamericanas (con
el que sin duda editaron y publicaron otros libros con su propio dinero, algo
que no cuestiono), haciéndose cargo del proceso de edición (maquetación,
diseño, correcciones, distribución, etc.), no más. Conozco bien este tipo de
coediciones con universidades y/o organismos públicos, pues trabajé un tiempo
en una editorial que tenía este tipo de colaboraciones con universidades y
organismos públicos, que son realmente las que aportan el dinero. Es más, la
editorial se lleva incluso un porcentaje por el trabajo realizado en la edición
de los libros. Así que no pierden nada, sino que ganan. Por lo que te reitero,
digas tú lo que digas, Raúl Macín Andrade actuó como un rufián en la gestión de
mi libro.
En definitiva, hubo una mala gestión
por tu parte, no digamos por parte de Macín, respecto a ese libro, del cual
éste —que, por cierto, murió en enero de 2006, cuando intentaba reavivar una
segunda etapa editorial de Claves Latinoamericanas en España, buscando
seguramente nueva gente que embaucar—, sólo me envío un solo ejemplar, porque
los otros seis ejemplares que me llegaron recuerdo que me lo enviaste a través
de un amigo tuyo que viajaba a España. Un libro en el que yo tenía puestas
muchas expectativas para poder moverlo por aquí en ciertos ámbitos culturales
donde quería introducirme para una salida laboral en forma de colaboración. Ya
entonces, por ejemplo, colaboraba habitualmente con reseñas, artículos y
ensayos en el suplemento cultural “Cuadernos del Sur” del Diario de Córdoba,
aunque sin cobrar ni un euro, y esta decepción editorial de “La sociedad
cafre” me hizo desistir de continuar colaborando, máxime cuando algunos
de los ensayos de este libro habían salido en dicho suplemento. En resumidas
cuentas, el libro —del que tan sólo obtuve finalmente siete ejemplares— fue
todo un fracaso como edición, y no pude colocarlo en ningún sitio como tarjeta
de visita.
Ah, si hubiera sabido entonces que
Raúl Macín Andrade era (además de escritor, poeta, bohemio, mecenas, editor,
comentarista de radio, articulista, defensor de derechos humanos, ideólogo,
teólogo, ecuménico, etc.), ex pastor de la Iglesia Metodista que se adhirió al
Partido Comunista Mexicano, ten por seguro que mi libro no hubiera llegado
jamás a sus manos.
Todo aquello me tocó profundamente.
Y decidí no confiar más en ti. Si a esto añado tus infames y vergonzosas
calumnias, a raíz de mi conversión al Islam, acontecida poco después (en agosto
de 1993), y que fueron constantes en las cartas que escribías a tu madre, era
lógico y natural que dejara de comunicarme contigo definitivamente.
Hasta aquí el relato (a modo de
espejo) de los acontecimientos de hace 20 años. Y si finalmente no te reconoces
en ellos, peor para ti, porque a mí sólo me ha importado —dicho a la manera
orteguiana— salvar una circunstancia de mi vida para salvarme yo. Porque esa
dignidad, ese derecho que le otorgo de ser recordado, nace de una especial
significación en mi vida.
No
soy persona de ajustes de cuentas. Ahora bien, aquel que usa desagradables e
injustas palabras para negarme algo, debe saber que una venganza valiente nunca
llega demasiado tarde. Entonces, sentí indignación, y no estaba dispuesto a
perdonar ni olvidar, dado que “perdonar u olvidar —como muy bien dijo
Schopenhauer— significa echar por la ventana una ya preciosa experiencia”;
pero, pasado el tiempo, no he sentido tomar revancha contra ti aunque fuiste
injusto conmigo, porque ahora sí puedo conceder la nobleza del olvido del
pasado, con todas sus burlas, y tratarte incluso —a efectos de medida
correccional— con sincera y decidida consideración, siempre y cuando no te tomes a mal el hecho de que te tenga que regañar justamente, porque como ya eres más viejo y más irritable....
Hasta
ahora, creí que mi silencio mudo durante 20 años fue mi venganza mayor. Pero
tras comprobar que sigues por las mismas andadas, fue de justicia tirar a dar
para salvaguardarme. Y no porque me haya sentido irritado, agraviado u ofendido
por alguien que se ama a sí mismo más que a nadie. No hay motivos. Sino porque no
puedo más que estar agradecido: fui cumpliendo años, adquiriendo experiencia y,
sobre todo, una complejidad sentimental e intuitiva para desenmascarar a
quienes —viendo la vida a través de figuras retóricas como el calambur o el juego de palabras o, lo que es lo mismo, de pequeñas trampas de tahúr obstinado— disfrazan la verdad con
gracia, incluso, a veces, de manera tresdoblada, esto es, dándole tres
dobleces.
Fantasía romántica de Jesús durante el inexistente Sermón de la Montaña.
A continuación, vamos a entrar en
otro terreno, teniendo en cuenta tu último correo del día 4 de junio de 2013,
donde me recomiendas la lectura detenida del Sermón de la Montaña, y donde
defines a Jesús de Nazaret como “el poeta más hondo y limpio” que ha habido jamás,
agraviando de camino –sin venir a cuento— a Rumi, Hafiz y Omar Khayyam “y
demás glorias de la poesía universal”, como simples “malabaristas verbales”. Es
curioso que los tres nombres de poetas que das –de todos los grandes poetas que
ha habido en la humanidad, en todas las culturas— sean del mundo islámico, lo
cual no puedo más que considerarlo como otra afrenta e injusticia más de tu
parte, así veladamente, hacia el Islam.
En cuanto al citado Rumi (según tú,
un “malabarista verbal”), ya te contesté en su día en un artículo mío dedicado
a tu poesía, publicado con el título “La fragancia del fervor: a propósito
de la poesía de Juan Cervera” (revista Empireuma, nº 12,
Orihuela, Alicante, 1988), y que como al parecer no lo recuerdas te lo vuelvo a
repetir: “Rumi mostraba un asombroso desprecio por su poesía, a la que
consideraba como ropaje, porque lo único que le importaba era comunicar una
gnosis. En cierta manera, daba a entender, que una vez separada la escoria de
la poesía, sólo el oro de la liberación importaba. De ahí que esas suposiciones
falsas y superficiales que ponen la poesía al mismo nivel que el Principio
Único, son absurdas. De hecho, creer en la poesía como Absoluto es dar gato por
liebre, remedio de quienes no creen en Dios, o si creen, al menos, en un Dios
tan lejano y frío, que más bien parece su creencia una máscara social con la
que ocultar su verdadero agnosticismo, tomando como último recurso la poesía
como redención de la vida. En este caso, el triunfo de la poesía se convierte, por
esto mismo, fácilmente, en una derrota del hombre. Así pues, no basta con
afirmar sin cesar la existencia de Dios, cuando, por otro lado, no se duda en
compararlo con cualquier objeto manifestado, como si pudiese haber dos
realidades esencialmente distintas, lo cual demuestra que una falla
infranqueable en el espíritu contemplativo del poeta, que le hace tender a
encerrar la realidad en uno solo de sus grados: la existencia sensible, con
exclusión de la existencia inteligible. ¿No sería mejor poetizar que nada puede
situarse ˝fuera de˝ o ˝al lado de˝ Dios? Juan Cervera no va más allá, y por
tanto no llega a la gran verdad de que más que buscar a Dios hay que dejarse
buscar de Él, para lo cual hay que comenzar porque el corazón no se aferre a
las cosas de este mundo, es decir, no reducirse a agitar simples ˝contraseñas˝,
dentro de un vitalismo exacerbado. Dios es quien nos busca, por lo que es
preciso desterrar toda inercia, todo temor, toda duda, pues el mundo no es
disonancia, sino armonía, y la existencia no es ˝inclemencia˝, sino
˝reverencia˝”.
