2/12/08

Los judíos y la vida económica

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A propósito de libro “Los judíos y la vida económica” de Werner Sombart, Ediciones Cuatro Espadas, Buenos Aires (Argentina), 1981, 516 pp.


Este mundo que vivimos actualmente no puede ser comprendido a no ser que se haga un examen crítico y sincero del papel de los judíos, desenmascarando los objetivos que mantienen para controlar la agenda política mundial. Porque –como muy bien observa el politólogo argentino Norberto Ceresole–, quien no tenga conciencia en absoluto de la cuestión judía, “no sabe, por así decirlo, que los judíos en el mundo constituyen un parámetro esencial para la comprensión de la realidad del mundo”.
Es un deber histórico, tanto más hoy en día en que hablar del tema judío se ha vuelto, no ya tabú, sino delito, bajo la estrecha vigilancia de la Liga Anti-Difamación (junta interior de la influyente Orden B´naï B´rith, masonería exclusiva de los judíos), capaz de ejercer presión sobre los medios de comunicación de todo el mundo para suprimir la publicación de la palabra “judío”, a no ser en sentido laudatorio, así como capaz de inducir a los gobiernos su desaprobación a denegar el predominio judío, trabajando para conseguir una ley que prohiba en absoluto toda publicación que disguste a los judíos.
Para entender la influencia judía en la vida económica tenemos que vernos obligado a seguir a Werner Sombart en su análisis, porque nos permite tomar conciencia de los efectos del judaísmo a los que hay que poner remedio si deseamos un mundo más justo. Su obra Los judíos y la vida económica es todo un clásico, donde se pone de manifiesto la influencia judía en la creación del capitalismo, y cómo sin ella no se podría explicar este régimen económico.
En esta obra, Sombart pone de manifiesto cómo los judíos –especialistas en ingeniería especuladora–, rompen las barreras de la vieja moral económica y se colocan a favor de un enriquecimiento tan ilimitado como desconsiderado, beneficiándose de un sistema que ha garantizado su impunidad, a costa de lo que sea y de quien sea, incluso promoviendo personalmente los desórdenes capaces de agitar los Estados, manteniendo la teatralidad socio-política, la simulación de las leyes, la simulación de un orden constitucional y las estrategias secretas (incluida la “guerra sucia”) destinadas a pervertir todo el sistema social, hasta el extremo de relegar la política al papel de una empresa de servicios y convertir la economía en su propio sistema de poder, amparados siempre en la bruma falaz del liberalismo y la democracia.
Por ejemplo, al dominar desde el siglo XVII el mercado de valores, basado –según Sombart– “en un tráfico de las mayores intrigas, astucias y artimañas que aparecieran jamás bajo la máscara de la honradez”, los judíos aparecen en primer lugar en la formación de la economía colonial moderna y en el mantenimiento y desarrollo del Estado moderno, por medio del aprovisionamiento de armas para las guerras, por un lado, y, por otro, poniendo a disposición de los gobiernos los capitales necesarios para cubrir los gastos de mantenimiento de los ejércitos, así como para hacer frente a las necesidades de la Corte y el Estado.
Antes de Werner Sombart, tanto Marx como Max Weber (ambos judíos) habían intentado descifrar el funcionamiento de las estructuras simbólicas de dominación. Marx intentó sistemáticamente comprender el capitalismo. Weber creyó descubrir la antropología del sistema capitalista en la concepción protestante del mundo. Pero fue Sombart, espoleado por las investigaciones de Weber, quien fue más lejos, al encontrar que los rasgos esenciales del puritanismo protestante son de naturaleza judía. Así vemos cómo, hoy por hoy, el fundamentalismo evangélico puede considerarse como el gran movimiento sionista no judío. Son conocidas las grandes alianzas entre protestantes y judíos en todo el mundo.

