2/12/08

Lo que no me mata me hace más fuerte

nietzsche

Sin ninguna reacción de idolatría y sin frecuentar ninguna de esas grutas de Zaratustra, donde fatalmente el nihilismo se disfraza de grandeza, la lectura de la obra de Nietzsche me ayudó a interiorizar mis conflictos. Apremiado por convertir en luz y llama lo más doloroso, lo más terrible, no llegué nunca a convertir el cuerpo en un camino de trascendencia, porque no tenía valores cristianos de mi infancia que subvertir. Sin el lastre del pecado, pues, comencé a reducir la afirmación religiosa de la vida en pura plasticidad; a aunar la fuerza y la voluptuosidad (Dionisos) y la serenidad y la luz (Apolo). Miraba, entonces, al abismo sin vértigo y me preguntaba: ¿Dios ha muerto? ¿Cómo aceptar totalmente la prueba y triunfar de ella? Nietzsche me despejó todas las dudas. Me libró de caer en la desesperación de comprobar que el mundo no necesita del hombre para existir. Contrariamente al nihilista, cruzaba por todas las vicisitudes de mi vida alterándome, y contaba interminablemente lo que me pasaba sin intransitividad. No segregaba sobre las cosas sino serena admiración. Aun la ausencia de sentido no paralizaba mi acción más íntima y cotidiana. Me resistía a llenar de tedio esa irrevocable distancia interior respecto a la sociedad moderna y a sus “valores”. Me negaba a medir la densidad de la ausencia de Dios. No soportaba a los compasivos. Me sonreía cuando algún amigo trataba de transformar su sufrimiento en motivo de culpa y, finalmente, me daba un ataque de risa cuando trataba de hacer de su “mala conciencia” un tema literario. Notaba rápidamente cómo la voluntad de estos espíritus piadosos adquiría la forma de resentimiento contra los verdaderos hombres de conocimiento, aquellos que tienen una voluntad de verdad o voluntad de hacer pensable toda la realidad.
Entonces, abandoné a mis amigos y me puse en camino. Entendí que la travesía, la participación en el tiempo es activa y no pasiva y, por tanto, que la voluntad no está a merced del tiempo, sino que está dentro del tiempo. Así, pues, al “tú debes” de la cultura piadosa opuse “la escuela de guerra de la vida: lo que no me mata me hace más fuerte”. Tenía siempre presente aquello que Zaratustra había dicho al joven en la parábola del árbol: si se quiere subir hay que bajar, lo más alto tiene que llegar a su altura desde lo más profundo.
Así, pues, si el cristianismo no era más que una apostasía, una gran falsificación sobre la vida de Jesús, realizada por el prototipo del judío vengativo y malicioso (Pablo) y codificada bastantes años después de la vida de Jesús en los Evangelios y en el Nuevo Testamento.... Si los judíos –con las subversivas provocaciones de sus obras satíricas– no eran más que los diseñadores de las premisas negativas, haciendo bueno lo malo de la vida, lo débil, lo enfermo; falsificando radicalmente todo lo natural; apelando a los resentimientos de los disminuidos y los débiles, haciéndoles creer que ellos, y no los fuertes, son los elegidos; convirtiendo los instintos nobles en malvados; cambiando los valores; transformando, en definitiva, el dolor en crimen.... Si los filósofos y los intelectuales, en general, combatían el destino y la falta de libertad, la ausencia de finalidad, derramando sobre las cosas el aburrimiento; crucificando, en última instancia, a Dionisos.... ¿Cómo soportar, entonces, la neurosis atea propia de esos “fatigados del mundo” que pueblan las grandes ciudades, cuyo itinerario es el hermoso resultado de un círculo vicioso: nacen de la crítica a una sociedad sin la cual no podrían vivir? No me quedaba otra salida, pues, que aceptar al Creador (Allah) como un acto eminentemente personal y, sin embargo, más allá de mí mismo. ¿Cómo, si no, superar el nihilismo sin caer en esas convicciones posnietzscheanas que optan por un nuevo mundo de superabundancia de formas espirituales (tipo “New Age”), a fin de que la rebelión desemboque en la náusea?
Comprendo que es difícil seducir a un “fatigado del mundo” para que crea que la vida no es un camino de salvación personal, sino de adoración al Creador. En tales casos parece más eficaz inculcarle la imagen pedagógica de hombre “caído en desgracia”, técnica actualmente muy empleada –dicho sea de paso– para reclutarlo en la domesticación de alguna Organización No Gubernamental.
En definitiva, Nietzsche me ayudó a afirmar la alta potencia de la vida, porque sólo tenemos la melancolía o la voluntad, el olvido o el recuerdo del Creador: no hay otra alternativa.



Antonio José Trigo

(Publicado en “La Mirada”, Suplemento de Cultura del diario El Correo de Andalucía, 13 de enero de 1995, Sevilla, pág. 31)