Palabras que al aparecer nunca
entendiste, porque continúas poniendo la poesía al mismo nivel que el Principio
Único, como delata estos versos tuyos del 28 de mayo de 2010:
“Que no muera la Poesía,
que si la Poesía se muere
Dios se morirá con Ella
y, con Dios, la Creación misma.”
Por otra parte, lamento muchísimo
que estés atrapado en las visiones estereotipadas y panorámicas del Islam a
través de los medios de comunicación, frente a los discursos bien hilados y
argumentados. Lástima que te quedes en lo audiovisual, lo esquemático y
anecdótico, que los medios de comunicación (cuyos conglomerados mundiales son
controlados mayoritariamente por judíos) lanzan sobre Islam y el mundo
islámico, mostrando la tendencia al amarillismo y a la insustancialidad, a la
manipulación y la tergiversación. Modos de ver y leer que soslayan el esfuerzo
intelectual, la lectura sosegada, para comprender e interpretar con sentido lo
que es Islam y lo que ocurre realmente en el mundo islámico. Prefiero saber que
lo que te ocurre es que tienes una seria carencia de orientación crítica
argumentada para comprender todo esto, antes de creer que tienes mala intención
o, lo que es lo mismo, mala baba. Aunque muchas veces tengo serias dudas.
Pero a lo que vamos, al
Sermón de la Montaña. Recuerdo, a este respecto, un largo poema tuyo titulado
“Bienaventurados” del año 1987, donde haces una glosa de este sermón, y que me
enviaste entonces con esta recomendación: “por nada del mundo vayas a dar a conocer
este texto en menos de un año. No debe ver la luz hasta 1988. Así sea.
Gracias”. Ignoro las verdaderas razones de esta recomendación tuya, y sé
ciertamente que este poema no está incluido en ningún libro tuyo. Pues bien, en
este poema (aparte de unas justas consideraciones cristianas alrededor de las
bienaventuranzas), incurres en el error de creer en la patraña de la Trinidad.
Para empezar, debo decirte
que este Sermón de la Montaña es una pura invención, pura literatura, porque en
realidad nunca existió, siendo simplemente una compilación de las primeras
enseñanzas de Jesús, tal como se muestran en Mateo y Lucas, a partir de unos
cuantos miles de manuscritos, sobre los cuales los especialistas todavía no se
han puesto de acuerdo, dadas las múltiples contradicciones que hay entre ellos,
así como las numerosas inconsistencias, que han creado una variedad aturdidora
de interpretaciones descontextualizadas, refractarias a la complejidad y faltas
de rigor, tanto como recepciones ocasionales, fragmentadas y carentes de
profundidad analítica. De hecho, los grupos teológicos siguen discrepando
todavía respecto a qué libros deben ser incluidos en la Biblia. Hay más de
5.700 manuscritos griegos y aproximadamente 10.000 manuscritos del latín y sus
variantes vulgares, a las que hay que agregar otras variantes de la antigüedad
(en siríaco, copto, armenio, georgiano, etiope, nubiano, gótico, slavónico,
etc.), de todo o parte del Nuevo Testamento, y ninguno de ellos es exactamente
igual en todos sus detalles, siendo algunas de estas diferencias muy
significativas. En total, se estiman unos 400.000 manuscritos. Y encima,
ninguno de los manuscritos originales ha sobrevivido al período cristiano
temprano. Los manuscritos completos más antiguos (el Vaticano No. 1209 y el Códice
Sinaitic Syriaco) tienen fecha del siglo cuarto, trescientos años después de
Jesús. ¿Y los originales? Perdidos. ¿Y las copias de los
originales? También se perdieron. Los manuscritos más antiguos son
copias de las copias de las copias, de las que nadie sabe de dónde salieron las
copias de los originales.
¿Qué tienen entonces los
llamados cristianos? Una convención inventada por unos escribas y copistas
manipuladores. El número de alteraciones deliberadas, hechas en el interés de
la doctrina, es difícil de evaluar, pero lo que sí se sabe es que los escribas
corrompieron sus textos por razones teológicas. Se introdujeron errores en
forma de adiciones, tachaduras, substituciones y modificaciones, con el
resultado de que el Nuevo Testamento es una mezcla de textos. Los especialistas
estiman que al menos nueve de los 27 libros del Nuevo Testamento son
sospechosos, y todas las epístolas también.
Y en cuanto a los autores de
los evangelios, todos son desconocidos. Los estudiosos bíblicos raramente, si alguna
vez lo hacen, atribuyen la paternidad literaria del evangelio a Mateo, Marcos,
Lucas o Juan, porque realmente fueron escritos por otras personas, escritores
cristianos durante la segunda mitad del primer siglo después de Cristo. En
otras palabras, que los discípulos de Jesús poco o nada tienen que ver con la
autoría de los evangelios. Para empezar, Marcos era un secretario de Pedro, y
Lucas un compañero de Pablo, siendo tan sólo Mateo y Juan verdaderos
discípulos, aunque los estudiosos modernos los inhabilitan como autores. ¿Por
qué? Múltiples fuentes reconocen que hay bastante evidencia, además de los
testimonios cuestionables de autores del siglo segundo después de Cristo, para
sugerir que el discípulo Juan era el autor del Evangelio de Juan. Quizás
la refutación más convincente es que el discípulo que se cree que era Juan
murió alrededor del año 98 d.C. Sin embargo, el Evangelio de Juan fue escrito
hacia el año 110 d.C. Así, quien quiera que hubiese sido Lucas (el compañero de
Pablo), Marcos (el secretario de Pedro), y Juan (el desconocido, pero
ciertamente no muerto hacía mucho), no tenemos ninguna razón para creer que los
evangelios fueron escritos por los discípulos de Jesús.