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“Lo que el judío representó a través de los siglos –escribe Sombart– frente a las concepciones reinantes, fue el carácter esencialmente individualista de la economía: concepción según la cual la esfera de acción de cada sujeto económico no debía ser limitada por ninguna reglamentación restrictiva, sea sobre el volumen de la venta, sobre la especialización o sobre la separación de las profesiones, teniendo en cambio cada sujeto el derecho de extender su campo de acción en la medida de su posibilidad, aun a expensas de sus vecinos: los medios de lucha tácitamente preconizados por esta concepción era esencialmente de orden espiritual: maña, astucia, sagacidad”.
Con estas artes, los judíos fundan y alientan al comercio mundial, la economía financiera, la Bolsa, y, en general, “la comercialización de la vida económica”. Fundadores de los documentos al portador, de los negocios de seguros, de las empresas llamadas de arrendamiento; impulsores de la institución del crédito profesional, del desarrollo de los valores-papel, del mercado de valores y de la comercialización de la industria, la organización de la industria hotelera, el comercio de las bebidas, la organización de los restaurantes, etc.
Como “partidarios natos de una concepción liberal de la vida y de una interpretación racional del mundo”, los judíos han jugado siempre un importante papel en el mercantilismo moderno, con el objetivo de buscar el fortalecimiento del Estado, bajo el cual siempre han tratado de encontrar cobijo y protección, deseando ser considerados como filántropos políticos, de enorme intelecto y compresión, sin más objetivos que la paz, la armonía y el gobierno justo. Jamás hablan de controlar gobiernos. Hablan, por el contrario, delicada y decorosamente de “información” y “orientación” a los gobernantes.
No obstante, la imagen de los judíos en el mundo mercantilista se ha ocultado por la propaganda oficial y por la información interesada de los medios masivos de difusión, casi todos propiedad de ellos, sustrayendo así a la discusión pública sus oscuras carreras económicas. En este sentido, la identificación de sólidos intereses económicos con el supuesto interés del Estado parece ya tan inamovible que podría darse la impresión de que lo que es bueno para los judíos también es bueno para el Estado, y viceversa.
Por ejemplo, la presencia de bancos judíos con redes de carácter operativo es espectacular desde la década de los noventa. Las vías por las que entran son, por un lado, la adquisición de bancos o agencias de valores en crisis, y, por otro lado, la disputa en el negocio de las privatizaciones de empresas públicas. Porque la verdadera vocación de los financieros judíos son las fusiones y adquisiciones (Mergers & Acquisitions o M&A), o la financiación de compras de grandes empresas a través de lo que se ha dado en llamar “compra apalancada” (leveraged buyonts), denominándose así a aquellas ofertas que hace un comprador por las acciones de una compañía y que se compromete a pagar con los recursos futuros que genere la empresa o con los activos de la misma. La “compra apalancada”, por tanto, es la forma de allegar fondos para una operación financiera mediante el endeudamiento. Este término (“adquisiciones apalancadas”) fue preciso crearse para explicar esa nueva modalidad del negocio del crédito que la firma judía Kohlberg Kravis Robert & Co. (KKR) puso de moda con sus actividades financieras en los años ochenta, y que pronto estimularon imitadores. La KKR comenzó a adquirir todo tipo de compañías con dinero prestado por los bancos (también judíos, a saber: Merrill Lynch, First Boston, Salomon Brothers,…) a través de títulos de alto riesgo (los llamados “bonos basura”), y, cuando el dinero de los bancos no alcanzaba, pedían a la finenciera Drexel Burnham Lambert Inc., cuyo jefe era el joven judío Michael Milken, verdadero gurú del “bono basura”.
Entre los grandes bancos industriales (investment banks) de Wall Street en manos de los judíos , dedicados a financiar operaciones a largo plazo, destacan: Salomon Smith Barney (perteneciente ahora al megabanco Citigrroup, y que era conocido anteriormente como Salomon Brothers), Lehman Brothers, Goldman Sachs, Morgan Stanley, J.P. Morgan, Lazard Brothers, Rothschild, SBC Warburg, Merrill Lynch, etc., capaces de organizar el tráfico de capitales y de orientar su destino, ampliando la función de matrimonio entre capitales en busca de rentabilidad e iniciativas empresariales necesitadas de fondos.
En consecuencia, el interés por los judíos debe ser de tipo político, puesto que –como advierte Shayj Abdalqadir as-Sufi al-Murabit, el cual intenta actualizar en su obra el análisis de Sombart para este tiempo– “su papel en la nueva estructura de poder de la élite oligárquica que controla el sistema bancario y bursátil es totalmente ineludible. Más aún, la ideología del así llamado sionismo es profundamente inquietante para los hombres y mujeres racionales. No se trata en absoluto de un tema racista. Es estructuralista. Subyacente a la crisis actual mundial provocada por el binomio deuda-interés, se puede discernir un desplazamiento que está afectando a los procesos del pensamiento, cuestionando radicalmente la metodología que ha pretendido hacer pasar por racionales las irracionales y fantásticas estructuras de riqueza numérica, permitiendo así el que un puñado de hombres estén controlando la riqueza mundial mediante un juego de prestidigitación”.
En este sentido, la afirmación de que los judíos no son benévolos es tan evidente que nadie se atreve a discutirla cuando se ha formulado con claridad. Pasa como en el cuento de Hans Christian Andersen, en que un niño gritó que el rey estaba desnudo: nadie se atrevió a negarlo. Desgraciadamente, el que lo haga continuará siendo un desvalido. Condición que sólo puede cambiar cuando logre tener plena conciencia de quién es el verdadero enemigo.

Yasin Trigo
(Publicado en la revista Handschar, nº 3, Año II, Otoño-Invierno 2001-02, pp. 46-48)