Todo esto demuestra, una vez más,
que en el cristianismo es notoria la falta de celo en la custodia (de dichos
manuscritos, en los que entraron numerosos cambios y falsificaciones), la
deshonestidad, la incompetencia y el prejuicio doctrinal, corroborado por los
mejores especialistas del mundo en el tema.
En cuanto a la montaña a la que
alude el Sermón, no se ubica en ninguna parte. Todo son especulaciones y
divagaciones, que si fue un monte humilde que se convirtió en montaña por la
hipérbole de los cronistas, o que tal vez fuera un altozano o una roca apenas
elevada de la tierra. En fin, especulaciones y divagaciones, semejantes a las
que hacen los poetas.
Todo lo contrario de lo que ha
ocurrido en el Islam, donde los sermones o discursos del Profeta Muhammad
(llamado inconvenientemente Mahoma) son tales, y los lugares donde los dio
existen realmente, y están perfectamente ubicados.
El mensaje de Islam está ahí, sin la
alteración de una sola palabra, en la forma del Corán, que nos da directamente
de la Realidad misma, la visión de la totalidad de la existencia, y nos dice con
exactitud cual es nuestra parte en ella.
Y el ejemplo del Profeta Muhammad ha
sido minuciosamente recogido, mostrándonos la perfección de la forma humana, y
cómo los que estaban a su alrededor la adoptaron, y por lo tanto, cómo nosotros
podemos hacer lo mismo.
Esto no quiere decir que los
musulmanes no hayan seguido el camino de las comunidades anteriores (judíos y
cristianos), distorsionando y aplicando y entendiendo mal la enseñanza
original. Es evidente que lo han hecho. Pero la enseñanza original está todavía
disponible en su integridad, y es accesible para cualquiera que la desee. La
cadena de transmisión desde el último de los Mensajeros, Muhammad, está intacta
y continúa en nuestros días. Porque Allâh lo ha querido así.
Hajj Abdal-Haqq Bewley, musulmán de
origen británico.
Todo lo contrario –como advierte
Abdal-Haqq Bewley, en su ensayo “La forma natural del hombre” (Editorial
Kutubia, Granada, 1982), — de lo que ha pasado en el judaísmo, “donde la
palabra de Moisés fue exaltada por encima de su ejemplo, de manera que el
proceso humanizador y transformativo que trajo y enseñó a su gente, se
convirtió en la rígida estructura y en la meticulosidad legal de la tradición
rabínica, que es inhumana y tiránica, en vez de compasiva y liberadora”.
No digamos en el cristianismo, donde
“al ejemplo de Jesús se le ha conferido un carácter romántico hasta el punto de
que casi se ha excluido lo que él dijo. Recuerda que él siempre fue un judío
practicante, y que nunca renunció a la ley de Moisés, y que vino a devolverle
la compasión y la humanidad que le habían sido arrebatadas. Lo que ocurrió fue
que su ejemplo fue elevado a ˝misterio˝, borrándose los límites morales,
provocando el amorfo caos moral que existe hoy en día en todos los llamados
˝países cristianos˝”.
En suma, Islam es la versión
completa y final de la enseñanza humana revelada a Muhammad a principios del
siglo VII de la era cristiana. Y bien se sabe con certeza que es la única que
se conserva intacta en su totalidad. Porque ha habido celo y honestidad en su
custodia y transmisión. Otro asunto es que esta enseñanza pura y original haya
sido pervertida y distorsionada por algunos, quienes además están perfectamente
identificados.
Shayj Abdalqadir as-Sufi, maestro
sufi de origen escocés, nacido en 1930.
En definitiva, Islam es la última
religión revelada, y se enfrenta de cara al futuro, no al pasado. Como nos ha
enseñado Shayj Abdalqadir as-Sufi: no requiere la creencia en una
meta-historia; sus bases son históricas y han sido registradas minuciosamente.
Su fundamento último es el Corán, cuya característica más conocida como texto
revelado es la de estar confirmado como un texto que es exactamente igual al
enviado originalmente. No es este el caso de la Biblia de los cristianos (y sus
cuatro evangelios trinitarios arbitrariamente seleccionados de entre miles de
manuscritos, en su mayoría unitarios), ni el de los dudosos restos de la Torah
judía, apresuradamente reunidos después de que los cristianos produjeran su
Vulgata, un texto todavía bajo el escrutinio neurótico de los rabinos.
La religión del Islam se completó
con la conclusión del Corán. Y sus obligaciones son las siguientes: atestiguar
públicamente que no hay más dios que el Uno, y que Su Mensajero es Muhammad, la
paz sea con él; cinco postraciones diarias, un ayuno anual durante el mes de
Ramadán, un impuesto anual sobre la riqueza personal acumulada, y, por último,
la peregrinación a La Meca, al menos una vez en la vida, si se tiene
posibilidades económicas para ello.
No obstante, respeto que creas en
dicha recopilación cristiana del Sermón de la Montaña, con sus
bienaventuranzas: dichosos los pobres, los que tienen hambre, los pobres de
espíritu, los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que
trabajan por la paz y los perseguidos por causas de la justicia. Es todo muy
loable, naturalmente. Pero piensa en lo que la iglesia ha hecho a lo largo de
la historia, frustrando el propio objetivo de Jesús, la sencillez y la bondad
con las cuales Dios le dio tanto poder, con el fin de que pudiera llevar
conciencia a su gente. Por no hablar del concepto de la Trinidad (el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo), culminación de todos los esfuerzos de buscar una
“supremacía” convertida en una expresión religiosa, alcanzando la categoría de
enigma que no hay cristiano que pueda explicar adecuadamente hoy día, esto es,
que no hay cristiano que lo entienda.
El Espíritu de Dios es tan real
desde los días de Adán, como en los días de Abraham, de Moisés, de Jesús, como
en la época de Muhammad, la paz sea con todos ellos. No es necesario encerrarlo
en los confines de un triángulo hecho por el hombre. Tampoco Jesús se asoció
con ninguna teoría de esta clase. Jamás se proclamó a sí mismo hijo de Dios.
Porque lo correcto es decir que Jesús es hijo de María, no más.
A través del tiempo, los cristianos
fueron modificando este concepto de la Unidad y Unicidad de Dios, un cambio que
comenzó como una vaga y misteriosa doctrina, inventada en el siglo IV d. C., y
que ha sido fuente de controversia, dentro y fuera de la religión cristiana. Me
refiero a la doctrina de la Trinidad, un concepto que si se pone en términos
entendibles, suena de lo más confuso, añadiendo más misterio al asunto. Bien se
sabe que esta doctrina fue formulada por San Anastasio Sinaita (un asceta del
siglo VII d.C.) quien llegó a confesar que mientras más escribía sobre este
asunto, menor era su comprensión al respecto, siendo San Máximo (nacido el año
580 d.C., y conocido también como San Máximo el Confesor, Máximo el Teólogo y
Máximo de Constantinopla) el primer autor de un tratado de la Trinidad, tras el
cruce de varias cartas que dirigió al Papa Martín I el año 655 d.C. Luego la
historia es ya bien conocida: esta doctrina se añadió posteriormente al texto
bíblico, cuando no fueron jamás palabras de Jesús. Así se añadieron en Mateo
28:19, Marcos 16:15, I Epístola de Juan, 5:7. Por tanto, el concepto de
Trinidad fue una fabricación añadida después al texto bíblico original, no
siendo una idea dada por Jesús u otro Profeta.
Una controversia que ya venía de
atrás, y que dio lugar durante el siglo V d.C. a la pugna entre los arrianos
(seguidores del diácono Arrio, de creencia unitaria monoteísta) y los
trinitarios (capitaneados por el obispo Alejandro, de creencia trinitaria politeísta).
En dicha riña, que supuso divisiones, guerras y asesinatos, intervino el
emperador Constantino, quien para terminar con el desacuerdo organizó el primer
Concilio Ecuménico en la historia de la Iglesia, el celebrado en Niza el año
325 d.C., donde la doctrina de la Trinidad fue oficialmente formulada como
canónica, es decir, aprobada por la ley del hombre, no por la ley divina. A
partir de entonces, el dios de los cristianos tiene tres esencias o
naturalezas: en la forma del padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y el
cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano.
Si quieres saber más sobre esto, puedes consultar el magnífico
libro titulado “Jesús, Profeta del Islam”, escrito por Muhammad Ataur Rahim y Ahmed Thomson, cuya
primera edición al castellano se hizo el año 2000 en la Editorial Kutubia de
Granada, y que lleva una portada diseñada por mí. El libro lo puedes consultar,
capítulo por capítulo, en el siguiente enlace de la página de una comunidad de
musulmanes de México, precisamente, donde lo han colocado:
Muhammad Ataur Rahim estudió durante
años las fuentes cristianas —tanto apócrifas como oficiales—, judaicas e
islámicas sobre Jesús. Consultó los manuscritos de Qumran, la historia de la
Iglesia, los hadizes o tradición oral del Profeta Muhammad, etc. Con
toda esta documentación realizó un detallado análisis de cómo se gestó el dogma
de la Santa Trinidad en el cristianismo y cómo se convirtió a Jesús en Hijo de
Dios. Una vez contrastados los evangelios canónicos y las tradiciones sobre el
nacimiento de Jesús, resaltando los puntos en común y contradicciones, concluye
con una cita del Corán — que
esencialmente cristianos y musulmanes comparten—, según la cual, aunque Jesús
no es el hijo de Dios, no fue engendrado por un hombre mortal. En conclusión,
según el Corán Jesús jamás pretendió ser adorado como una divinidad, ya que
sólo existe un Dios, Único y Eterno, que no engendró ni fue engendrado, y, por
tanto, no puede tampoco ser “tres en uno”.
Como se afirma en la contraportada:
“este libro es un profundo análisis acerca de cómo fue inventado el
Cristianismo. Muestra claramente que ya no existe tal cosa como la religión
cristiana y pone de manifiesto que estamos ante una pseudo-religión. La
Cristiandad es una realidad histórica basada en una ficción metafísica. Al ser
sus fundamentos míticos e inventados, en oposición a existenciales y revelados,
el Cristianismo aparece ante nosotros como un sistema de cerrazón negativa. El
Cristianismo proclama la doctrina del amor al tiempo que establece la
Inquisición. Predica el pacifismo y propugna las Cruzadas. Llama a la pobreza y
construye el enorme edificio de riqueza que se llama la Iglesia. Afirma
˝misterios˝ y se involucra en la política”.
¡Y pensar que hubo una época en el
mundo cristiano que aquel que hablara en contra de la Trinidad era considerado
blasfemo, siendo sentenciado a la mutilación e incluso a la muerte! ¡Cristianos
trinitarios contra cristianos arrianos, a los que mutilaban y mataban por una
diferencia de opinión! En cambio, hoy, cuando se les pregunta a los cristianos
por esta patraña de la Trinidad se limitan a decir algo parecido a esto: “yo
creo, porque me dijeron que crea así”. Vamos, que no pueden argumentar una
explicación, porque es un “misterio”. Si Dios es el Padre y también el Hijo, es
su propio Hijo. Esto no es lógico. Esta es una parte más de la confusión en la
que viven los llamados cristianos, que tienen serios problemas para definir la
esencia de Dios, siendo incapaces de regresar a las auténticas enseñanzas de
Jesús, quien en todo momento se refería a Dios, como todos los Profetas, como
el Singular, Único, Indivisible ser en el cual los hombres deben declarar su
creencia. Por el contrario, los cristianos, al creer que Dios es Tres en Uno,
han instituido una forma de politeísmo.
“Adoren al Señor, su Dios, y a Él
solamente deben servirle.” (Lucas, 4:8)
Pero es en el Corán, cómo no, donde
encontramos el mandato a seguir contra esa patraña de la Trinidad:
“¡Gente del Libro! No exageréis en
vuestra Creencia y Adoración ni digáis sobre Allâh nada que no sea la verdad.
Ciertamente el Ungido, Isa [Jesús], hijo de Maryam [María], es el Mensajero de
Allâh, Su palabra depositada en Maryam y un espíritu procedente de Él. Creed,
pues, en Allâh y en Su Mensajero y no digáis tres; es mejor para vosotros que
desistáis. La verdad es que Allâh es un Dios Único. ¡Está muy por encima en Su
gloria de tener un hijo! Suyo es cuanto hay en los cielos y cuanto hay en la
Tierra. Y Allâh basta como Guardián.” (Corán, 4:171)
“Y han caído en incredulidad los que
dicen: Allâh es el tercero de tres, cuando no hay sino un Único Dios. Si no
dejan de decir lo que dicen, a ésos que han caído en la incredulidad les tocará
un castigo doloroso.” (Corán, 5:73)
El Corán condena tanto a la Trinidad
como a la adoración a Jesús [Isa] y a su madre María [Maryam].
“Y cuando Allâh dijo: ˝¡Isa, hijo de
Maryam! ¿Has dicho tú a los hombres: Tomadme a mi y a mi madre como dos dioses
aparte de Allâh?”. Dijo: ˝¡Gloria a Ti! No me pertenece decir aquello a lo que
no tengo derecho! Si lo hubiera dicho, Tú ya lo sabrías. Tú sabes lo que hay en
mí, pero yo no sé lo que hay en Ti. Es cierto que Tú eres el Conocedor de las
cosas ocultas.” (Corán, 5:116)
La veneración a María es un invento
de la Iglesia Católica desde el Concilio de Éfeso (año 431 d. C.), que es
cuando a ella se le dio el título de “Madre de Dios”, infamemente.
En el Corán, la Revelación final de
Dios a la humanidad, se encuentra la posición bastante clara y sin la más
mínima duda, a este respecto:
“Y no pongas a otro dios junto a
Allâh, pues en ese caso serías arrojado a Yahannam [al Fuego], reprobado y
despreciado.” (Corán, 17:39)
“Di: No soy más que un ser humano
como vosotros, se me ha inspirado que vuestro dios es un Dios Único; así pues,
el que espere el encuentro con su Señor, que actúe con rectitud y que al adorar
a su Señor no Le asocie a nadie.” (Corán, 18:110)
Y aún hay más. Junto a esta patraña humana de la Trinidad, hay que
colocar el mito de que Jesús murió en la cruz, un hecho que no tuvo lugar,
porque sobrevivió al martirio romano y huyó con vida de Jerusalén. Aunque hubo
muchas especulaciones por parte de autores heterodoxos occidentales al
respecto, ninguno de ellos mencionó nunca que la fuente de esta información
provenía del Corán, el cual —al negar la crucifixión— desmonta todo el
cristianismo. Porque si no hubo muerte de Jesús, no hubo resurrección. Y si no
hubo resurrección, no hubo redención. Ni más ni menos.
La tradición islámica describe a Jesús del siguiente modo: “Un
hombre rubicundo tendiendo a blanco. Su cabello no era muy largo. No untó jamás
su cabellera. Él acostumbraba a caminar descalzo. No tenía casa, ni adornos, ni
mercancías, ni vestimenta, ni provisiones, excepto el alimento de cada día.
Solía tener sus cabellos en desorden y su rostro era pequeño. Era un asceta en
este mundo, añorando la otra vida y adoraba a Allâh ávidamente”.
Su aspecto
físico era, por tanto, muy similar al de cualquier otro palestino de la época.
Por eso, en el momento de ser detenido en el huerto de Getsemaní, por orden de
Herodes, la oscuridad y la confusión provocaron que los soldados romanos
apresaran a otro, confundiéndolo con Jesús. Es decir, el auténtico Jesús jamás
fue crucificado.
El Corán es
concluyente al respecto: “Y por haber dicho: Nosotros matamos al Ungido, hijo
de Maryam, mensajero de Allâh. Pero, aunque así lo creyeron, no lo mataron ni
lo crucificaron. Y los que discrepan sobre él, tienen dudas y no tienen ningún
conocimiento de lo que pasó, sólo siguen conjeturas. Pues con toda certeza que
no lo mataron. Sino que Allâh lo elevó hacia Sí, Allâh es Insuperable sin
igual, Sabio.” (Sura 4:157-158)
Esta es la
creencia de todos los musulmanes: Jesús no murió en la cruz y, por tanto, nunca
pudo resucitar. Al igual que Enoc o Elías antes que él, ascendió a los cielos
en cuerpo físico y se encuentra esperando al día del Juicio Final para regresar
a este mundo.
Al igual que
un cristiano debe aceptar el Antiguo Testamento, aunque rechace el judaísmo, un
musulmán acepta el Nuevo Testamento a pesar de no ser cristiano, siempre que no
contradiga el Corán, porque el Inyil, revelación recibida por Jesús, no es un
evangelio redactado como tal sino que se redactaron aproximaciones al mensaje
del mismo, dando lugar a los actuales evangelios. Y de la misma forma en que
Juan el Bautista (cuya historia también esta relatada en la Sura 19 del Corán)
preparó el camino para Jesús, éste preparó el camino para el profeta Muhammad.
Así lo expresa el Corán: “Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: ˝¡Oh, hijos de
Israel! Yo soy el Mensajero de Allâh, enviado a vosotros para corroborar la
Torah y anunciar a un Mensajero que vendrá después de mi, llamado Ahmad [uno de
los nombres del profeta Muhammad]˝.” (Sura 61:6)
Pero esta no
es, según el Islam, la única misión de Jesús. Leemos en la Sura 4:159 del
Corán: “Y entre la gente del Libro no hay nadie que, antes de su muerte
[después de haber venido al mundo por segunda vez], no vaya a creer en él. Y el
Día del Levantamiento él dará testimonio de ellos”. Y es que, desde los
orígenes mismos del Islam los musulmanes esperan el retorno de Jesús en el día
del fin de los tiempos. Según las profecías islámicas, Isa Ibn Marian (Jesús,
hijo de María) ascendió a los cielos en cuerpo y alma, ya que no murió en la
cruz, y regresará para juzgar a la humanidad. Llegará con la misma edad que
cuando se fue, y vivirá 40 años entre los hombres, y después será el juez de
nuestras faltas.
Así que no digas más que
Jesús fue un poeta, por favor, porque bien se sabe que de toda la cantidad de
palabras que dijo o que debió haber dicho en sus enseñanzas, solamente han
quedado registradas una cantidad mínima, y no todas ellas fiables. En suma, los
cuatro evangelios canónicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan contienen fragmentos
del mensaje de Jesús, pero la mayoría de la enseñanza original ha sido dañada o
está perdida.
Ciertamente, Jesús se ocupó
principalmente de los pobres, de los oprimidos, de los marginados, de los
enfermos, y no fue tolerante con la hipocresía de los mojigatos y píos. Su
llamada se dirigía a los corazones de los hombres, y su lema era la humanidad y
el amor, pero nunca tuvo intención de establecer una iglesia, sino una sociedad
de personas cuya fe en el Único Creador les uniera entre sí, con independencia
de razas o creencias. El problema surgió cuando algunos de sus primeros
seguidores intentaron explicar teóricamente la crucifixión, y de allí viene la
doctrina de los siervos que sufren, sacada de los antiguos textos judíos,
mencionada en Isaías, esto es, la doctrina del Sacrificio por los pecados de la
humanidad, elevándose el sufrimiento a categoría de teofanía, y la consiguiente
exclusividad de Jesús, lo cual lo sitúa de forma absoluta entre Dios y su
gente, siendo esta una posición que jamás ocupó durante su vida en la tierra.
“Al servicio de estos dogmas incomprensibles –como refieren unos hermanos
musulmanes andaluces— se pone toda la parafernalia de las escenificaciones
teatrales que tienen lugar en los bautismos, comuniones, misas, etc.,
intentando que la gente asimile lo absurdo. Por ello, el cristianismo apela
tanto a la fe, que es la adhesión incondicionada a lo irracional”.
Así ocurre que cuando un
cristiano se acerca a un musulmán y le pregunta cómo se plantea en el Islam el tema
de la salvación, este último acaba preguntándole: “¿Y qué es la salvación? La
salvación sólo es planteable cuando el pecado es un ídolo, como sucede entre
los cristianos. En el Islam, el acento se pone en Allâh, no en el pecado.
Conocer a Allâh es lo que libera al ser humano. Conocerlo y abrirse al infinito
que representa. Y esa fue la enseñanza de Jesús, según los musulmanes: el
Tawhîd, la Unidad del Señor de los Mundos, es decir, la renuncia a los dioses
para que resplandezca la luz del Uno-Único, el que está por encima de todas las
consideraciones, el que es capaz de hacer que surja vida de una virgen”.
“Jesús, al igual que Muhammad
–siguen advirtiendo estos musulmanes andaluces— luchó contra los ídolos, y lo
hizo entre los judíos, en un entorno monoteísta. Y es porque los fantasmas que
atormentan a los seres humanos, los dioses que imagina, son muchos más que las
representaciones que los politeístas adoran. Y entre esos ídolos hay que contar
la fijación obsesiva en el pecado. El Islam que predicó Jesús fue el de todos
los Profetas, la búsqueda sincera de autenticidad. Y esto es lo que los
musulmanes aprecian en Jesús, y es para ellos un Profeta de envergadura
colosal, sin necesidad de hacer de él un dios o el hijo de un dios, sin
necesidad de matarlo, sin necesidad de resucitarlo después para quedarse
boquiabiertos”, porque “en el Islam se habla de las torpezas, los errores, las
rebeliones, del ser humano, no de ˝pecados˝ con la carga metafísica,
psicológica y mítica que tiene en el cristianismo. El Islam apela al sentido de
responsabilidad del ser humano, no al sentido de culpa”.
Para un musulmán, en
definitiva, Jesús es uno de los Mensajeros de Allâh, y el Enviado para guiar al
pueblo de Israel con una buena noticia: el Inyil (denominado evangelio, palabra
griega que significa “buena noticia”, pese a que Jesús no escribió ningún libro
durante su paso en el mundo terreno). Por tanto, creer en Jesús es requisito
para ser musulmán. Curiosamente, el Corán menciona a Jesús veinticinco veces,
más a menudo, por su nombre, que a Muhammad, llamándole también con los
siguientes nombres: el Profeta (Al-Nabi), el Mesías (Al-Massih), el hijo
de María (Ibn Mariam), y la palabra o el verbo (Kalimatu´Allâh).
“E hicimos que tras ellos,
siguiendo sus huellas, viniera Isa, hijo de Maryam, confirmando lo que ya había
antes de él perteneciente a la Torah. Y le dimos el Inyil en el que había guía,
luz y una confirmación de lo que había antes de él perteneciente a la Torah,
así como guía y amonestación para los temerosos (de Allâh). Que la gente del
Inyil juzgue según lo que Allâh ha hecho descender en él. Quien no juzgue según
lo que Allâh ha hecho descender… Ésos son los descarriados.” (Corán, 5: 46-47)
Jesús fue un Profeta, en
definitiva, el penúltimo Profeta, porque el último fue Muhammad, la paz de
Allâh para ambos. Y ya no va a venir a la humanidad ningún otro. Muhammad, un
hombre notable, que se destacó en todos los aspectos de la vida, como Profeta,
gobernante, filósofo, orador, soldado, esposo, amigo, padre, tío, sobrino, y
abuelo, siendo un hombre amoroso, paciente, valiente, sabio, generoso,
inteligente y magnánimo, que inspiró e inspira a millones de almas alrededor
del mundo.
El primer Profeta fue Adán,
al que siguieron otros a través de la historia de la humanidad sobre la tierra,
como Set, Noé, Idris, Abraham, Isaac, Ismael, José, Hud, Saleh, Shuaid, Lot,
Ozair, Salomón, David, Jonás, Job, Juan, Zacarías, Elías, Luqman, Aarón,
Moisés, Jesús, completándose la cadena con la llegada de Muhammad, la paz de
Allâh sea con todos ellos. Y para los musulmanes no existe la posibilidad de
adorar a Muhammad, pues el Señor es siempre el Señor, y el esclavo no puede ser
más que un esclavo, dependiente por completo de su Creador.
“Vuestro dios es un Dios
Único, no hay otro dios sino Él, el Misericordioso, el Compasivo.” (Corán,
2:163)
Por tanto, querido tío, sólo
los musulmanes tienen acceso hoy día al verdadero conocimiento de Jesús, porque
en el Corán no hay perversión de las enseñanzas originales y narraciones sobre
Jesús. Por tanto, la única manera de seguir a Jesús, Profeta del Islam, la paz
sea con él, es seguir el camino del Islam, el camino del Profeta Muhammad, a
quien Dios bendiga y conceda paz, al igual que a todos los Profetas de Allâh y
a sus verdaderos seguidores, y así hasta…. el Último Día. Porque Jesús fue
enviado por Allâh “sólo para los judíos”, en cambio Muhammad lo fue “para todos
los hombres”.
Allâh dice en el Noble Corán
que envió a Muhammad como una misericordia para la humanidad:
“Y no te hemos enviado [¡Oh,
Profeta!] sino como misericordia para todas las criaturas.” (Corán, 21:107)
En cuanto a los poetas, lo mejor que
se ha dicho sobre ellos lo ha dicho Allâh en el Corán (26: 221-227):
“¿Queréis que os diga sobre quién
descienden los demonios? Descienden sobre todo embustero malvado que presta oído.
La mayoría de ellos son unos mentirosos. Así como sobre los poetas a los que
siguen los descarriados. ¿Es que no ves cómo divagan en todos los sentidos? ¿Y
dicen lo que no hacen? Con la excepción de los que creen, llevan a cabo las
acciones rectas, recuerdan mucho a Allah y se defienden cuando han sido
vejados. Y ha sabrán los que fueron injustos a qué lugar definitivo habrán de
volver”.
En suma, los únicos poetas
auténticos son aquellos que creen en Dios (Allâh), recordándolo en todo
momento, que llevan a cabo acciones sin salirse de la raya, sin desviarse de lo
que Allâh ha permitido, y que se defienden cuando han sido ofendidos por los
incrédulos, después de que éstos hayan insultado al Islam, en general, y/o al
Profeta, que Allâh le dé Su gracia y paz, en particular.
Peregrinos musulmanes en el Monte
Arafat (La Meca, Arabia Saudí),
cumpliendo con el quinto pilar del Islam, el Hajj.
Y si quieres saber de auténticos
sermones, nada como el último discurso que dio Muhammad (la paz de Allâh sea
sobre él) en el Monte Arafat, durante la Peregrinación. Un discurso que no es
una recopilación, es un discurso real, transcrito y transmitido con celo desde
entonces y hasta el final de los tiempos por los musulmanes.
El discurso es el siguiente:
“¡Oh, creyentes!, escuchen con
atención, porque yo no sé si después de este año estaré de nuevo entre
ustedes. Escuchen lo que yo estoy diciéndoles muy cuidadosamente y
trasmitan estas palabras a aquéllos que no pudieron estar presentes aquí hoy.
»¡Oh, creyentes!, así como
ustedes consideran este mes, este día y esta ciudad como Sagrados, de igual
manera consideren la vida y la propiedad de cada musulmán como sagrada.
»Devuelvan las cosas que les
fueron confiadas a sus dueños. No lastimen a nadie para que nadie los
lastime. Recuerden siempre que ustedes se encontrarán con su Señor, y que
Él les preguntará por sus acciones. Allâh les ha prohibido que practiquen la
usura (el interés); por consiguiente, toda usura queda abolida de aquí en
adelante. Sin embargo, es una obligación devolver el capital de un
préstamo. No perjudiquen y no serán perjudicados. Allâh ha declarado
ilícita la usura, y todo el interés que se deba a mi tío Abbas Ibn Abd’ul
Muttalib queda abolido de aquí en adelante...
»Tengan cuidado con Satanás,
preserven su religión. Él ha perdido toda esperanza de que alguna vez podrá
descarriarlos en las cosas grandes, pero ustedes tienen que tener cuidado con
él y sus partidarios en las cosas pequeñas.
»¡Oh, creyentes! es verdad
que ustedes tienen ciertos derechos con respecto a sus mujeres, pero ellas
también tienen ciertos derechos sobre ustedes. Recuerden que las han
tomado como sus esposas con el consentimiento de Allâh y con Su permiso. Si
ellas cumplen con vuestros derechos entonces a ellas pertenecen sus derechos a
ser alimentadas, vestidas y tratadas con bondad. Traten bien a sus mujeres y
sean amables con ellas porque ellas son sus compañeras. Y es su derecho que
ellas no hagan amistad con quien ustedes no aprueban, así como que nunca se
comporten de manera impúdica.
»¡Oh, creyentes! adoren a
Allâh, realicen las cinco oraciones diarias, ayunen durante el mes de Ramadán,
y den de su riqueza el Zakat. Realicen la peregrinación si tienen los
medios.
»Toda la humanidad proviene
de Adán y Eva. Un árabe no tiene ninguna superioridad sobre un no árabe,
ni un no árabe tiene superioridad sobre un árabe; el blanco no tiene
superioridad sobre el negro, ni el negro tiene superioridad sobre el blanco;
excepto por la piedad y las buenas acciones. Sepan que todos los musulmanes son
hermanos. Nada será legítima pertenencia de un musulmán si pertenece a otro
musulmán, a menos que fuera dado libremente y de buena gana. No cometan
injusticias en contra de sus semejantes.
»Recuerden, un día serán presentados ante Allâh para responder por
sus acciones. Así que tengan cuidado, no se desvíen del camino de la rectitud
después de mi muerte.
»¡Oh, creyentes! Ningún
profeta vendrá después de mí, y ninguna nueva fe nacerá. Por consiguiente,
razonen bien y reflexionen sobre mis palabras. Les dejo dos cosas, el Corán,
y mi ejemplo y Tradición, la Sunnah, y si los siguen, jamás se desviarán.
»Que los presentes informen a
los ausentes; puede ser que los últimos sean quienes entiendan mis palabras
mejor que aquéllos que me escucharon directamente.
»¡Oh, mi Señor! ¡Sé testigo de que
he llevado Tu mensaje a las personas!”
De esta manera el Profeta Muhammad
completó su Último Discurso, en el que confirmó el fin de su Misión Profética,
y entonces, sobre el Monte Arafat, la revelación de Allâh descendió:
“Hoy os he completado vuestra
práctica de Adoración, he culminado Mi bendición sobre vosotros y os he
aceptado complacido el Islam como práctica de Adoración.” (Corán, 5:3)
Incluso hoy en día, el Último Sermón
del Profeta Muhammad (la paz de Allâh sea con él) es recibido por todo musulmán
en diferentes partes del mundo, a través de diversos medios de difusión. Se
recuerda a los musulmanes sobre él en las mezquitas y en las
conferencias. Los significados encontrados en este sermón son asombrosos,
hablan sobre algunos de los derechos más importantes que Allâh tiene sobre la
humanidad, y los derechos de las personas. Aunque el alma del Profeta ha
dejado este mundo, sus palabras todavía viven en nuestros corazones.
El discurso fue tal cual se ha
conservado, y el Monte Arafat existe, está en los alrededores de La Meca, en
Arabia Saudí. Se pronunció durante la Peregrinación del año 632 d. C. el noveno
día del mes de Dhul Hiyyah, el duodécimo mes del año lunar, en Arafat, el día
más bendito del año. La Peregrinación a La Meca es uno de los eventos
históricos más importantes en la mente de los musulmanes por ser ésta la
primera y la última Peregrinación, estableciendo así el modelo a seguir para la
realización del quinto pilar de Islam, llamado el Hayy (o Hajj, según otras
transcripciones).
Pues bien, yo y mi mujer estuvimos
en dicho Monte Arafat, durante nuestra peregrinación a La Meca, que realizamos
el año 1995, con lo cual cumplimos con este quinto pilar, y no descartamos en
un futuro, si Allâh quiere, poder hacerlo de nuevo.
Mientras tanto, es una evidencia que
vivimos en una sociedad en la que el cristianismo está considerado como
adquirido o como superado. El problema es que todavía hay gente que todavía no
se ha enterado de ello.
Y ya, para terminar, en tu último
correo finalmente dices que “dejemos la poesía y los libros, y todo eso que
llamamos cultura, y que reine el amor [super sic] entre nosotros”. Y yo te
pregunto, ¿cuál amor?: ¿ese intercambio de dos fantasías y el contacto de dos
egoísmos, según definición de alguien, que no iba mal encaminado? ¿O ese
“equívoco prolongado”, donde está permitida la habilidad, la fuerza, la astucia
y el engaño? ¿O te refieres, por el contrario, al amor romántico, invención de
los poetas, de los músicos y demás gente holgazana, como diría Pérez Galdós, y
que no es más que una patología?
Sospecho que tras haberte refrescado
la memoria con el detalle de los acontecimientos que te he descrito más arriba,
y haber reproducido tus desagradables e injustas palabras hacia mí y mi opción
religiosa, entenderás que sólo podremos dedicarnos al afecto y al cuidado, en
lugar de a la disolución y al abandono, cuando tú cambies de parecer. Pero para
que esto ocurra sólo hay un camino: “Cierto que Allâh no cambia lo que una
gente tiene hasta que ellos no han cambiado lo que hay en sí mismos.” (Corán,
13: 11)
Shayj Muzaffer Ozak al-Yerrahi
al-Halveti (1916-1985), maestro sufi de origen turco.
Amor el que se profesa al Creador
Único, esto es, a Allâh. Amar lo que Él ha permitido, y rechazar lo que Él ha
prohibido. Un amor que se sustenta a sí mismo sin consideraciones de recompensa
o beneficio. Este sentimiento —como dijo un maestro sufi, el Shayj Muzaffer
Ozak al-Yerrahi al-Halveti— “se designa con las palabras árabes ˝hubb
fi-allah˝, amor por el amor a Allâh. Quien ama por el amor a Allâh
continúa amando aún cuando la belleza se convierta en fealdad, la juventud en
vejez, la salud en enfermedad, y la vida en muerte”. Este amor a Allâh es
posible “mediante el no querer ni desear nada más que ser Su esclavo y cumplir
Sus mandatos con fervor, llevando a cabo las obligaciones de Su servicio. En
otros términos, este amor se logra dejándose caer como una gota de agua en el
océano. Significa saber que venimos de Allâh, reconocer que estamos con Allâh,
que estaremos con Él eternamente, sin olvidar nunca que somos Sus siervos,
agradeciendo de palabra y obra todas las bendiciones espirituales y materiales
que Él graciosamente nos confiere, conscientes de nuestra impotencia y
nulidad”.
En
consecuencia, no nos podemos conformar con amar a Sus criaturas, sin que éstas
nos eleven hacia Él. La verdad original de la vida es la de que somos seres
mortales, pero para ascender en la vivacidad que esta finitud ocasiona hay que
trascender la naturaleza sin salir de ella, y hacerlo siempre sin quejarse, sin
lamentar nunca nuestra suerte, por muchas miserias, desgracias, infortunios y
sufrimientos que hayamos pasado. Porque —continúa diciendo este maestro sufi— “cuando
las cualidades y atributos que ocasionan el amor material cesan de existir, el
amor mismo desaparece. Pero el amor espiritual es duradero e inacabable”. El
único refugio cierto es Allâh. “¿Pues dónde más podría uno refugiarse? Buscar
amparo de Allâh con Allâh es no quejarse de Allâh, Alabado Sea. Es más bien
mostrarle a los seres humanos cuál es el verdadero lugar de refugio. El que
clama sinceramente amar a Allâh, nunca le desobedece y se niega a ofenderle. El
amante obedece amorosamente al amado. La verdadera prueba de su sincero afecto
se demuestra al seguir al amado, al obedecerle y al poner esmero en evitar las
cosas que el amado desprecia o le causan disgustos. Los que reúnen estas
condiciones han desplegado, proclamado y comprobado su amor. Este amor sí es
genuino. Cualquiera que no pueda tolerar los caprichos de su amado o sus
crueldades, y que muestre pereza o descuido en servirlo, no podrá ser jamás un
amante verdaderamente afectuoso”. En cambio, “los expertos en amor beben el
vino del amor en la copa del amor; para ellos este mundo, tan ancho como es, se
vuelve estrecho. Aman a Allâh, Alabado Sea, con amor perfecto y completo”.
En este contexto, te doy a conocer
un dicho (hadiz) muy conocido y repetido del Profeta Muhammad, la paz de Allâh
sea con él, en el que dijo que Allâh dijo: “Yo era un Tesoro escondido y desee
ser conocido, y creé el Universo para así poder ser conocido”. Fue este deseo
de autoconocimiento expresado por Allâh, lo que hizo que se iniciase el proceso
de creación y llevó al despliegue de los diversos planos de existencia, en el
que el hombre no es más que el medio a través del cual el “Tesoro escondido”
puede alcanzar su deseo de autoconocimiento completo. De hecho, otro dicho (hadiz) del
Profeta, así lo atestigua. Muhammad, la paz de Allâh sea con él, dijo que su
Señor dijo: “El Universo entero no puede contenerme, pero el corazón de Mi leal
esclavo Me contiene”.
Con estas palabras te dejo,
esperando que te inspiren para sobrellevar, a raíz de la reciente pérdida de tu
amada esposa Axaí, la presencia ausente de lo amado, además de que puedan hacerte recordar a los grandes místicos españoles, San Juan de la Cruz y Santa Teresa
de Jesús, cuyas obras bebieron en las fuentes del sufismo, por cierto, como ya
se ha estudiado profundamente. Porque necesitar y vivir el país, los
familiares, los compañeros, los amigos que perdieron la vida, e incluso la
pérdida de proyectos que fracasaron, no sirven para nada si no se elevan hacia
la Presencia del auténtico Amado. ¿Cómo, si no, tratar de vencer el dolor que
intenta aniquilarnos el espíritu?
Y te recuerdo por última vez: los
únicos poetas auténticos son aquellos que creen en Allâh, recordándolo en todo
momento, que llevan a cabo acciones sin salirse de la raya, sin desviarse de lo
que Allâh ha permitido, y que se defienden cuando han sido ofendidos por los
incrédulos, después de que éstos hayan insultado al Islam, en general, y/o al
Profeta, que Allâh le dé Su gracia y paz, en particular. Por el contrario, los
poetas que no se dirigen de esta manera, no son más que unos ignorantes
pendejos.
Sin más, y esperando que hayas
llegado hasta aquí, sólo deseo que sea lo menos doliente posible tu proceso de
salida de la ciudad de México DF (alrededor de 22 millones de habitantes) tras
45 años de estancia, y tu regreso a tu pueblo natal, Lora del Río (alrededor de
20.000 habitantes), para recorrer el último tramo del camino, donde
estoicamente podrás reunir tus días y contemplar qué pasa por tus versos. No
vaya a ser que te ocurra lo que le pasó a Francisco de Quevedo a propósito de Roma:
“Buscas a Lora en Lora ¡oh
peregrino!
y en Lora misma a Lora no la
hallas.”
Porque en cuanto llegues te darás
cuenta enseguida que el tiempo no pasa, que lo que pasan son las cosas. Unas
cosas que se han tornado emblemas, materia de metáforas. Y de que tu voz ahora
es otra, más opaca y gastada, o tal vez sea la misma, llena de epifanías y
memorias.
“¡Oh, Lora! En tu grandeza, en tu
hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura.”
Mientras tanto, mantengo la
esperanza de que algún día te retractes de todas las infames y vergonzosas
palabras vertidas contra el Islam, y te dirijas a mí con el respeto debido.
Recibes mi abrazo de siempre, pese a
todo.
Antonio José Trigo.